Aunque los dictadores son cobardes por naturaleza, a la mayoría les encanta aparecer echando músculos, haciendo el papel de valientes y de arrogantes, ni más ni menos que como en aquella imagen estereotipada de un gorila que se da golpes en el pecho, alza los puños y gruñe amenazando al mundo.
Se me viene a la memoria el difunto Saddam Hussein, a quien vi más de una vez disparando un fusil, siempre al aire afortunadamente, en un acto público, rodeado de militares, por lo que no era más que una fanfarronería para demostrar que estaba armado y dispuesto a demostrárselo a quien lo contradijera.
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Otro dictador bombástico a quien jamás olvidaré es a aquel general Leopoldo Galtieri de Argentina, en un día muy especial, cuando desde un balcón de la Casa Rosada anunció “urbi et orbi” que había invadido Las Malvinas. Era un asesino en serie, sucesor de otro archicriminal, Videla, el cual creyó que con el heroísmo de los argentinos podía lavarse la sangre de 30 mil asesinatos.
A Chávez lo recuerdo en un tanque, no sé si porque lo estaban metiendo o sacando (ya estaba gordo), pero también en los mandos de un caza-bombardero (¿un sukhoi, quizá), como jugando, siempre estacionado, jamás volando; o conduciendo una 4×4, manejando y conversando, con invitados muy especiales, del tipo de Gadaffi, Ahmadinejad o Fidel Castro.
Era un ególatra intragable, por lo general simulando habilidades que jamás tuvo ni podía tener, jinete, deportista, cantante, nadador, teórico de cuanto le pasaba por la cabeza, guerrero, ancla de reality show, pero dejando todo a medias, como un Mussolini de bolsillo que regresó a la tierra a demostrar que la política también podía ser divertida.
Y hasta aquí la lista, porque la verdad sea dicha, la mayoría de las dictadores, como proceden del mundo militar, conservan los hábitos de las academias que, con pocas excepciones, son austeros, comedidos y poco dados a sainetes y guachafitas.
De ahí que, por término medio, de lo que no podemos acusar a los dictadores -por más repelentes que nos parezcan-, es de dejar a su gente; a sus partidarios, generales, ministros, magistrados y cofrados, embarcados, en la estacada, y mucho menos después de provocar el inicio de una de las más grandes tragedias en las que puede haberse abocada Venezuela en toda su historia.
Y ahora sí estoy hablando del dictador, Maduro, el cual, luego de haber participado en el diseño de la cayapa judicial para abortar el Referendo Revocatorio, de animar a los suyos a todo tipo violencias contra la MUD y sus dirigentes (Henry Ramos, Julio Borges, Henrique Capriles, Leopoldo López, María Corina Machado, Antonio Ledezma, Chúo Torrealba y Freddy Guevara) y de abrir cárceles y cerrar cerrojos para que, en lo posible, no quede un solo líder opositor libre, se fue de viaje; agarró un avión de la línea aérea cubana, -porque ya no confía en pilotos, ni personal venezolanos- y emprendió un largo viaje por tres continentes, dice que para conversar con los gobiernos de los países miembros de la OPEP y estabilizar los precios del crudo, cuando en realidad se trata de otra gira de placer, ideal para disfrutar de banquetes, bailar danza árabe y tocar bongó y tumbadora, si es que lo dejan.
Y atrás deja el candelero venezolano, la crisis más severa y terminal de los 205 años de historia republicana nacional, una que podría precipitarnos a una guerra civil, pero que no forma parte de los intereses más inmediatos de Maduro, porque su preocupación básica es chisporrotear, como esas luces de bengala que tardan segundos en prender y apagarse.
Pero siempre arengando entre brindis y brindis, a lo mejor dando partes de victorias que solo existen en su imaginación y condecorando en ausencia a “sus” generales, Reverol, Padrino, y Benavides y algún que otro mayor o capitán como Cabello, Ameliach, Castro Soteldo y Vielma Mora.
“El capitán Araña se fue a la guerra. Embarcó a su gente y se quedó en tierra”. Cuentan que cantaban conservadores y liberales en las calles de la Caracas de los turbulentos años 40 del siglo XIX, cuando, un demagogo que hizo historia, Antonio Leocadio Guzmán, organizó una poblada armada para ir a entrevistarse con el general Páez en La Victoria, y la dispersó presa de pánico al enterarse que el héroe de Carabobo no lo recibiría con flores.
