La realidad latinoamericana es fluctuante. Nuestra región está conformada por países pobres asentados sobre enormes riquezas, que si bien han permitido que existan períodos de bonanza, la variación de sus precios provocan crisis pronunciadas en la Región. Es una pregunta constante, por qué en Latinoamérica siempre hablamos de crisis, sea económica, política, social, bélica, o la suma de estos cuatros factores, pareciere que en la región siempre hay un conato de incendio que sólo espera de viento favorable para arder.
Hasta hace 40 años América Latina era más rica que países como Alemania, los estados socialistas de Europa del Este, los Emiratos del golfo pérsico, Corea del Sur o Singapur, y mientras, hoy en día, dichos países son modelos de crecimiento y desarrollo, nuestra región sigue estancada en el ciclo de los commodities: altos precios de un mineral y hay estabilidad en la región; bajos precios, y la fragilidad de nuestra economía queda en exhibición.
Cuando en los años 80 del siglo XX, la Organización de Estados Americanos (OEA) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) plantearon un Código Tributario para América Latina, ambas organizaciones buscaban preparar a nuestros países para el siglo XXI. Crear estructuras fiscales sólidas capaces de contener las crisis, generar riquezas más allá de aquella que ingresa por las aduanas, y sobre todo que los países pudiesen contar con recursos para invertir en su desarrollo.
A partir de ello, si bien, algunas de las economías locales han logrado generar una abundante recaudación tributaria, aún los ingresos a las arcas fiscales son fuertemente dominados por el sector primario de la actividad económica, es decir, el extractivo de recursos naturales, quedando al debe en la transformación y en la innovación que resultan claves en el desarrollo económica.
En la actualidad, no sólo en cuanto a lo sanitario, América Latina es la región que más ha sufrido frente a los embates del virus SARS – Cov – 2. Desde marzo de 2020, cuando se registraron los primeros casos en la región, la economía ha decrecido exponencialmente. El promedio proyectado de caída de la actividad económica ronda el 9 % de acuerdo a las cifras ofrecidas por la CEPAL. Perú, Argentina y Ecuador encabezan la lista con un crecimiento negativo del 10 %.
El factor preponderante en estas abruptas bajadas de las economías locales, que sigue al estrepitoso descenso del consumo interno, se debe a la caída de los precios internacionales de los commodities: el barril de petróleo registró su mayor caída en la historia alcanzando precios negativos, el cobre se ha mantenido en un precio por debajo de los 2,86 dólares por libra, precio en base al cual se diseñó el presupuesto fiscal para países como Chile en el año 2020.
En el particular caso de Chile, el país goza de una de las mayores reservas de cobre y litio, los dos minerales considerados fundamentales para el futuro. El cobre necesario en la elaboración de conductores y semiconductores, y el litio, preciado componente de las baterías eléctricas abundan en las áridas tierras del desierto de Atacama. Por una parte el Cobre es predominantemente explotado por la empresa estatal CODELCO, la que sobrevivió al voraz proceso de privatización que estuvo vigente desde los años ochenta del siglo pasado hasta los primeros años del siglo XXI, gracias a ser la mayor fuente de aporte monetario para el gasto fiscal de las Fuerzas Armadas.
Por otra parte, el mineral de Litio, del que Chile posee el 52 % de las reservas mundiales, es explotado por empresas privadas, por lo que el Estado sólo tiene acceso a la recaudación tributaria de dicha riqueza, que tiene una creciente demanda a nivel internacional, pero no participa directamente en ella. Hoy en día el litio está presente en las baterías de cualquier componente electrónico, desde computadores hasta teléfonos celulares, pasando por juguetes, accesorios, equipos electrodomésticos, hasta insumos necesarios para la medicina moderna.
Sin embargo en Chile, a pesar de tener las mayores reservas de dichos metales, sólo se limita a exportarlos como productos primarios, y así mientras el cobre y el litio abandonan los puertos del país en barras y sacos, regresan, a precios más elevados en forma de cables, conductores, semiconductores y baterías que inundan el mercado local. Irónicamente un teléfono celular patentado en EE.UU y fabricado en China, para luego ser vendido en Chile, y en el resto de Latinoamérica, tiene cobre y litio chilenos.
A la fecha, al igual que otros en la región, Chile sigue empeñado en la producción de materias primas, los llamados commodities como medio de subsistencia de su economía, los mismos que cada día van siendo reemplazados por compuestos alternos en los mercados internacionales. Mientras que en el desierto de Atacama millones de barras de cobre son forjadas desde sus entrañas para la venta en el primer mundo, países de Europa y Asia practican la minería urbana; el cobre se está comenzando a recolectar de los desechos, y poco a poco, la demanda de la materia prima irá decayendo en post de las políticas de reciclaje.
Este fenómeno no es novedoso en la región, ha sido parte de su historia más temprana. Desde la época de la colonia, este lado del mundo ha sido la fuente de materias primas para el resto, comenzó con el café, el cacao, las perlas del caribe, el oro y la plata de los virreinatos del imperio español; esta política fue continuada por los gobiernos republicanos, sumando a ellos grandes riquezas minerales como el cobre, el salitre y petróleo.
Así pues, urge la necesidad que la región desarrolle verdadera riqueza, no la que proviene de las materias primas, sino la que nace de la innovación, de la inversión en ciencia y el desarrollo de patentes. Nuestra región es absolutamente dependiente de las importaciones chinas y de la transferencia tecnológica de EE. UU y Europa. Mientras los llamados países desarrollados usaron sus recursos, y en su mayoría los expoliados en otras partes del globo, para el desarrollo tecnológico, nuestros países poco han seguido un modelo económico pro innovación.
Contrario a lo que dicen los indicadores, la región es rica en recursos naturales y en recursos humanos, pero se hace necesaria una verdadera política de inversión para que la prioridad, más allá de los ejércitos nacionales, los altos sueldos de los funcionarios públicos y políticas comunicaciones que caracterizan a los gobiernos locales, sean destinados a las Universidades, donde reside la verdadera riqueza de una sociedad. Es una necesidad imperiosa formar el capital humano, y retenerlo. Que los países de la región sean capaces de no sólo de cosechar, sino de transformar, dar usos alternos y desarrollar el potencial de sus riquezas.
Lamentablemente Chile, así como el resto de la región confía in extremis en las cifras optimistas, que muestran crecimientos económicos para 2021 y 2022 que superan el 5% en promedio. Sin embargo, aún la región no supera la crisis sanitaria – y especialmente social – que trajo consigo la peste china, lo que pone serias dudas sobre el hecho, si el próximo súper ciclo de commodities que se avizora en el horizonte, representará mayor riquezas para las naciones, o sólo rellenará los baches económicos que está dejando esta coyuntura.
Es por ello que América Latina debe sembrar su riqueza, no sólo venderla, no sólo sembrar los campos sino sembrar recursos en las personas. No sólo extraer minerales de la tierra, sino extraer y fomentar el talento de sus científicos, y sobre todo financiar la única herramienta capaz de vencer la pobreza, el conocimiento. Con estas políticas, quizás en el futuro, alguien pueda decir, hace 40 años Singapur, Corea del Sur, Japón y los Emiratos del golfo pérsico eran más ricos que este lado del mundo.