La alarma social generada a raíz del COVID-19 en el mundo —y en particular, en Estados Unidos— se acrecienta por la confusión que generan algunas administraciones y medios de información en la gestión de la crisis del coronavirus.
Existen motivos suficientes para tomarse en serio esta pandemia con casi tres millones de personas diagnosticadas y 129 mil muertes, solo en EE. UU. Pero de ahí a lanzar cifras y mensajes apocalípticos para que el miedo gane terreno, no ayuda en nada a tranquilizar a la población para que retome de manera responsable la vuelta a la normalidad.
La estrategia de esta política de desinformación es de sobra conocida: confundir de manera pérfida en la divulgación diaria sobre el número de afectados o contagiados por el virus. La mayoría de los medios de prensa suelen dar cifras en números categóricos o estableciendo proporciones o comparaciones engañosas, sin atender al número de habitantes de cada uno de los territorios.
El resultado es la publicación de una sutil trama de enmascaramiento estadístico para confundir a una población atrapada y angustiada en un círculo vicioso, en la que la cifra de fallecidos prevalece siempre en los titulares sobre el número de recuperados.
Según los expertos, el número de defunciones se revela como un convincente indicador de la pandemia, siempre y cuando se compare con el número de habitantes del país, del estado o del área que se analice. Lo correcto en estos casos es dividir el número de fallecidos por el número de habitantes y multiplicar la cantidad por un millón.
Pero la lucha contra la desinformación no se puede librar con simples datos y titulares. Si los responsables de informar a la población mostrasen correctamente las estadísticas, se vería que la incidencia de la enfermedad o tasa de mortalidad por el virus por cada por millón de habitantes en EE. UU. es relativamente baja.
Otro ejemplo de manipulación estadística negativa que utilizan algunos periodistas es la dinámica en las variaciones diarias de la incidencia de la enfermedad. Una fórmula elemental es la proporción de aumento o disminución de fallecidos en la última fecha respecto a la del día anterior, pero rara vez se cotejan con el número de habitantes censados para la jurisdicción territorial de que se trate.
Curiosamente, en estos reportes de prensa pocas veces se conocen otros datos de enorme interés como el número de curados que abandona los hospitales, el alcance de las pruebas aleatorias a la población o el resultado de diagnósticos precisos de coronavirus que demuestran que un paciente específico falleció a causa de un cáncer, por ejemplo, y no por el efecto secundario del COVID-19.
En este sentido, cabe también preguntarse, ¿cuántos medios de comunicación han publicado estudios comparativos entre regiones o países sobre el número de prueba de coronavirus realizadas, atendiendo a la población censada en cada uno de los territorios?
Según datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, pese al número de contagios, EE. UU. había realizado hasta el 4 de julio, 36 255 888 pruebas de coronavirus, lo que representa el 10 % de su población, siendo el país que realiza más tests para la detección del virus a nivel mundial. Dato sumamente importante para averiguar el verdadero alcance de la pandemia.
No saber qué porcentaje de la población está realmente infectada es como caminar a ciegas por un despeñadero. Y para eso precisamente están las pruebas. Pero la prensa prefiere ocultar estos datos relevantes que se manejan para el control de la epidemia.
Las especulaciones y los rumores siembran desconfianza ante el control de la COVID-19. Frente a estas fuerzas manipuladoras de la información, el desafío se encuentra en cómo los gobiernos y los medios de prensa comunican e instruyen a los ciudadanos para que se tomen en serio el tema, pero sin caer en la exageración ni en el sectarismo político.
La objetividad es un valor que en el ejercicio periodístico está sujeto a los intereses económicos y políticos que condicionan cada medio y a la honorabilidad personal de cada profesional de la noticia. De estos últimos depende entender, sobre todo, que la libertad de información no es un derecho de los medios, sino de los lectores.
Además de la verdad, entre tanto engaño mediático escasea también otra cuestión tan importante como aquella: el contexto. Resulta, por ello, imprescindible que los periodistas sean conscientes de su responsabilidad, cuando se exige comunicar de manera veraz, oportuna y seria. Son ellos los que pueden informar a la población de lo que está ocurriendo, y en estas circunstancias es deseable y moralmente recomendable despojarse de la politización que desde hace años envuelve cada noticia, para ofrecer además de estadísticas de última hora, respuestas a muchas preguntas que se hacen los lectores.
¿Son excesivas y justas las medidas de confinamiento decretadas para frenar la propagación del virus? ¿Qué fármacos son los más eficaces para administrar a los pacientes? ¿Qué nivel de inmunidad adquieren las personas recuperadas frente a la cepa actual del virus?
Es el momento de contar la verdad. De analizar la imprecisa gestión de la pandemia por parte de las autoridades locales y estatales, del cierre abusivo de los negocios y de la paralización de la actividad económica que se traducirá en el Estado de la Florida en una crisis de consecuencias devastadoras para incontables familias.
El camino para intentar controlar la pandemia en el Estado —y concretamente en el condado de Miami Dade— ha sido una etapa marcada por contradicciones que se han dado en el seno de los diferentes gobiernos locales, algo que provoca desconcierto en los propios ciudadanos que en muchos casos no están bien informados de cómo aplicar las medidas y las recomendaciones sanitarias de cada fase.
Después de pasar por experiencias como el virus de la gripe aviar o del síndrome respiratorio agudo (SARS), la conciencia del peligro no debe ser motivo para reacciones histéricas o desproporcionadas; más bien se debe alentar a la prudencia y establecer políticas y prioridades informativas, sin generar alarmas sociales y desde un ejercicio pedagógico de la enfermedad y de los procedimientos sanitarios, garantizar que la población reciba la información que requiere, sin descuidar su seguridad.
La letalidad de la pandemia es relativamente baja si tuviéramos en cuenta otras enfermedades recientes como el VIH, pero el perjuicio económico se anuncia gigantesco. De ahí que en estos tiempos de incertidumbre la transparencia requiera una gestión de la crisis y una información no solo eficaz sino también ética.
Es el momento de demostrar la seriedad con la que los gobiernos federales, los estados y comunidades pueden trabajar juntos, sin escenificar ajustes de cuentas, desgastes políticos ni acusaciones cruzadas en errores de gestión, sino de aunar esfuerzos y ser eficientes cada día para que el país se recupere lo antes posible.
Los investigadores y los médicos se encuentran inmersos en probar fármacos eficaces para combatir o paliar los efectos del coronavirus; las autoridades gestionan el problema sanitario y toca a los ciudadanos asumir su compromiso cívico.
Es deber de las familias, instituciones y empresas actuar responsablemente frente a esta situación. Para ello, se necesita una labor rigurosa de identificación de los brotes y luego hacer un riguroso sondeo de contactos. Pero ello exige mucho sentido común y un trabajo laborioso por parte de los funcionarios de salud y una cooperación sistémica por parte de la población.
El enemigo es un virus contra el que no funciona la propaganda o la desinformación. Está en nuestras manos controlar cuanto antes la enfermedad para volver al trabajo respetando las buenas prácticas y prevenir los contagios. La alternativa es un tenebroso panorama de manipulación, falsedad y expropiación de la crítica y el análisis.
Por lo pronto, la sostenibilidad del sistema va a depender de que el país vuelva a la normalidad cuanto antes. Los principales sectores económicos se han visto gravemente afectados, y ya es hora de que vuelvan a arrancar con la mayor velocidad posible para hacer frente a las pérdidas. Deberíamos todos juntos sumarnos en este imperativo empeño.