EnglishA pesar de que éste es un espacio dedicado principalmente a los temas y problemas de América, en la actualidad nos enfrentamos a fenómenos y procesos que aunque estén ocurriendo en otra parte del mundo, tienen connotaciones globales, y cuya lectura cuidadosa permite extraer enseñanzas universales, como también reconocer tendencias, dinámicas y amenazas que están a la vista en nuestra región.
Como europea que observa los procesos políticos y sociales del “viejo continente” desde una perspectiva latinoamericana, aun permanezco bajo la reciente, angustiante y vergonzosa impresión que me dejaron los resultados de las elecciones para el Parlamento Europeo del 25 de mayo pasado, en las que los movimientos extremistas y populistas, especialmente los de la llamada “derecha radical”, obtuvieron un apoyo electoral sin precedentes.
Así, nos enfrentamos a la paradójica situación de que el proyecto de unificación europea en curso contendrá, a partir de ahora, la semilla de su propia desintegración.
Puede que estos nuevos diputados, sobre todo quienes representan un grado extremo del grupo heterogéneo de euroescépticos, no sean numerosos frente a un total de los 751 parlamentarios, y puede que su capacidad de crear coalición parlamentaria sea limitada, pero su popularidad no deja de ser un hecho cargado de simbolismo.
Los resultados de estas elecciones no sorprenden, sino que confirman la creciente tendencia que desde hace años se ha dejado ver en los comicios nacionales de muchos de los 28 estados miembros de la Unión Europea. Los movimientos y partidos extremistas proliferan hace años en Holanda, Bélgica, Austria, Dinamarca, Francia, Gran Bretaña, Suecia, Finlandia, Hungría, Italia, Bulgaria y Grecia —entre ellos, tristemente, los estados que diseñaron y pusieron en marcha el proyecto de la Europa unificada.
No se puede entender el espíritu detrás de este proyecto sin las desgarradoras experiencias de las dos guerras mundiales, del nazismo, del fascismo y del estalinismo, a los cuales las naciones europeas han dicho “nunca más”.
Por esa razón, el hecho de que por primera vez vayan a ocupar los escaños parlamentarios diputados que representan grupos inspirados en la ideología neonazi (provenientes de Alemania, Grecia y Hungría), desde mi punto de vista marca un antes y un después, y es una manifestación de una lamentable pérdida de memoria histórica.
Desde esta perspectiva, de ninguna manera los resultados deben ser interpretados como un simple voto de castigo, como una tendencia pasajera, como una reacción a la ineptitud del manejo de la crisis económica de los últimos años, ni mucho menos como una manifestación de la pluralidad democrática.
Los pobres resultados económicos han sido sin duda un poderoso catalizador para las ideas radicales, pero las verdaderas y profundas razones —por su visibilidad y popularidad— trascienden ampliamente las contingencias, y tienen su origen en las falacias y el mal manejo del proyecto europeo en sí mismo. Las elecciones, aparte de la apatía del votante, confirmaron una profunda malaise, una condición crónica que es tierra fértil para que germinen los eslóganes populistas.
Estas voces extremistas, aunque diversas entre sí, aparecen unidas por su postura euroescéptica, promotora del proteccionismo estatal, y de la antiinmigración (especialmente antimusulmana) ultranacionalista, xenófoba e incluso abiertamente racista. Las propuestas radicales y populistas resultan seductoras para el público hastiado con los problemas y el creciente costo de la vida diaria, desilusionado con los representantes políticos, indignado con los niveles de corrupción, la inercia burocrática, la dictadura del “gobierno” de Bruselas; ofendido por la hipocresía y cinismo de las élites.
Los europeos, cuya identidad común está puesta a prueba, se sienten sobrellevados por los excesos centralistas, por el despilfarro presupuestario de la Unión, como también por los procedimientos cada vez más ineficientes y menos transparentes de los políticos, que parecen muy lejanos e irreales desde sus puestos en las instituciones comunitarias.
Hay unas fuerzas centrífugas muy potentes y feroces actuando en Europa que generan polarización, radicalización social y movilización política en los extremos.
Los votantes erróneamente buscan identificarse con fuerzas que articulen sus angustias e señalen con claridad a los culpables —que en este caso son invariablemente la Unión Europea y los inmigrantes. Para solucionar los problemas, hay que deshacerse de los dos. El mecanismo del chivo expiatorio es claramente visible. Hay que temer el olvido y luchar contra el terrible mal de la amnesia histórica.
La “alternativa” de los movimientos populistas, nacionalistas y xenófobos constituye no una salida, sino una trampa. El déficit democrático y la asfixia centralizadora de la Unión Europea es un hecho, pero la devolución de los “plenos atributos” de la soberanía a los Estados nacionales que los populistas promueven, es aún peor. Es tan solo emprender un camino hacia un callejón sin salida donde se encuentran los nacionalismos económicos, el cierre de fronteras, la intolerancia de las diferencias, la instauración del miedo al “radicalmente otro” y una gama de políticas paternalistas del Estado.
La lección para nosotros, los del otro hemisferio, es mantener nuestra memoria viva, es estar alerta y sensibles ante las tentaciones nefastas que el pasado ha demostrado, es protegernos ante la atracción fatal del populismo —independientemente del extremo del que provenga—, es finalmente cuidar, por encima de todo, la libertad, la pluralidad y el diálogo.
Muchos de los movimientos extremos en Europa durante los últimos tiempos, tal como ha ocurrido ahora en las elecciones al Parlamento Europeo, han respetado y participado en los procesos democráticos de la competencia electoral. Pero precisamente de allí surge el potencial peligro, ya que este episodio pone en evidencia cómo los procedimientos democráticos del Estado de Derecho no necesariamente garantizan que los resultados sean para el beneficio del propio sistema. Y en Europa, como también en América Latina, debemos mantener claramente la memoria de ello.