Lo que se vio el pasado domingo en puridad no fue un debate. Los cruces entre ambos candidatos a la presidencia superaron la agresividad natural en un suceso de este tipo. Los debates televisivos no son el mejor vehículo para intercambiar conceptos profundos, sirven más para apreciar subjetivamente el trazo que deja cada candidato. De todas formas, líneas en color intenso que deben ser rescatadas dejó este encuentro.
El nombre del expresidente Rafael Correa fue mencionado una sola vez por Arauz. Esto debería interpretarse como un acierto para él ya que hizo el intento de desmarcarse de su patrocinador, condición que le enrostró Lasso colocando también a Moreno en su misma partida de nacimiento política. La autonomía del candidato de la lista uno quedó en la estacada desde el principio, desde que Correa, luego de su mandato, renunció al silencio y a reducir su exposición pública como estrategia, optando por seguir en la plataforma política desde las redes sociales. Nunca moderó su línea tradicional de discurso y luego, ubicó la imagen política de Arauz en calidad aprendiz: apareció en varias de sus publicidades políticas, y más tarde, una fotografía llegada desde México cerró el ciclo de la mentira.
Ganó Lasso porque logró bajarse del cuadrilátero sin perder fuerza electoral. Tuvo mayor capacidad de contención emocional que su opositor y, por ende, mayor porte racional. Pese a su débil arrancada, su itinerario obligó a Arauz a meterse hasta la cintura en el barro con su “Andrés, no mientas otra vez”. Son pocos los que se mueven con soltura en esa atmósfera, y ese no es Andrés. En no pocas ocasiones intentó distorsionar discursivamente los conceptos para evadir respuestas de fondo, o salir del dilema “tomando la lección” a su contendor: ¿acaso no resultó importuna la pregunta que le hiciera sobre su conocimiento del Protocolo de Nagoya?, tan inapropiada como que Lasso le hubiese pedido que recite la primera estrofa del Himno Nacional.
Arauz, corto de recursos intentó emular las maneras de Correa y hasta repitió su frase preferida: “bobo aperturismo” en referencia a lo que la izquierda neopopulista llama “apertura comercial indiscriminada”. Incómodo, rígido y con una identidad que no era la suya, no tuvo más remedio que apelar al núcleo duro de los votantes de Correa: “Vamos a reestructurar las deudas para que haya más liquidez en las familias, el gobierno tienen que dar tranquilidad a todos, no solo a unos pocos” dijo, pero por arte de birlibirloque se le olvidó la oferta de campaña consistente en la entrega de un bono emergente de mil dólares a un millón de familias durante la primera semana de su gobierno.
Lasso ganó porque fue a la ofensiva con un tono más directo, transmitiendo la postura de todos aquellos que no votaron por Arauz. Supo aprovechar la grieta que ha dejado el retroceso del Socialismo del Siglo XXI en la región y el costo político que para Correa (Arauz) hubiese significado identificarse con Maduro, más, cuando nuestro país testifica a diario las penosas condiciones en las que llegan quienes huyen de la dictadura venezolana. Aquí es en donde nace la cándida respuesta de Andrés: “Repiten a cada rato un mensaje que no ha funcionado, que ya van doce años con el cuco de Venezuela, el cuco de Maduro… Ecuador tiene que labrar su propio camino…”, y por cierto, donde se cuaja su farsa: no tuvo la decencia intelectual de plantarse ideológicamente frente al país.
Arauz perdió porque terminó abrazando sin complejos un proyecto político autoritario, hostil a la libertad de expresión, corrupto e irrespetuoso con las instituciones. Perdió porque al promocionar la construcción del Estado plurinacional, y la erradicación de la violencia de género, calló la agresión por la que pasaron muchas mujeres y la criminalización de la protesta social de casi doscientos líderes indígenas y activistas procesados en el gobierno de su patrón.