Pero el Capitán Araña, Maduro, ni siquiera se quedó en tierra, sino que tomó un avión, para merodear por los aires, por los cielos, bien lejos de lo que pudiera perturbarlo en esa vocación de bonachón empedernido, que es para lo único que parece haber nacido.
Ah, y para vivir una vida trucada, sin lugar de nacimiento, grado de instrucción, profesión, ni curriculum conocidos, pues siempre vivió al amparo de patrones y actividades desconocidas. Al final, sus patrones resultaron ser los dictadores cubanos, Fidel y Raúl Castro.
“Presidente del mientras tanto” lo llamó una vez Henríquez Capriles, “indocumentado” le gritan los militantes de un movimiento que lidera Enrique Aristeguieta Gramcko, “expresidente por abandono del cargo” le dijo el viernes Henry Ramos Allup y la colega y afecta, Nitu Pérez Osuna, tiene en las librerías una investigación que hará época: “Maduro es colombiano”.
En otras palabras, que un irresponsable de marca mayor sin ningún carácter para enfrentarse a talibanes como Diosdado Cabello, Tareck El Aissami, Rodríguez Chacín, Rangel Gómez, Ameliach y Vielma Mora, que se aprovecharán de su fuga para comprometer a la FAN en una ola represiva que no se sostendrá sino horas y dejará a sus autores fichados como culpables de crímenes de lesa humanidad ante el pueblo venezolano, los gobiernos de países extranjeros, las multilaterales y los tribunales de la justicia penal internacional,
Pero el tarambana Maduro ni siquiera se dará por aludido, ya que, ahora como antes, su problema es la voluptuosidad del poder, la cuestión de cómo se chupa gajo a gajo este golpe de suerte Ocurrido cuando unos dictadores casi nonagenarios, los hermanos Castro de Cuba, ante la circunstancia de que les fallecía una marioneta, Chávez, se buscaron otra nueva para que continuará haciendo el mismo trabajo, pero con más eficacia.
Anda por el Medio Oriente, y ante el inevitable recrudecimiento de la confrontación venezolana, es posible que no regrese, y si regresa no importa, porque nadie lo dará por visibilizado, pues una de sus características más remarcable es el “no estar ahí”.
Es el transgresor de la ley por excelencia, dispuesto a obedecer órdenes superiores, que en este caso y circunstancias, pueden venir de Cuba o del bunker de Diosdado Cabello, y ser hasta contradictorias, pero sin que ello impida que Maduro las cumpla, pues no juzga que entre la verdad y la mentira, el bien y el mal, el blanco y el negro existan diferencias.
Lo que si es cierto es que, su vocación becerril, quedará más que nunca al descubierto, porque otra vez, no es que abandonó al país para dar una imagen de que se siente tan fuerte y confiado de su poder para que lo administren en su ausencia, sino porque quiere ser el de siempre, el que llegó a última hora y sin embargo jugó y se ganó la lotería mayor.
Así sucedió aquella noche del 11 de diciembre del 2012, cuando, un Chávez agónico, lo ungió como su heredero ante el asombro de Venezuela y el mundo; la del 14 de abril del 2013, al conocer y convencerse que había perdido las elecciones presidenciales con Henrique Capriles para ser recogido del piso y recibir respiración boca a boca de Tibisay Lucena, presidenta del CNE quien, lo convenció que el fraude otra vez era posible y tenía que darse por ganador; y por último, la noche del 6D, al perder la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, prepararse para lo peor y reoxigenarse al ser empujado por Cabello a mantenerse a los trancazos o prepararse para un destino en uno de los infiernos de alguna cárcel venezolana.
Ahora es víctima de una estrategia de la MUD que, sin ceder, le ha inyectado confianza como para ir de transgresión en transgresión, hasta quedar como dictador en fuga, confiado de que le resta algún poder que Cabello y Padrino puedan resguardarle, piensa que cuando regrese, si regresa, es para continuar desempeñando el papel que hasta ahora ha representado: un títere con poderes prestados que, no hace sino pulir las esposas con que, en poco tiempo, vendrán a buscarlo para llevarlo a una cárcel, sea de los chavistas arrepentidos, o de la oposición.