Finalmente en el 2016 llegó a Colombia el cese de hostilidades entre el gobierno y la guerrilla de las Farc. Las acciones ofensivas de la guerrilla y los combates contra la fuerza pública cayeron hasta virtualmente desaparecer, se firmaron los acuerdos de la Habana, se celebró con entusiasmo el “silencio de los fusiles” y presenciamos todos juntos lo que el Presidente Juan Manuel Santos denominó pomposamente “el último día de la guerra”. Sin embargo, nada parece haber cambiado. Todo, o casi todo, sigue igual.
Según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), tan solo en el primer trimestre del 2017 fueron víctimas del desplazamiento más de 3.549 personas. De igual forma, las noticias de secuestros en diferentes zonas del país continúan llegando, los asesinatos a líderes sociales siguen ocurriendo con preocupante frecuencia y los casos de extorsión en algunas zonas del país tradicionalmente ocupadas por las Farc no dejan de reportarse.
El conflicto sigue “tan vivo como siempre”, sentenció Amnistía Internacional en un comunicado de marzo del 2017 y no con poca razón: Colombia pasó de presenciar 12.193 homicidios en el año 2015 a 12.000 homicidios en el 2016, año del cese bilateral de la firma del acuerdo y período en el que el propio Centro de Recursos para el Análisis del Conflicto (CERAC) reportó una caída casi absoluta de las acciones ofensivas de las Farc.
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Para tener el panorama un poco más completo, en los años 2012, 2013 y 2014 se produjeron, respectivamente, 15.727, 14.294 y 12.625 homicidios. Dicho de otra forma, la reducción de los homicidios en los periodos 2012 – 2013; 2013 – 2014 y 2014 – 2015 fue de 9,1%, 11,7% y 3,4% respectivamente.
¿Cómo es posible entonces que si los casi 7.000 miembros de las Farc no estaban ejerciendo ninguna acción armada, la diferencia de la violencia homicida entre el 2015 – cuando la cruenta guerra seguía vigente- y el 2016 –año de paz- haya sido apenas del 1,5%? ¿Por qué los acuerdos de paz están fallando en alcanzar el que es el más elemental de sus objetivos, la disminución de la violencia homicida?
La principal razón que explica este fenómeno es que las negociaciones partieron de mitos que de ninguna manera se acercaban a la comprensión de la verdadera naturaleza de la violencia homicida del país. En primer lugar, se desestimó la dimensión del problema mundial de las drogas y artificialmente se redujo a una situación potencialmente solucionable entre sólo dos partes: el Estado colombiano y la guerrilla de las Farc.
En segundo lugar se olvidó que la violencia homicida en Colombia no es un asunto cultural. Es decir, la violencia no es aleatoria, dispersa e impredecible, sino que se concentra en lugares específicos. Para hacerse una idea de la extrema focalización, si se excluyen los principales centros urbanos, se obtiene que sólo 340 de los 1.103 municipios de Colombia alcanzaron en las últimas décadas a concentrar por varios años alrededor de 80% de los homicidios del país.
En tercer lugar, en las negociaciones se subestimó la capacidad de fuego de los grupos armados que entrarían a disputarse los territorios abandonados por la guerrilla. Al mismo tiempo, se sobredimensionó la relevancia de las Farc y, a toda costa, el gobierno le ofreció a esa guerrilla privilegios absurdos con tal de firmar el acuerdo. Mientras tanto, se olvidó que existe una clara convergencia geográfica entre los cultivos de coca, las rutas del tráfico de drogas, la presencia de grupos armados y estos focos de violencia mencionados anteriormente.
En otras palabras, se omitió que el motor de la violencia homicida no es la ideología comunista, sino el muy rentable negocio de la cocaína y, en una proporción menor, de la minería ilegal. Expresado de una forma cruda, en términos de violencia homicida, es irrelevante si se ofrecen cursos de capacitación y hasta tres salarios mínimos a los guerrilleros rasos para que se desmovilicen si el negocio de la cocaína produce más de 4.500 millones de dólares anuales (con un dólar a casi COP$3.000).
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Por esto no sorprende que sigan activos los frentes 1, 14, 7, 43, 36 y 58, más la columna móvil ‘Daniel Aldana’, en territorios de Guaviare, Vaupés, Nariño, Caquetá, Meta y Antioquia. Pero tampoco extraña que los investigadores de la Fiscalía hayan encontrado que -comparado con el año 2015- en el año 2016 se haya presentado un incremento de los homicidios en zonas históricamente violentas como Amazonas (46 %), Norte de Santander (45 %), Chocó (38 %), Córdoba (34 %), Tolima (29 %), Antioquia (25 %), Nariño (20 %) y Huila (16 %).
El último día de la guerra con las Farc llegó, dejando para el país una violencia homicida intacta que, por haber cambiado de razón social, algunos analistas inexplicablemente consideran un triunfo contundente del acuerdo. Sin embargo, al ver el panorama completo, es decir, sin prestar atención al brazalete distintivo del que descarga su arma, sino fijándose en las víctimas que reciben los disparos, la ínfima reducción de la violencia homicida en Colombia es una clara señal de que los privilegios para las Farc fueron simplemente una extravagancia innecesaria y que, muy a pesar de todos los que lo apoyaron ciegamente, el acuerdo de La Habana empieza a verse como un fracaso monumental.