
EnglishTransversalmente, los políticos representantes de todos los sectores —unidos como nunca antes—, se afanan por ahuyentar la idea de una incipiente crisis institucional en Chile, como consecuencia de la corrupción en la política chilena. Todos al unísono suavizan y minimizan la gravedad y el alcance del fenómeno, y no es de extrañar.
Por un lado, todos los sectores se han hecho parte de las nefastas prácticas, por lo que los une la ilicitud —sea ésta legal o moral. Por otro lado, está en juego la imagen de la estabilidad institucional chilena, que ha funcionado siempre como sello de calidad del país, tanto en el sistema político como en el económico.
En cuanto los niveles de corrupción y la percepción de la solidez, Chile no tenía parangón en la región y se situaba en grupos de los líderes de la OECD. La estabilidad institucional y del sistema, entonces, han sido como una “marca-país” que da confianza; y cuya pérdida podría acarrear consecuencias domésticas e internacionales muy graves.
La corrupción, a todas luces, no es que acaba de llegar, sino que simplemente se hizo manifiesta, y con una fuerza explosiva que aún asombra
Las realidad hace exponer los nudos gordianos existentes. Si bien hacer paralelismos con el quiebre del 1973 puede parecer, cuando menos, exagerado, cada vez más lo que ocurre en Chile adapta características sistémicas, donde ya no se trata de la crisis o malas prácticas de uno u otro personaje, como al principio se podría haber esperado. El alcance de los “Penta de los “Caval”, de los “SQM” va más allá de la élite misma, de la que escribí hace poco, derramándose a una clase político-empresarial y al ordenamiento mismo del poder.
Las erupciones interminables de los “casos,” la multitud de los que en ellos se ven involucrados, el flujo generosísimo de recursos desde el mundo privado de los grandes negocios hacia el sector político, lo sostenidas que han sido las prácticas y la ineficiencia (programada?) de los mecanismos de control en el tiempo, hacen pensar más bien en una crisis institucional incipiente.
Cuando ya era excontralor general de la República, Ramiro Mendoza, en su última cuenta pública antes de dejar su cargom pronunció la frase de que “la corrupción ya ha llegado a Chile“, los políticos se estremecieron con disgusto, porque se dijo lo innombrable. Ellos —los políticos—, que han sido tan cuidadosos y conceptualmente creativos para hablar de los “errores involuntarios” se enfrentaron, por boca del propio contralor, con la fea y temible palabra “corrupción”.Pero resulta que la corrupción, a todas luces, no es que acabase de llegar, sino que simplemente se hizo manifiesta, y con una fuerza explosiva que aún asombra. La corrupción se ha instalado y ha sido practicada ampliamente hace ya mucho tiempo: en forma de prácticas, atajos procedimentales, costumbres, sombras legales, ceguera de los funcionarios y un sinfín de arreglillos informales.
Otra de las palabras prohibidas y silenciadas a toda vista ha sido “nepotismo”. La palabra nepotismo —tan antigua como lo es la política—, viene del griego Nepos, que significa “sobrino.” Pero obviamente no sólo de los sobrinos se trata.
Es posible que debamos hacernos a la idea del inminente nacimiento de una flamante “República Bolivariana” en versión más grisácea y más hipócrita
Como lo explica Fernando Villegas en relación con los casos presentes en Chile, “nos referimos a los cargos de gobierno, a la inequidad masiva consistente en privilegiar a toda la tribu familiar, a hijos e hijas, sobrinas, esposas, hermanos, hermanas, primos, tíos, padres, nietas, etc. con cargos dentro del Estado, incluso dentro de La Moneda”. Si miramos desde cerca, no ha sido tan sólo el hijo y la consuegra de la presidente Bachelet, sino que hay muchos árboles genealógicos plantados en el suelo político local, así no más.
Si bien es cierto que el sistema democrático no excluye de por sí los fenómenos en cuestión, si es vigoroso y saludables sus instituciones, es inminente su eficiente detección, identificación, castigo, eliminación y reparación. Si las instituciones funcionan bien, los nudos gordianos no llegan a formarse, hay siempre espadas que los cortan a tiempo.
Villegas es pesimista y en el tono lúgubre advierte que “es posible que debamos hacernos a la idea del inminente nacimiento de una flamante República Bolivariana en versión más grisácea y más hipócrita”. ¡Ojalá qué se equivoque, Fernando! Pero mientras tanto, en Chile hay corrupción y nepotismo; y las instituciones no funcionan bien.
Editado por Pedro García Otero.