EnglishEste año se cumple el aniversario número veinticinco de la caída del Muro de Berlín, acontecimiento que marcó simbólicamente el comienzo de una nueva era política y social, y a la vez el “fin de la historia”, en palabras de Francis Fukuyama.
Cuando Fukuyama anuncia que la historia está por terminarse, celebra la culminación del progreso político y social entendido como la inminencia y la legitimidad universal del modelo democrático-liberal, “el punto final de la evolución ideológica de la humanidad”, y el agotamiento definitivo de alternativas viables al liberalismo, tales como el bolchevismo, el fascismo, el nazismo y el marxismo, que caracterizaron buena parte de la historia del siglo XX. “El Estado que emerge al final de la historia es liberal en la medida que reconoce y protege, a través de un sistemas de leyes, el derecho universal del hombre a la libertad…”.
El fin de la Guerra Fría fue celebrado como el inicio de una nueva era de apertura política. Con la caída del Muro de Berlín y la intensificación de fenómenos transfronterizos sin precedentes, las fronteras y las barreras territoriales fueron declaradas obsoletas, de manera que parecía que el cuerpo rígido del Leviatán estaba siendo desmantelado para darle espacio a la ciudadanía pensada globalmente, más allá de los duros límites de los espacios territoriales.
No obstante, a la luz de los acontecimiento de las últimas décadas, es evidente que Fukuyama celebró un fin de la historia que nunca fue. De lo que somos testigos es que el liberalismo, la democracia y la libertad humana vuelven a encontrarse en peligro. Los enclaves renovados del espíritu autoritario –el sofocamiento del pluralismo social, el paternalismo estatal, la dictadura del colectivo, y las trabas a la autonomía individual– vuelven a formar parte, en nombre de la seguridad, la justicia social, o los llamados “derechos soberanos”, de la agenda de una cantidad creciente de estados nacionales en todo el mundo.
El Muro de Berlín cayó, pero en su lugar fueron erguidos decenas de nuevos muros; construcciones concretas que delimitan los contornos de los Estados. La obsolescencia del término “Guerra Fría” no significó de manera alguna ni el fin, ni la disminución del uso de barreras y dispositivos de seguridad en las fronteras entre Estados.
Hoy en día, a la luz de las dinámicas globales de internacionalización de mercados e inversiones, y de los avances en materia de comunicación, resulta paradójico y aterrador que las fronteras internacionales nuevamente se estén endureciendo, y que los proyectos de los muros fronterizos se consideren como soluciones políticas con cada vez más frecuencia. Si bien en todo el período 1945-1991 surgieron alrededor de 10 fronteras internacionales amuralladas, sólo durante las dos décadas posteriores este número se incrementó a 16. Pero después del 9/11, el número de este tipo de construcciones se disparó, sobrepasando la veintena. Llegamos a la puesta en marcha de la “política de los muros”.
Se trata de una especie de reacción anacrónica a los desafíos del presente. El Leviatán traga y consume a sus súbditos; expulsa a los que representan lo que el Estado arbitrariamente define como amenazas a la seguridad nacional, los denominados “actores clandestinos transnacionales”, entre los cuales se encuentran los terroristas, pero también en buena medida los inmigrantes ilegales.
Mientras que las fronteras y límites post-Westfalianos separaban a unidades políticas formalmente iguales en calidad de soberanos, los nuevos muros exhiben una desproporción sorprendente; crecen en contra de las personas, de los inmigrantes, de los pobres convertidos en “vagabundos” que huyen de sus lugares de origen sin esperanza; desaparecen, se desintegran en el intento de lograr mejores condiciones de vida. Y a veces en el mero intento de sobrevivir.
Los Estados que amurallan las fronteras le dan la espalda a la humanidad. Las personas que se encuentran a los pies del muro están ontológicamente desprovistas de atributos como la ciudadanía o la nacionalidad. La discriminación imperante en el regreso post-moderno al reordenamiento anacrónico puede ser capturada conceptualmente por el término “nuevos bárbaros”, que no son tan solo “primitivos” y “subdesarrollados”, sino también “radicalmente extraños”, enemigos, invasores ante portas.
El fenómeno de amurallamiento presagia una nueva configuración política global, donde los muros se convierten en un signo concreto del horrendo desafío a la libertad y de las tensiones subyacentes entre las esferas internas y externas de la soberanía, de la ciudadanía y de la humanidad. Cuando la muralla fronteriza deja de ser un fenómeno aislado para convertirse en tendencia global creciente, el riesgo es que los muros –esas construcciones físicas violentas siempre acompañadas por construcciones discursivas igualmente formidables– se conviertan en una herramienta política legitimada por la práctica internacional, sin que se indaguen, problematicen y condenen sus consecuencias políticas y éticas en ambos lados del muro.
Este fenómeno resulta especialmente notorio y alarmante en el caso de los Estados y sociedades que creen ser democráticos y liberales. Algunos de estos Estados que ahora amurallan sus fronteras en contra de los inmigrantes fueron en otras épocas autores y embajadores del sistema internacional de derechos humanos, declarando a las personas, y no a los ciudadanos, portadores de derechos universales independientemente de su nacionalidad.
El hecho de que sea posible un reconocimiento de los valores de la libertad y la democracia, y al mismo tiempo se le dé legitimidad a la “política de los muros”, pone en evidencia el oscuro momento que estamos viviendo.
Los apreciados conceptos de la libertad, la democracia y la justicia, cuyo triunfo celebrábamos hace apenas veinticinco años, inevitablemente se transforman y pervierten por la influencia de un mensaje arbitrario y feroz; un mensaje que retumba en los espacios fracturados, en los tímpanos de las personas violentadas a diario y a escala mundial por la tiranía de los muros, y cegadas por las largas sombras que éstos proyectan.