Cada 12 de octubre hay tensión respecto a si se debe celebrar o no la conquista de América. Desde la izquierda política gritan que no hay “nada que celebrar”. Fortalecen esta narrativa que, en concreto, desalienta todo fervor patrio. En reemplazo de la celebración, esta facción esboza tácticas discursivas que se encaminen hacia un proyecto internacionalista llamado socialismo.
Y es que la lucha contra el pasado es primordial para el socialismo, pues solo un pueblo sin raíces puede ser subyugado. En su oportunidad, Karl Marx escribió que «en la sociedad burguesa el pasado domina el presente; en la sociedad comunista, el presente domina el pasado».
Lo más profundo (y funcional) sobre dicha aseveración es que genera en la persona un desprecio no solo por su origen, sino por sí misma. La falta de autoestima es primordial para instaurar un sistema político-económico que exige dependencia total al Estado, el partido y/o el poder de turno. Por ende, convence al ciudadano que sin su líder no puede subsistir.
«Karl Marx tenía razón, el socialismo funciona, es solo que tenía la especie equivocada», dijo el biólogo especializado en hormigas, Edward Osborne Wilson. En este concepto solo encaja uno como estos animales que viven en dos dimensiones (la tercera dimensión es el tiempo). Ellas no tienen noción de pasado, ni futuro. Por eso no registran cuánto han trabajado ni cuánto les falta por trabajar. Eso hace que trabajen de forma incansable.
Paradójicamente los detractores de la hispanidad llaman “retrógrados” a sus defensores, cuando estos pretenden involucionar a la especie, de modo que no tenga noción del pasado. Además, su exaltación del periodo prehispánico es una oda al primitivismo. De hecho, es curiosamente la antítesis del progreso que alegan los “progresistas”.
Choques entre la narrativa progre y la historia de la Hispanidad
Es una incoherencia renegar del legado español en el idioma español y con nombres y apellidos españoles, lo cual es la realidad de la gran mayoría de los hispanoamericanos. Por medio de la literatura se ha instaurado una leyenda negra en el continente que dibuja al español como un ogro que se ha llevado todo y nos ha hecho tanto daño.
Sin embargo, la realidad es que no se trata de alguien que se fue, sino de nuestros ancestros que se quedaron y forjaron el imperio donde nunca se ponía el sol. Eso incluye tanto a indígenas, negros y blancos, también hombres y mujeres.
Contrario al lema feminista “ni la tierra, ni la mujer somos territorio de conquista”, el continente americano tuvo como primera gobernante una mujer, Isabel la Católica, quien emprendió la Conquista. Además, fue ella quien abolió la esclavitud y exigió el respeto por los bienes de los indígenas, al punto que castigó y envió a un calabozo al mismísimo Cristóbal Colón, por no respetar su mandato. De modo que claro que hubo abusos y crímenes, tal como hoy, pero nunca mediante la ley, sino atentando a la misma. Es decir, sucedían contra la voluntad de la corona.
Enfrentar lo indígena y lo español es una contradicción. Sin la cooperación no habría sido posible la conquista, sobre todo en el caso de México, la Nueva España. Apenas el 1 % de los soldados que derrotaron a los aztecas eran españoles, según el investigador de la UNAM, Federico Navarrete.
El experto también expuso que en la conquista el 99% de soldados fueron indígenas. Asimismo, sostiene que la historia de los indios vencidos es un invento del siglo XIX mexicano. Por el contrario, el hispanoamericano promedio es descendiente sanguíneo —y sobre todo cultural— de las alianzas entre indígenas y españoles peninsulares que pusieron fin a imperios como el azteca que consumían carne humana tras sacrificarlos en altares.
No solo en el campo de batalla, también mediante los matrimonios que la reina Isabel de Castilla promovió desde 1503 hubo un cambio cultural que terminó por sellar el intercambio cultural.
El más destacado fue el de Beatriz Coya, última princesa inca, junto a Martín de Loyola. El cuadro que celebra sus nupcias destaca a ambos como miembros de la realeza de cada uno de sus pueblos. Además de ello, incluye a dos santos: San Ignacio de Loyola y San Francisco de Borja. Lo cual expone una realidad actualmente escondida.
De hecho, en Florida, hoy EE.UU., se produjo el primer matrimonio cristiano registrado. Se destacó como tal y no como el primer matrimonio interracial (aunque lo fue), dado que en la Hispanidad no era delito, como sí lo fue en EE.UU., república federada, hasta 1967 (402 años de diferencia).
También hubo conquistadores negros, como Juan Valiente, que viajó desde lo que es hoy México hasta Chile, donde se destacó como conquistador.
Juan Garrido lo fue. Combatió en la noche triste, junto a Hernán Cortés y María de Estrada. En honor a los caídos levantó la Ermita de los mártires que pasaría a llamarse la Ermita de San Hipólito, quien fue el santo patrono de los indígenas que lucharon junto a España. Tras la llamada independencia se terminó el rito y hoy el templo honra a San Judas Tadeo.
Esto a su vez desmonta el mito que presupone a la cristiandad como una cuestión del “hombre blanco”, cuando la realidad es otra. Garrido además se destacó como el primer cultivador de maíz en el siglo XVI. Las primeras tres semillas de maíz le habría regalado el mismísimo Hernán Cortés.
Chile también tuvo una conquistadora mujer, Doña Inés de Suárez. En el mismo siglo, XVI, también surgió la primera mujer almirante a cargo de la Armada Invencible, Isabel Barreto. En su momento, Barreto fue la persona de mayor trayectoria en alta mar. Su expansión por el mundo propagó la cultura y fue en parte responsable que hoy es posible recorrer el continente americano hablando un solo idioma, la lengua materna más hablada en casa y en el mundo: el español.
Aunque algunos disputan que es en verdad el chino mandarín, al ser los chinos la nación con el mayor número de habitantes, los chinos no hablan la misma lengua de una provincia a otra. En síntesis, la riqueza de la hispanidad está no solo en su historia sino también en su legado vivo, nosotros, cada uno de los hispanoparlantes en el mundo. Sin la Conquista no existiríamos.