English“Los acontecimientos históricos aquí representados son verdaderos, y ocurrieron entre las fronteras de Argentina, Paraguay y Brasil en el año 1750”. Tal declaración al comienzo de una superproducción de US$20 millones de Hollywood es suficiente para encender las alarmas, y el contenido de The Mission —una película de 1986 dirigida por Paul Joffe— no es sino fantasioso.
En cuestión de minutos, observamos el martirio al lado de una cascada de un sacerdote jesuita a manos del cacique de la tribu guaraní a la que ha sido enviado a convertir. Poco después, el imperturbable padre Gabriel (Jeremy Irons) escala las mismas cascadas en sotana y sandalias. Se las arregla para convertir a los nativos, que quedan fascinados tan solo con su confiable oboe, mientras el esclavista español Rodrigo Mendoza (Robert De Niro) pasa, con el ceño fruncido, transportando su carga humana para la venta en la ciudad.
La historia se desarrolla a gran velocidad. Mendoza mata a su propio hermano en una pelea por amor, y se quiebra por la culpa. Gabriel le ofrece una oportunidad de redención en la misión que florece en las cataratas, donde los jesuitas y los “indígenas” conviven en sencilla y productiva armonía. Pero la fuerza de las coronas española y portuguesa obligan a Mendoza a volver a sus antiguos métodos violentos para tratar de proteger el Paraíso cuasi-socialista que los jesuitas labraron en la naturaleza.
Una Experiencia Única
Gran parte del telón de fondo de la película se basa en una extraña realidad. A partir de 1609, a los misioneros Jesuitas —recién llegados al Nuevo Mundo, siendo su orden fundada en 1534— se les otorgó la licencia para crear un mosaico de misiones a través de las actuales Bolivia, Paraguay, Argentina y Brasil. Las misiones eran el hogar de un nuevo experimento radical en la convivencia entre colonizadores y colonizados: en lugar de la conversión forzada, o de la negación y el abuso perpetrados abiertamente en otras partes, los jesuitas combinaron las tradiciones indígenas con las tecnologías europeas para crear asentamientos notablemente exitosos.
Los visitantes observaron los impactantes logros artísticos de las misiones: desde elaboradas tallas de madera religiosas a orquestas y coros que competían con cualquiera de los de la Europa barroca. Su monopolio sobre la producción de la yerba mate y el ganado ayudaron a aprovisionar a la floreciente ciudad de Buenos Aires, río abajo, y las ganancias se destinaron a mejoras en la comunidad. Los restos de muchas de las misiones siguen hoy en pie en Paraguay y Argentina: construcciones sorprendentes de ladrillo establecidas con el mismo patrón rígido, abiertas al cielo, con hierba creciendo en las naves de sus iglesias.
La película merece crédito, y fue galardonada con múltiples nominaciones a los Premios de la Academia en su momento, por llamar la atención sobre un capítulo olvidado de la Historia. Es sin lugar a dudas una poderosa obra dramática, y una reflexión sobre el redentor y subversivo poder de la Fe. De Niro coloca todos sus métodos de actuación en el papel: se ve cerca de quebrarse como Mendoza, mientras se arrastra, vestido con una armadura, hacia las cataratas, en un acto de penitencia que se convierte en toda una metáfora visual.
Hechos y Ficción
Sin embargo, la pretensión de veracidad histórica de la película se ve socavada por un mensaje politizado: retrata a los jesuitas como los líderes benevolentes de una sociedad indígena pasiva contra los males de la Colonia. De ahí la decisión de presentar a sacerdotes que luchan y mueren junto a su feligresía en la versión cinematográfica de la batalla de Caaibaté (1776) contra el desalojo español y portugués, a pesar de no hay ninguna evidencia que apoye esto: en realidad los indígenas eran liderados por jefes guaraníes, incluyendo la heroica Sepé Tiaraju.
Los guaraníes habían sido durante mucho tiempo una fuerza militar efectiva bajo el mando de los jesuitas, combatiendo a los bandeirantes (esclavistas) brasileños en la batalla de Mboré (1641) por medio de un uso efectivo de las armas y la caballería. Las misiones, por otra parte, tienen sus raíces en los intereses materiales de la España colonial, y actúan como una contención frente al creciente Imperio portugués a lo largo de una frontera poco definida. Las palizas y encarcelamientos fueron algunas de las herramientas menos gratas de conversión por parte de los Jesuítas, y las devastadoras epidemias mataron a 50.000 guaraníes solo entre 1735 y 1739.
Estudios más recientes sobre las misiones han enfatizado cómo las poblaciones locales no eran los “niños” pasivos que muestra la película: en lugar de ello, a menudo, luchaban contra los asentamientos jesuítas según lo que dictaban sus objetivos políticos y materiales. Joffe deja tales matices en el camino, y el texto final de la película los abandona por completo: “Los indígenas de América del Sur todavía están comprometidos en una lucha por defender su tierra y su cultura, al igual que lo hacen muchos de los sacerdotes que, inspirados por la Fe y el amor, siguen apoyando los derechos de los indígenas con sus propias vidas”.
Insinuaciones coloniales
El telón de fondo de la Teología de la Liberación fue reconocido explícitamente por Joffe como muy influyente en su trabajo, recién llegado de hacer The Killing Fields (1984). El asesinato del arzobispo de San Salvador, Óscar Romero, en 1980, estaba sin duda fresco en la mente de los realizadores. Sin embargo, cualquiera que fuese el papel de la Iglesia en la denuncia de los abusos contra los derechos humanos en el siglo XX, la película falla en llevar estas denuncias atrás por varios siglos.
Al centrarse demasiado en alabar a los jesuitas paradójicamente hace un daño a varios pueblos indígenas de la región, pues encubre sus identidades y los convierte en una masa homogénea. En esta línea viene la decisión de construir los personajes con poblaciones indígenas colombianas en lugar de los lugareños paraguayos, que según Joffe, carecían de la necesaria combinación de “inocencia” y “confianza”.
Sin embargo, esta mezcla de lo religioso y material, viejo y nuevo, definió a los asentamientos jesuitas, y aún se puede ver hoy en la región.
En una celebración del Viernes Santo en Tañarandy, al sur de Paraguay, los feligreses encendieron antorchas, cantaron himnos e hicieron una procesión de sus imágenes religiosas: el hechizo del siglo 17 sólo se rompió cuando un avión no tripulado que filmaba el evento para un canal local de noticias casi chocó con la Virgen María y se estrelló.
Estas contradicciones son la esencia de la historia de las misiones. Quizás resultaron demasiado complejas para una película de buenos contra malos, donde se puede distinguir a los chicos malos a una milla de distancia: son los que no cargan puesto un hábito.
Traducido por Johanna Villasmil. Editado por Pedro García Otero.