English Cualquiera que haya pasado tiempo al aire libre lo habrá escuchado: “Amé esa película, Camino Salvaje, ¿sabes? En serio me inspiró”, dirá un estribillo tan inevitable como la gorrita, la mochila gigante y las sandalias de excursión.
La película de 2007, basada en un libro del mismo nombre, narra las aventuras de un joven californiano, Christopher McCandless, quien se adentró en Alaska en abril en 1992 y fue encontrado, muerto por inanición, cinco meses después. Pero mucho más material —que inspiró, incluso, a este joven aventurero— puede ser encontrado unos 150 años atrás.
Desde 1845, el escritor y poeta Henry David Thoreau realizó su propio experimento de supervivencia en la naturaleza, enfrentado fuertes inviernos en una cabaña construida por él mismo en el lago Walden en Massachusetts. Durante un poco más de dos años cultivó sus propias cosechas, recogió su propio combustible y se negó a pagar impuestos: fue el primer supervivencialista libertario.
“Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente enfrentar sólo los hechos esenciales de la vida, y ver si no podía aprender lo que ella tenía que enseñar ,(…)Quise vivir profundamente y extraer toda la médula de la vida, vivir en forma tan dura y espartana como para derrotar todo lo que no fuera vida…”.
Esto escribió Thoreau, egresado de Harvard, en su relato de 1854, Walden o la vida en los bosques, hoy, una de las lecturas clásicas de Estados Unidos. Pero tal postura tiene sus riesgos. El escritor estadounidense John Updike, señaló que el atesorado estatus de Thoreau entre los que “viven de la naturaleza, son preservacionistas, antiempresas y creen en la desobediencia civil” significa que el libro “tiene el riesgo de ser tan venerado —y no leído— como lo es la Biblia”.
La Riqueza de la Naturaleza
Pero la obra de Thoreau, en parte experiencias y en parte reflexiones sobre el mundo de la naturaleza, tiene mucho que ofrecer. Walden se vuelve una historia satírica de la sociedad en Nueva Inglaterra, una fuerte crítica hacia los políticos mediocres, y un intenso documento histórico. Es también un libro para nuestros tiempos, demostrando cómo los individuos pueden forjar cambios en sí mismos.
Thoreau no se fue muy lejos para vivir su epifanía —estaba a unas pocas millas de Concord, Massachusetts, en tierras que eran propiedad de su benefactor y compañero, el poeta Walt Whitman—, y paseaba por el pueblo cuando quería.
Los paisajes de Thoreau están poblados por senderos de caza, por problemáticos inquilinos irlandeses y ruinas misteriosas.
Pero desde su cabaña de madera y yeso, Thoreau pudo observar con detenimiento los cambios de las estaciones. Los gansos y los patos que migraban, iban y venían; conejos salvajes construían nidos bajo su casa; las ardillas prácticamente comían granos de su mano.
Su descripción de pescar en plena noche, con las estrellas reflejadas en el lago, es impresionante. Y cuando el estanque se congela, volviéndose una espesa capa de hielo, llegan los trabajadores para tallarlo en gruesos bloques para llevárselo: “Los sofocantes habitantes de Charleston y Nueva Orleans, de Madras y Bombai y Calcuta, beben de mi pozo… Las puras aguas de Walden se mezclan con las sagradas del Ganges”.
Para el fuerte sentido moral de Thoreau sobre la naturaleza —él cree que el “destino” de el hombre es dejar de comer carne, tal como previamente se había extinguido el canibalismo—, no existe una diferencia de la naturaleza con la humanidad. Su paisaje está poblado por senderos de caza, por problemáticos inquilinos irlandeses y ruinas misteriosas.
Y, a pesar de su fuerte posición antigobierno y proempresa, se lamenta de la cruel destrucción de los bosques, cometida por aquellos que no aprecian su valor en el largo plazo, pensando solo en el “valor monetario”.
Escapando de la “sociedad de extraños”
El espiritualismo de Thoreau puede no llevarse muy bien con los liberales contemporáneos. Pero pasar una noche en las celdas en Concord por no pagar impuestos parece haber consolidado un desagrado por el incesante intento de la sociedad por “buscar y molestar [lo individual] y sus sucias instituciones” y “desesperar a la sociedad anticuada”.
El mejor gobierno es el que no gobierna en absoluto, y cuando los hombres estén preparados para él, éste será el tipo de gobierno que todos tendrán
Es incluso tentador verlo como un promotor del anarquismo, más tarde sugiriendo en su influyente ensayo Desobediencia Civil que “el mejor gobierno es el que no gobierna en absoluto, y cuando los hombres estén preparados para él, éste será el tipo de gobierno que todos tendrán”.
Su posición es más gradualista que la de los “hombres sin gobierno”; en vez de esto nos dice: “No, no pediré que se anule enseguida toda forma de gobierno, sino que se nos dé enseguida un gobierno mejor. Que cada hombre haga saber qué clase de Gobierno gozaría de su respeto, y ése será el primer paso para conseguirlo”.
Para Thoreau, la experiencia en el lago Walden lo dotó de una fuerte noción de la política del individuo y del “alentador hecho” de “la incuestionable capacidad del hombre para elevar su vida gracias a un esfuerzo consciente”.
Autosuficiencia Humana
Él concluye que “en cuanto al hacer el bien (…) es una de estas profesiones servida con creces”, y critica a aquellos que conceden grandes cantidades de dinero y tiempo a la caridad, mientras viven “sobre las espaldas de otro hombre”.
En su llamado a abordar la raíz de la maldad en vez de las ramas, Thoreau tendría mucho en común con críticos de la ayuda internacional, y con defensores de las reducciones de barreras, y las desventajas injustas en el comercio global.
En última instancia, Walden es una aguda defensa de la ética del individuo, la cual, sin embargo, debe ser practicada sin dañar a uno solo de los demás habitantes con los que compartimos planeta. Es un fuerte argumento contra el trabajo constante sin esparcimiento, y contra los lujos modernos sin las riquezas del mundo natural, que se mostrarán vacíos, a largo plazo.
“Tenemos necesidad de ser tonificados por la naturaleza agreste… deseamos que todo siga misterioso e inexpugnable, que la tierra y el mar sean infinitamente salvajes, ariscos e insondables,” concluye Thoreau.
Necesitamos “las riberas de los océanos salpicadas de naufragios, de las vastedades vírgenes, con sus árboles vivos y sus árboles muertos, de las nubes preñadas de tormentas, de la lluvia de tres semanas”. Por supuesto, eso es asumiendo que se pueda encontrar un pedazo de naturaleza sin una manada de hombres con sandalias.