
EnglishCuando el presidente de Rusia, Vladimir Putin, dijo que la desintegración de la Unión Soviética ha sido la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX, quizás, como pocas veces lo hizo en foros públicos, expresó sus verdaderos sentimientos. Este momento de sinceridad, que lamentablemente pocos en Occidente supieron leer con la reflexión debida, ya presagiaba que los líderes de Moscú, amparados por el aparato estatal autocrático, iban a tratar de borrar esta sensación de catástrofe, ubicando de nuevo a Rusia como un actor fuerte y temible en el escenario mundial.
Mientras mirabamos “sorprendidos” los acontecimientos en Georgia y Moldavia y nos indignamos con Ucrania, se perdía la credibilidad de los representantes occidentales, quienes gritaban mucho y hacían poco, y se impusieron las sanciones —lenta y comedidamente.
De nuevo no comprendimos —y subestimamos— la estrategia de un Estado que está dolido y menoscabado, y la de sus líderes que en la promesa de reconstruir la gran Rusia están amasando su capital político con éxito. Putin, en calidad de presidente o de primer Ministro, ha realizado su nuevo proyecto geopolítico asumiendo estoicamente los costos, perdiendo amigos en el Occidente como también las membresías a los clubes internacionales de la élite mundial.
Como resultado, el aislamiento internacional de Rusia ha bajado su desempeño comercial y los índices económicos. Pero, al mismo ritmo, la popularidad del presidente ha crecido sin precedentes en la escena política interna. Putin es un buen estratega.
Y a nivel internacional el presidente ruso tampoco se ha quedado con los brazos cruzados. La reconstrucción geopolítica en el siglo XXI no tiene porque basarse en los modelos del pasado. El tablero internacional es, en muchos aspectos, distinto; y los ejes geopolíticos necesariamente deben ser nuevos y adaptados a las contingencias y posibilidades que la realidad ofrece.
Hay varios países de la región que sienten afinidades con un potencial aliado, y están dispuestos a abrazar al oso
En este contexto, Rusia está jugando para los países de América Latina. El país del Este está mirando en busca de los aliados más que meros socios comerciales, lo cual precisamente indica la motivación político-estratégica en los tiempos turbulentos de tensión, explicaba el Financial Times.
Considerando el origen no-democrático del régimen de Rusia de hoy (según Freedom House, Rusia, en la actualidad, pertenece al grupo de Estados no-libres) hay varios países de la región que sienten afinidades con un potencial aliado, y están dispuestos a abrazar al oso.
La ofensiva diplomática rusa se ve a primera vista: desde la ocupación de Crimea y el comienzo de la guerra híbrida en Ucrania, Rusia ha demostrado una intensificación de contactos con los pares en América Latina. En el 2014 hubo varios acercamientos, tales como la visita del el canciller ruso, Serguéi Lavrov, a Chile, en mayo; la gira del Presidente Putin a Cuba, Nicaragua y Argentina, que culminó en Brasil, en la cumbre de los BRICS en julio; el viaje del presidente de Perú, Ollanta Humala, a Moscú en noviembre y el continuo refuerzo de las relaciones con Venezuela.
Últimamente las relaciones argentino-rusas fueron revalidadas por la reciente visita de la presidente Cristina Kirchner a Moscú. Aunque los analistas indican que los acuerdos aún tienen alcances modestos, los temas que resuenan son el gas, la energía, la agricultura y el equipamiento bélico. Es que la diplomacia es en gran medida los gestos, los símbolos y las posturas, las palabras dichas y las silenciadas. En este sentido la visita obviamente no pasa inadvertida.
El presidente Putin tiene muchos frentes abiertos, mientras los EE.UU. y Europa siguen sin una postura unitaria
Los dos Estados ya se han apoyado mutuamente en foros internacionales, ofreciéndose votos, alianzas y lealtades recíprocas. Argentina se abstuvo en la votación sobre el no-reconocimiento de la anexión de Crimea en la ONU, mientras que Rusia reconoce los derechos de Argentina sobre las Islas Malvinas.
Por otro lado, y en paralelo al nuevo capítulo de las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba, Rusia comienza una “nueva luna de miel” con La Habana.
El presidente Putin tiene muchos frentes abiertos y los maneja con destreza, mientras que los EE.UU. y Europa siguen sin poder trabajar una postura unitaria.
Tratándose de la política, por supuesto, nadie le esta haciendo un favor al Kremlin; algunos de los países que estrechan las manos con él reciben con satisfacción, esperanza y algo de alivio el renovado interés del país geográficamente más grande del planeta. Los países que reciben y son recibidos por el presidente Putin se sienten acompañados cuando su soledad en la región crece, se ven respaldados en el reverso democrático de sus políticas, en los atentados contra las libertades de las personas que allí habitan y los agravios que producen los desastres económicos.
El nuevo diseño geopolítico se está armando y llamar a Putin irracional es, desde el punto de vista político, simplemente inútil.
Editado por Adam Dubove.