“El infierno está empedrado de buenas intenciones”, es un refrán que remonta a cómo y cuánto actuar sin tomar en cuenta que las consecuencias pueden causar agravios. Ahora viene en forma de censura lingüística. Esta vez, alegando combatir el racismo.
La ONG Red Española de Inmigración ha pedido formalmente a la Real Academia Española que la palabra “negro” sea modificada, así como varios adjetivos alusivos a la palabra y a hacerlo por medio de “un diálogo fluido con las personas racializadas”.
Por este medio, invito a escuchar las voces de grandes filósofos, escritores, economistas y académicos que lejos de querer que se modifique la palabra, que se suplante por términos como “afro”, se jactan de su negritud o bien exigen ser llamados individuos por encima de su raza, algo que no eligieron.
Uno de ellos es Thomas Sowell, economista libertario de EE. UU. quien sentenció: “el racismo no está muerto, lo mantienen con vida los políticos, los traficantes que lucran con el racismo y la gente que tiene un sentido de superioridad al denunciar a otros de racistas”.
De modo que señala a agrupaciones como esta de lucrar de este sentimiento y a su vez mantenerlo vivo para que sea el Estado, y no las personas de manera voluntaria y por medio de acuerdos, quienes den la orden de qué se puede decir, cómo y con quién.
Asimismo, Diógenes Cuero Caicedo, poeta, catedrático universitario, sociólogo y abogado ecuatoriano, exclamó: “yo no soy afrodescendiente, yo soy de América, nací en este continente, no me llamen afro porque yo soy negro, con mucho orgullo lo digo”.
Sus palabras aseveran que en lugar de integrar la sociedad, campañas como esta la separan. Niegan la pertenencia del lugar donde está y lo vinculan a un pasado que ni siquiera conocen.
A su vez, acciones de este tipo, lejos de “empoderar” lo que hacen es “ningunear”. No tratan a las personas como adultos, mucho menos como iguales, sino como seres indefensos que deben ser protegidos de las palabras.
Y marcan en la sociedad un precedente donde la censura se instaura “con buenas intenciones” y quien se atreva a criticarlo, a exigir tratar a las personas por qué hacen y cómo son y no por cómo lucen ni quiénes fueron sus antepasados, será el enemigo de este “progresismo” que se alimenta del control hasta de lo qué se dice.
Finalmente, hacen que el sueño de Martin Luther King Jr de que no se nos juzgue por la piel, sino por nuestro carácter, no solo no se cumpla, sino que nos hunda en una pesadilla donde la piel es lo más relevante.