A principios de esta semana, el partido laborista del Reino Unido, el más fuerte de la izquierda, que respalda el chavismo y el régimen de Castro en Cuba, envió invitaciones para una conferencia sobre la igualdad. Enseguida llovieron críticas.
Pues excluía a hombres, heterosexuales, blancos y sin discapacidades. Lo cual nos lleva a cuestionar qué significa la igualdad para los defensores del socialismo del siglo XXI.
Ya que, al excluir, contradice no solo la temática de la conferencia sino que jerarquiza a las personas sobre la base de su genética; algo que no eligieron.
El evento Young Labor (Juventud laborista) decía que para asistir, un solicitante tenía que ser menor de 27 años y debía ‘autodefinirse’ como ‘uno o más’ de cuatro grupos.
Estos son BAME (negro, asiático y de minorías étnicas, por sus siglas en inglés), discapacitados, LGBT (lesbianas, gays bi o trans) y mujeres.
Como bien se sabe, casi unánime, políticas eugenésicas como esas fueron adoptadas por el Nazismo, que no es más que la abreviación de nacionalsocialismo y es condenado hasta el día de hoy.
Sin embargo, cuando los verdugos son los socialistas internacionalistas, el escarnio es menor.
Así opera lo que se denomina el “neomarxismo”, adopta la dialéctica marxista de oprimidos versus opresores, de la lucha de clases, y adopta confrontación antagónica de manera transversal.
De manera que la pigmentación o el órgano sexual de una persona puede determinar de qué lado de la “lucha de clases” está.
Durante el gobierno de Rafael Correa en Ecuador, esto se evidenciaba a través de la unidad mestiza y el escarnio hacia blancos e indígenas, en el último periodo de su gobierno.
Como todo populista, apela a la mayoría. Por ello las minorías no solo que fueron ignoradas sino perseguidas y hasta desechables, siendo el caso más evidente el etnocidio cometido en la selva amazónica, donde —luego de una campaña de varios años para recaudar fondos internacionales que fracasó— el régimen de Correa determinó que se excavaría petróleo en una zona protegida donde viven pueblos indígenas en aislamiento voluntario.
Bajo la Constitución elaborada en el socialismo del siglo XXI, existe el recurso del plebiscito, donde la mayoría de los ecuatorianos tenían la potestad de dar fin a la forma de vida y poner en riesgo la vida de una minoría; en caso de ser negativo el voto.
Sin embargo, las firmas necesarias fueron anuladas desde el gobierno. Y la Constitución —al ser presidencialista— le otorgó al mandatario la capacidad de sobreseer la propia Carta Magna para “considerar de interés nacional” el etnocidio.
Con el lema “una mínima huella para que el todo viva mejor“, justificó arrasar a una minoría para supuestamente beneficiar a la mayoría.
Asimismo, sobre la vicealcaldesa del puerto principal, Guayaquil, Doménica Tabacchi, Correa dijo que era una “señora guapa, rubia, de ojos claros, nombre extranjero“, “hablando en nombre de los guayaquileños”. O sea, desglosó sus rasgos físicos, su origen étnico y al tener tales características, ya no era representativa del lugar. Cuando irónicamente, él cumple con casi todos esos rasgos y sus descendientes en su totalidad.
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En EE. UU. surgen fenómenos similares, donde no solo existen políticas de “discriminación positiva” propulsadas por la izquierda, que logran que la genética de una persona sea definitoria para el acceso a trabajo y educación, sino que incluso hay agrupaciones denominadas “antifascistas” que exigen a sus integrantes blancos golpear a otros blancos para demostrar su lealtad y exculpar su “racismo genético”.
Tanto las agrupaciones que adhieren al socialismo del siglo XXI como las políticas promovidas por la izquierda, tienen un elemento común, colectivizan el trato y dividen en bandos. No tratan al ciudadano como un individuo con autonomía y la capacidad suficiente para elegir su destino más allá de sus capacidades físicas y composición genética.
Por ello el parlamentario británico del partido rival, el conservador, Andrew Bridgen, escribió a la Comisión de Igualdad y Derechos Humanos para pedirles que investiguen si las reglas de ingreso implican una ‘discriminación’.
Sostiene que: “El Partido Laborista ya no es sobre la igualdad o la lucha contra la discriminación, sino que han sido completamente asumidos por las políticas de identidad y grupos específicos de activistas”
“Son un partido divisivo que quiere poner a la gente en grupos de víctimas”. Parecen creer que los heterosexuales blancos y masculinos no tienen nada que aportar al tema de las igualdades.
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Por medio de una paráfrasis de la obra La rebelión en la Granja de George Orwell, —quien fue socialista buena parte de su vida y hacia el final se dedicó a develar los excesos y contradicciones de esta ideología cuando se encarna en la política—, donde los cerdos dirigen la revolución contra los humanos. Y al final se terminan comportando como quienes “derrocaron” y condenando a los demás animales a una situación de sumisión y miseria que la que vivían anteriormente, solo cambió el amo a uno más igual a ellos, Bridgen dijo, “todos son iguales pero algunos son más iguales que otros”.
La realidad supera la ficción. Los líderes de las distintas revoluciones de izquierda, no ofrecen a sus gobernados la oportunidad de salir adelante por sus propios medios sino la adhesión y permanencia a una clase que existe a expensas de la eliminación de otra.
Esto exige, en nombre de la igualdad, la eliminación de toda diferencia individual y la adopción de la unanimidad colectiva que divide a aliados y enemigos de acuerdo a los estándares del partido; que pueden ser tan arbitrarios como la composición genética. Pero cuando lo hace la izquierda, en particulares hacia ciertos grupos, no lo llamamos ni sexismo ni racismo.
Esto, señores, se llama relativismo moral.