Una diversidad de fuentes corrobora que el estratega James Carville, en la campaña electoral de Bill Clinton (l992) propuso tres mensajes con respecto a temas de la vida diaria: 1. Cambio vs más de lo mismo 2. Es la economía, estúpido y 3. No olvidar el sistema de salud. El candidato republicano fue George H. W. Bush. El triunfo de Clinton, como se lee, puso término a 12 años de “republicanismo”.
En las cercanísimas elecciones compiten por el Partido Republicano el expresidente Donald Trump y Kamala Harris, por los demócratas, quien ha venido ejerciendo la vicepresidencia en el gobierno de Joe Biden. Sería oportuno preguntarse, por tanto, si proseguirían siendo útiles los mensajes que para entendidos contribuyeron en lo que respecta a “el triunfo demócrata de Clinton”.
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Los profesores Andrés Borenstein y Gabriel Llorens Rocha adelantan que la férrea competencia en las elecciones conlleva a propuestas dirigidas a “un bienestar de corto plazo”. Es algo que entra en la coctelera política, incluso de los países más estables. Hay una dosis de “cortoplacismo” que alimenta “la comunicación económica de la política”. Estiman, asimismo, que las providencias ofertadas son “de dudoso cumplimiento”, pero, además, atemorizan a una porción de contribuyentes convencidos de que si “los políticos gastan como locos en el corto plazo, lo erogado se pagaría con una futura tributación que pecharían sus bolsillos”. Preguntarse si la objeción chocaría con la máxima de que “la intervención del Estado, de usársele con eficiencia, estabiliza la economía”, pareciera tener sentido. Los académicos se refieren a Argentina, donde ha sucedido de todo y para todo.
A Clinton, en principio, “los mensajes de Carville” le ayudaron, si se toma en cuenta que fue reelecto en la Presidencia, razón para presumir que no se quedó en “el cortoplacismo” que alimenta “la política electoral” y lo cual, también, comentan Borenstein y Llorens. Y que ha debido, por tanto, producirse, cuanto menos, una correspondencia, aunque no absoluta, entre lo ofertado y lo puesto en práctica. Un útil aserto no dejaría, por tanto, de ser de que la ambivalencia entre una y otra “daña a la democracia”, pero, también, a sus líderes y tal vez en una máxima escala.
En aras de comprender mejor el tema observemos que en criterio de otros analistas, de un lado existe una planificación dirigida a ganar elecciones, en esencia, de rápida puesta en práctica. Pero del otro, “un plan para gobernar a mediano y largo plazo”. La ecuación entre la oferta y un gobierno cónsono con aquella condujeron, en principio, tanto a la elección, como a la reelección del exgobernador de Arkansas “a la codiciada Casa Blanca”. Cabría preguntarse, con cierta lógica, por qué otros presidentes no han corrido con igual suerte. Pero, asimismo, cuál sería la de aquellos que desean ejercer la Presidencia por otro periodo. Y, adicionalmente, con “ofertas electorales similares”, por no decir las mismas.
Las apreciaciones evidencian “el mundo de la incertidumbre” en el cual vivimos, generando dudas con respecto a qué hacer, induciéndonos, hasta con cierta racionalidad, a imaginar la eficiencia de gobiernos ajenos a nuestros propios escenarios. El Nobel reitera, además, que “para la fecha el gobierno de Biden había alcanzado un crecimiento real”. En el libro se llama la atención, asimismo, con respecto al de “Las epidemias políticas”, del filósofo alemán Peter Sloterdijk, para quien “el populismo es la fase actual del malestar en la cultura”, camino para que “el cinismo de arriba” se encuentre con “el de abajo”. Fue en atención a las consideraciones expuestas que confirmáramos en aquellas páginas a “Paul Krugman” como “el defensor de Biden”.
Si a las pautas de la objetividad acudiéramos, habría de afirmarse que “la estrategia de gobierno” ha sido en la administración del demócrata Biden un reflejo de “la electoral”. Y conforme al mismo criterio habría de reafirmarse que pareciera no haber sucedido igual en lo concerniente a Donald Trump. No obstante, por cuanto la política es de una variabilidad extrema, no sería una sorpresa de que el republicano asuma de nuevo la primera magistratura. ¿Pudiera sostenerse, entonces, que no deja de ser ventajosa “la consensualidad” de la política electoral y la real? Pero, desde otro ángulo, no determinante.
En aras de confirmar sus aseveraciones los académicos Borenstein y Llorens se refieren a Carlos Menem, cuya campaña eleccionaria se fundamentó en “un salariazo”. Entendemos que los “pibes” anhelaban una remuneración seria por sus trabajos, pero lo que sobrevino, como arguyen los docentes, fue “una reforma del Estado, privatizaciones y una política promercado”, en su conjunto “la niña bonita del Fondo Monetario Internacional”.
Califican, asimismo, al gobierno como subastador de “un dólar barato y ofertante de tarifas públicas regaladas”. Da la impresión de que en Argentina se exageró y bastante en lo concerniente a “las bondades del Estado”.
En lo que respecta a los EEUU las dimensiones son extensas. De la lectura del periodista español Alonso Martínez se infiere que “la agenda electoral” del republicano está integrada por medidas más genéricas, que las particularizadas en la de la vicepresidente. Dada la autoridad del profesor Krugman no estaría demás preguntarse en qué medida lo que el Nobel acota beneficiaría a la última:1. El crecimiento del empleo sigue siendo sólido y el paro se mantiene en niveles históricamente bajos, 2. La inflación ha seguido bajando y ahora está más o menos en el objetivo del 2% de la Reserva Federal y 3. Este éxito ha desafiado la opinión de muchos economistas para quienes la desinflación demanda años de desempleo elevado. Finalmente reitera que las políticas progresistas y la prosperidad pueden ir de la mano.
Entendemos que el periodista español no duda en reiterar la importancia de la necesidad de una estrategia con respecto a las campañas electorales. Y que tiene claro que una sin ella están destinadas al fracaso.
Finalizamos este complicado ensayo, manifestando que “la suerte está echada”, como suele decirse, en lo tocante a “un pueblo que ha morado en democracia ya por largos siglos”. Y ello es sin dudas ventajoso, al comparárseles con otros. No obstante, ha de expresarse que “las divisiones siempre han existido en la historia de los Estados Unidos, como en la de cualquier país. Incluso han llevado a una guerra civil, la de Secesión (1861-1865). Pero no habían estado tan marcadas desde los años sesenta y la era de la lucha por los derechos civiles y la guerra de Vietnam”. A la humanidad no deja de angustiarle la situación.
Dios nos guíe a rezar en aras de “las naciones garantes de la humanidad” y que pongamos en práctica “la virtud de la humildad”, la cual, como leemos, consiste “en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo a este conocimiento”. Y que lo hagamos con honestidad. Y que prive el pensamiento racional y no el instintivo.