A partir de 1945 dos generaciones de economistas venezolanos, ligados a Acción Democrática y COPEI, los partidos hegemónicos de la era democrática, convencieron al país que la política económica liberal, magníficamente ejecutada a partir del nombramiento de Román Cárdenas como ministro de Hacienda en 1913, y la cual estaba centrada en mantener el poder adquisitivo del bolívar y generar estabilidad, era errada y había engendrado las causas que eventualmente convirtieron a Venezuela en una nación mono-productora, totalmente dependiente de la industria petrolera.
Según esta versión de la historia económica venezolana, la decisión del gobierno en 1934 de mantener la paridad histórica del bolívar, su valor en oro, a pesar de la devaluación del dólar y seguidamente de prácticamente todas las monedas del planeta a partir del 30 de enero de ese año, ha sido históricamente señalada como el germen de la destrucción de la agricultura venezolana.
Paralelamente, decenas de economistas adeptos a la social democracia argumentaron por años que la paridad del bolívar, inalterable durante 91 años, y que convirtió a la moneda venezolana en la más sólida del planeta, estaba únicamente sostenida por la enorme producción petrolera del país e impedía la creación de empresas exportadoras en otros sectores productivos.
También mucho se ha escrito sobre la “enfermedad holandesa” que aqueja a los países ricos en recursos naturales, y como, supuestamente, Venezuela es uno de los mejores ejemplos de la veracidad y exactitud de este análisis económico.
Luego de casi 50 años de recibir este adoctrinamiento, la mayor parte del país llegó a aceptar estas teorías como verdades indiscutibles. Tan cierta es la Ley de la Gravedad, como el hecho que la fortaleza del bolívar destruyó la agricultura venezolana y dejó a la nación totalmente dependiente de la renta petrolera.
Afortunadamente un gran venezolano, economista, Asdrúbal Baptista, dedicó años a investigar las cifras históricas de la economía venezolana. Su gran obra, Bases Cuantitativas de la Economía Venezolana, contiene todas las cifras relevantes desde 1830. Cualquier analista moderno que analice los datos históricos puede percatarse de la falsedad de estas teorías que se tanto arraigaron en la mente de los venezolanos.
Uno de los episodios más citados por quienes defienden la tesis que la fortaleza del bolívar perjudicó a los sectores productivos no petroleros es la “revaluación” del bolívar de Bs. 5,20/$ a Bs. 3,06/$ en 1934. Esta “revaluación” no fue tal, sino fue un ajuste producto de la devaluación del dólar frente al oro en Enero de ese año, acción que fue calcada por casi todo el resto de los países del mundo, pero no Venezuela.
Si fuese cierto lo que nuestros economistas social demócratas sostuvieron por décadas, las estadísticas han debido demostrar la destrucción de la producción agrícola venezolana y la caída vertiginosa de las exportaciones de café y cacao (Venezuela era el tercer productor mundial de café y estaba entre los 5 primeros en producción de cacao).
Las cifras desmienten totalmente esa teoría. A precios constantes de 1968, las exportaciones de café y cacao llegaban a Bs.64.3 millones en 1933, un año antes de la “revaluación” del bolívar. Tres años después de la “revaluación, en 1937, las exportaciones de café y cacao llegaban a Bs. 101.8 millones, un aumento de 58%. En 1951, con el bolívar aún en Bs. 3.35/$, las exportaciones de café y cacao alcanzaron los valores históricos más altos desde 1920.
Por un breve período entre 1934 y 1946, el gobierno otorgó algunos subsidios al los exportadores de café y cacao, pero estos fueron eliminados precisamente porque la recuperación del sector se hizo evidente.
La realidad es que los precios del café y del cacao cayeron conjuntamente con los precios de todos los demás productos agrícolas a nivel mundial a partir de la Gran Depresión. El valor de las exportaciones venezolanas de esos productos se hundió en más de un 80% entre 1929 y 1931, años antes de la “revaluación” del bolívar. Lo mismo sucedió en otros países con otros productos del agro. Basta señalar las estadísticas del precio del trigo en Argentina para esos años.
Para 1960 las exportaciones de café y cacao venezolanas tenían un valor, a precios constantes, equivalente a cinco veces su valor en 1920. El recuerdo de esa generación de los graves momentos sufridos por esos agricultores en la década de 1930 no tiene nada que ver con la fortaleza del bolívar, sino con la depresión en los precios agrícolas que duró hasta terminada la Segunda Guerra Mundial.
Pero hay más. Baptista publica las estadísticas del PTB agrícola en bolívares constantes de 1936. Esas cifras demuestran que el PTB agrícola continuó creciendo aún después de 1934, y para 1936 superaba su pico histórico. Baptista también publica el índice de producción de alimentos, comenzando con 1936. Para 1956 la producción de alimentos había aumentado por un factor de 8,6.
