Valentina Alazraki comenzó su labor como periodista con 19 años. En aquel momento, Jacobo Zabludovsky la envió al Vaticano como corresponsal de su emblemático noticiero 24 horas, de la cadena Televisa.
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Alazraki llegó a Roma en 1974. Era Papa Pablo VI. Pasaron los años. Su nombre cobró notoriedad durante el pontificado de san Juan Pablo II. Su jefe Zabludovsky le ordenó entrevistar al Papa y ella –contra todo pronóstico– decidió esconderse detrás de unas plantas con un sombrero de charro en la mano y salir a su encuentro para sacarle unas respuestas frente a la cámara. Así empezó una trayectoria que la llevaría por el mundo. 100 viajes hizo junto al Papa polaco. Cubrió sus gestas. Lo acercó a los mexicanos. Lo acompañó hasta su muerte y después de ese trágico evento la Santa Sede la convocó para participar en la causa para comprobar las virtudes de Karol Wojtyla y corroborar si –como lo indicaba su fama– debía ser elevado a los altares de la santidad. Así ocurrió.
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Alazraki cubrió el pontificado de Benedicto XVI con estricta distancia profesional y nunca imaginó que construiría una amistad con el primer Papa latinoamericano de la historia, a quien ha entrevistado ya dos veces.
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Sé que durante 46 años de carrera las sorpresas han sido constantes, pero no creo que Valentina haya podido imaginar que después de cubrir a 5 pontífices una pandemia se contaría entre sus memorias.
En algún momento –ya pasado– de esta historia tuve el privilegio de coincidir con Valentina Alazraki. Fue mi primera formadora. Aprendí muchísimo con ella.
Tres años han pasado desde que tuve que tomar otro camino, pero guardo en mi corazón las enseñanzas de esa mujer extraordinaria a quien hoy veo cubrir la pandemia que ha paralizado a Italia y que amenaza al resto del mundo.
A la distancia, sigo su trabajo. Le guardo un enorme cariño y por medio de estas letras quiero rendirle un homenaje.
Trabajé con Valentina varios meses en Roma. Aprendí de ella los interesantes secretos para sobrevivir al Vaticano y no perder la fe en el intento. Me enseñó a resumir la información más importante en una nota de 1 minuto 40 segundos. A los 17 años me parecía una locura. Pensaba que todo era importante ¿cómo podría descartarlo? (Ahora pocas cosas me parecen verdaderamente relevantes).
Recuerdo que uno de los trabajos más fascinantes y desafiantes de aquella época fue un viaje que hicieron Valentina y su camarógrafo Jaime López a Líbano para conocer las historias de los refugiados sirios que padecían la guerra desde un exilio forzado. En ese momento entendí cuán importante es la versatilidad en un periodista. Los reportajes de esos días fueron fascinantes.
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Durante los años Valentina ha cubierto bodas reales, olimpiadas, elecciones, espectáculos, terremotos y naufragios. Sin embargo, nunca imaginé que me tocaría ver a mi maestra cubrir una pandemia. Dar un parte de guerra cada noche. Actualizar la tragedia para quienes la siguen a la distancia como un referente de lo que podría pasar en sus países si –como en Italia– el virus se sale de control.
Sus vídeos en Facebook cada noche se han vuelto virales. Ha hecho que cientos de miles entiendan la gravedad de la pandemia y las consecuencias. Esto, en un país como México donde el presidente Andrés Manuel López Obrador se resiste a extremar medidas de precaución, ha resultado indispensable.
Hoy a los ciudadanos mexicanos les ha tocado tomar medidas por iniciativa propia o acatando directrices estadales, pues la cabeza visible del Estado parece tomarse esta pandemia como una broma.
Nuevamente la señora Alazraki da una lección de periodismo. Su labor, que tantos relacionan con lo divino, hoy la vincula con una de las tragedias más dolorosas que nos ha tocado vivir.
Veo sus vídeos diarios con gran ansiedad. Las cifras de fallecidos se cuentan siempre por centenares, pero Valentina hace hincapié también en los miles que se han recuperado.
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Es difícil ver un rostro amable en esta tragedia. Imagino que su vida cotidiana se habrá visto trastocada por los efectos del confinamiento al que está obligada su familia –como 60 millones de italianos– mientras ella tiene licencia para salir a la calle por ser periodista, solo para encontrarse cada día con una ciudad vacía producto de la peste.
Cuando viajé con Valentina por México muchas personas se acercaban a decirle que su voz les remitía directamente al Vaticano. Ahora, la voz de Alazraki se contará entre las narradoras de esta pandemia cuyo rostro italiano es sinónimo de tragedia.
Esto es el periodismo. El oficio que reserva para sus más fieles soldados las sorpresas más hermosas, pero también las más aciagas.
A Jaime López, su valiente camarógrafo, le envío un gran abrazo. Las tragedias no te son extrañas, Jaime, unas cuantas te ha tocado cubrir. Eres un todoterreno. Estoy seguro de que vendrán tiempos mejores.
A Jenny, mi amiga y conversadora nata, mi afecto infinito.
A Valentina Alazraki, la voz mexicana de esta pandemia, mi reconocimiento, agradecimiento y admiración por siempre.
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