En vista del reciente huracán, Harvey, que azotó las costas del sur de EE. UU., vuelve a la mesa el debate sobre el cambio climático. Diversos medios resaltan titulares que sostienen que este desastre natural fue agravado por la interferencia humana. Pero la evidencia disponible sostiene que no hay pruebas suficientes para tamaña afirmación. Al contrario, la tendencia tiende a la baja.
Para comenzar, la caída de lluvia ronda los 76 centímetros en lo que va del paso del huracán y sus secuelas. De acuerdo a los gráficos de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, NOAA por sus siglas en inglés, no supera el índice de los ciclones tropicales más lluviosos. Amelia (1978) y Claudette (1979) produjeron 122 y 104 respectivamente. Es decir, las lluvias durante catástrofres naturales no solo que no aumentaron sino que disminuyeron en los últimos 40 años en la costa y zona central del estado de Texas.
En una entrevista a expertos en temas ambientales, la plataforma internacional de noticias AFP, preguntó al investigador de huracanes del Institituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), Kerry Emmanuel, entre otros, sobre el vínculo entre el cambio climático y los huracanes. Respondió: “Es terriblemente difícil ver el cambio climático en los datos históricos hasta ahora porque los huracanes son poco frecuentes”. Está disponible su opinión y la de varios expertos en la plataforma digital dedicada a la ciencia de la física phys.org en un artículo titulado “Ciclones y el cambio climático: conectando los puntos“. Ahí sostiene que aunque “los científicos reconocen libremente que no saben todo acerca de cómo el calentamiento global afecta a huracanes como el que golpea el sureste de Texas, les tiene desvelados”.
Según la Agencia de Protección Ambiental de EE. UU., EPA por sus siglas en inglés, la energía cinética de los huracanes de la costa atlántica de México y los EE. UU. ha tendido a bajar en los últimos diez años. Así mismo, destaca aumentos en décadas previas.
Está disponible el estudio de los ciclones desde 1878 aquí. Los puntos claves del estudio son los siguientes:
1) Desde 1878, alrededor de seis a siete huracanes se han formado en el Atlántico Norte cada año. Aproximadamente dos por año llegan a tierra en los Estados Unidos. El número total de huracanes (especialmente después de haber sido ajustados para mejorar los métodos de observación) y el número que llega a los Estados Unidos no indican una clara tendencia general desde 1878.
2) De acuerdo con el Índice ACE anual total, la intensidad del ciclón ha aumentado notablemente en los últimos 20 años, y seis de los 10 años más activos desde 1950 han ocurrido desde mediados de los años noventa. También se observaron niveles relativamente altos de actividad ciclónica durante los años cincuenta y sesenta.
3) El PDI muestra la fluctuación de la intensidad del ciclón durante la mayor parte de la mitad del siglo XX, seguido por un notable aumento desde 1995 (similar al Índice ACE). Estas tendencias se muestran con las variaciones asociadas en la temperatura de la superficie del mar en el Atlántico Norte tropical para la comparación.
4) A pesar de los aparentes aumentos de la actividad de los ciclones tropicales en los últimos años, los cambios en los métodos de observación a lo largo del tiempo hacen difícil saber si la actividad de las tormentas tropicales ha aumentado con el tiempo.
Es decir, no existen patrones registrados. Aumentó la intensidad a mediados de la década de los 90, así como aumentó a mediados del siglo pasado, con elevaciones en décadas posteriores. Cabe mencionar que el estudio satelital de este fenómeno data recién de la década de los 70. Eso, sumado al hecho que este siglo comenzó hace apenas 17 años, vuelve difícil hacer datos comparativos y sobre todo establecer como verdad que los fenómenos en efecto empeoran, cuando hay tan poco lapso para contrastar.
En la reciente publicación del Diario de Hidrología, que estudia los fenómenos asociados al agua, tanto sus propiedades físicas, químicas y mecánicas (en el océano, ríos, lagos, la atmósfera y la superficie terrestre) como su frecuencia, cómo se distribuye, cómo y cuánto circula, se determinó que no hay un aumento visible en inundaciones en los últimos 80 años. El estudio titulado “Variabilidad climática en la ocurrencia de grandes inundaciones en América del Norte y Europa“, publicado en la plataforma digital Science Direct, nos dice que “Para América del Norte y Europa, los resultados proporcionan una base más sólida para que el IPCC (Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático) encuentre que no existe evidencia convincente para el aumento de las inundaciones a escala global “.
Asimismo, el Laboratorio de Dinámica de Fluidos Geofísicos de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica publicó un estudio en la Asociación Americana de Meteorología sobre las precipitaciones y determinaron que “no se encontró evidencia de cambios en las precipitaciones extremas atribuibles al cambio climático en el registro observado disponible”.
De acuerdo a Ronald Bailey, autor del libro The End of Doom (El fin de la condena), cuyo subtítulo es La renovación ambiental en siglo XXI, donde promueve que el compromiso con el medio ambiente debe ser a través de las soluciones tecnológicas y las alternativas que ofrecen los emprendedores, “A lo largo de las últimas cinco décadas se han producido muchas previsiones de una inminente condena ambiental. Estas proyecciones se han demostrado universalmente equivocadas. Los que han apostado por la capacidad humana, por otra parte, casi siempre han sido correctos”.
En un artículo para la plataforma digital Reason, el autor cita a diversos estudios que concluyen que no existe una conexión demostrable entre el cambio climático creado —supuestamente— por el hombre y los huracanes, sobre todo por falta de evidencia en tendencias. Junto a varios científicos propone una alternativa “A falta de un impacto significativo del calentamiento antropogénico (creado por el hombre) hasta el momento, la mejor manera de la posible influencia del cambio climático en las pérdidas por desastres puede ser analizar proyecciones futuras en lugar de datos históricos“.
Es decir, en vista que los datos comparativos históricos no muestran pruebas concluyentes, para comprometernos con el bienestar del planeta y por ende el nuestro, hay que apuntar hacia la proyección futura; prever un futuro donde se cause el menor impacto y lograr la mayor preparación en casos de desastres naturales, por medio de la innovación y no la prohibición, por voluntad y no obligatoriedad, con consciencia —junto a la ciencia.