Si tomamos las exportaciones totales NO petroleras, no solo las agrícolas, vemos como de igual forma la “revaluación” de 1934 no afecta las mismas. Es la guerra la que afecta las exportaciones a partir de 1939. Luego de terminada la guerra, las exportaciones no petroleras de Venezuela en 1960 llegan, a valores constantes, a una cifra 4 veces mayor que las de 1930. Esto, mientras Venezuela en ese período tenía la moneda más fuerte del planeta.
Entre 1939 y 1972 Venezuela tuvo las protecciones arancelarias más bajas del mundo. Hasta 1960 había una política de apertura al comercio solo igualada hasta ese momento por la entonces colonia británica de Hong Kong. A partir de ese año los gobiernos venezolanos intentan implementar una política de sustitución de importaciones copiada de nuestros vecinos suramericanos, pero la existencia de un Tratado Comercial con EEUU, vigente desde 1939, impedía que esas políticas llegaran a los extremos de países como Argentina, Colombia, o España en esos años. En 1972 quedó anulado el tratado con Estados Unidos y realmente comenzó la era proteccionista, la cual como veremos más abajo, no era necesaria para el desarrollo de la industria.
A pesar de contar con esa moneda “rígida e inflexible” que era el bolívar, entre 1940 y 1960 el índice de producción industrial se incrementa por un factor de 6. Es decir, la producción manufacturera del país creció a 6 veces la magnitud que tenía 20 años antes. Entre 1948 y 1958 la manufactura de prendas de vestir aumentó por un factor de 8,4. La producción de productos metálicos se multiplica 21 veces y en 1951 comienza el ensamblaje de vehículos en el país, mientras la tasa arancelaria se mantenía incólume en 10%. En solo 7 años, la producción automotriz se triplica, sin protecciones arancelarias.
En resumen, queda demostrado que es totalmente incierto que el hecho que Venezuela tuviese la moneda más estable del mundo, la única que mantuvo su paridad y convertibilidad absoluta con el oro desde 1870 hasta 1961, haya causado la destrucción de su aparato productivo o sea síntoma alguno de “enfermedad holandesa”. Todo lo contrario, fue la confianza que daba al ahorrista y al inversionista la solidez de nuestra moneda, aunada a una política sostenida en el tiempo de apertura hacia al mundo la que generó resultados que, desde 1972, jamás se volvieron a igualar.
La percepción que la actividad económica de los sectores no petroleros quedó afectada o disminuida por los efectos de la producción y exportación petrolera, es eso, una percepción que no tiene ninguna base en la realidad de las cifras.
Esa percepción viene dada por el hecho que, por excelentes que fueran las cifras de crecimiento en otros sectores, las cifras de crecimiento del sector petrolero fueron exponencialmente mayores.
Para 1960 Venezuela era el segundo productor y primer exportador mundial de petróleo. Ese año, las exportaciones petroleras venezolanas representaron el 66% del comercio internacional de ese producto. Cifra insólita y jamás igualada por otra nación.
Las inversiones generadas por la actividad petrolera fueron de tal magnitud que todavía en 1973 el stock de inversión extranjera en Venezuela era mayor que el de todo el resto de Sur América sumado, Brasil incluido. Ese año los depósitos bancarios venezolanos tenían un valor mayor que el de todas las naciones andinas, Chile incluido, sumadas.
El hecho que la actividad petrolera “enanizara” al resto de las actividades, produjo una percepción tal que tapó el desempeño estelar del resto de los sectores productivos venezolanos en el período 1930-1973.
Lamentablemente, a partir de 1974, con la estatización del Banco Central de Venezuela y las estatizaciones de la actividad petrolera y minera del país, terminó el período de estabilidad monetaria.
Fue debido a la estatización del BCV y el abandono de las políticas de apertura comercial a partir de esos años que Venezuela, al fin, sufrió la “enfermedad holandesa” que el país había evitado hasta entonces, a pesar de un auge petrolero inigualado en la historia.
Lamentablemente, economistas enamorados de modelos aplicados en Sur América en los años sesenta, y luego de un análisis superficial de las causas del declive venezolano desde 1974, impusieron a la nación un esquema monetario, a partir de 1989, que destruyó en muy poco tiempo el poder adquisitivo de los asalariados, generó altísimas tasas de inflación en un país que hasta entonces no había sufrido ese flagelo, y produjo la liquidación de buena parte del sector productivo creado antes de 1974.
Esa idea, dramáticamente errada, que una nación necesita una “moneda competitiva” y “flexible”, engendró el descontento que le quitó las bases al gobierno aperturista de Carlos Andrés Pérez y eventualmente llevó al poder a quien terminaría por destruir toda la riqueza acumulada en el país desde su independencia, Hugo Chávez.
Quienes defienden la tesis de la “moneda competitiva” están realmente defendiendo un modelo económico basado en bajos salarios y baja productividad.
En este momento, la primera prioridad para todo venezolano debe ser la de unirse a cualquier esfuerzo para librarnos de la tiranía narco-comunista que nos aplasta. Sin embargo, tenemos que cuidarnos, una vez rotas las cadenas que nos agobian, de no cometer de nuevo errores que destruyeron la otrora nación más prospera del continente.
Luis Henrique Ball es fundador y Director del PanAm Post