Detrás de cada crisis hay un error. En Venezuela el error comenzó hace veinte años. Comenzó con un juramento y continuó con una mentira. Hugo Chávez asumió el poder en 1999 negando la legitimidad de los cuarenta años de gobiernos democráticos que continuaron al “Pacto de Punto Fijo” hasta su llegada y que trajeron estabilidad al país.
Por su lado, Nicolás Maduro, en pasado 31 de octubre, certificó el pensamiento de su antecesor en su cuenta de Twitter: “Se cumplen 60 años de la firma de un acuerdo antidemocrático que traicionó la esperanza de nuestra Patria, el ‘Pacto de Punto Fijo’. Época signada por la exclusión y oscuridad. Con la llegada del Comandante Chávez, el pueblo despertó y se liberó de semejante adefesio. ¡No volverán!”
Hay dos maneras de convencer de las verdades de nuestras creencias: una por el vigor de la razón, otra por la autoridad de quien las dice. Nunca recurrimos a la última, siempre usamos la primera. No expresamos “creemos porque él lo dice”, sino, creemos por tal razón; frágil premisa, porque la razón se adapta a todo.
Venezuela se enfrenta a dos razones –a dos verdades-: la del chavismo y la de la oposición. Para Nicolás Maduro la crisis humanitaria es un ‘show’ que se quiere instalar en el imaginario internacional para justificar cualquier injerencia. Sin embargo, la Encuesta de Condiciones de Vida (ENCOVI) hecha por docentes de prestigiosas universidades venezolanas demuestra que la pobreza extrema se situaba en 23,6% en 2014, en 49,9% en 2015, en 51,5% en 2016 y en 61,2% en 2017. Asimismo, indica que los hogares “no pobres” en 2014 constituían el 51,6%, en 2015 el 27%, en 2016 el 18,2% y en 2017 el 13%.
De otro lado, recordemos que Maduro acusó a Donald Trump de bloquear dinero que tenía como finalidad la compra de medicinas y alimentos. Pero, a la par, envió cien toneladas de ayuda humanitaria a Cuba y recientemente trasladó a varios presos al puente fronterizo de Tienditas para obstaculizar el ingreso de cargamento destinado a mitigar el tormento de su gente.
El error
Si detrás de cada crisis hay un error, detrás de cada error hay un hombre. Maduro erró al subestimar el temor que él suscita en Venezuela y la valiente respuesta de la mayoría de la gente: presionar en las calles hasta quebrar la dictadura y facilitar un proceso de transición hacia elecciones libres, justas y oportunas. Salvando las diferencias temporales y circunstanciales con el período actual, de eso ya tienen experiencia los venezolanos: lo vivieron en 1958. La diferencia es que hoy los militares tienen cargos relevantes, son dueños de empresas en la zona económica especial y también son los encargados de la represión. Con ello no llama la atención, esta vez, una irrefutable verdad de Maduro “yo no estoy en el poder porque yo quiero ni se trata de que pueda dejar el poder como una decisión individual”.
En la “democracia electrónica” de nuestro tiempo, los gobernantes no pueden moverse mucho más allá de los hechos que los ciudadanos expresan a diario en las redes sociales. Las imágenes del envilecimiento del pueblo venezolano son concebidas sobre la verdad, y la verdad es reconocida sobre las imágenes. Es por ello que en el concierto internacional también existen dos verdades: la del mundo democrático que rechaza la dictadura de un narcoestado y la de las tiranías latinoamericanas que como Cuba, Bolivia o Nicaragua se ven con complacencia en el espejo del chavismo.
Aunque los extremos están delimitados, entre ellos se ubica la previsible ambigüedad de México y Uruguay. La Doctrina Estrada pertenece al siglo pasado, además, su aplicación no siempre fue rigurosa. México participó activamente en la caída de la dinastía corrupta y sangrienta de los Somoza que gobernó Nicaragua por casi medio siglo. La estabilidad y la paz de toda la región era la consigna del presidente López Portillo.
La pertenencia simultánea de Uruguay al Grupo de Contacto Internacional y al Mecanismo de Montevideo, de por sí, crea incertidumbre. Cada modelo tiene su propia ruta pero la lasitud del Mecanismo de Montevideo reside en que solo apunta a “facilitar la comunicación” entre las partes en conflicto sin establecer plazos y la convocatoria a elecciones transparentes. El Mecanismo de Montevideo se convierte así en un instrumento vacuo, tan trivial como suponer que sería un acto irresponsable reconocer la presidencia de Juan Guaidó o que Venezuela se encuentra entre la “guerra y la paz”. ¡Imposible! La oposición no tiene capacidad militar alguna.
Al igual que Jano, la verdad tiene dos caras. En sus ‘Pensamientos’ (701-9) decía Pascal que la verdad puede ser cierta por un lado, pero falsa por otro. Y dado que la ambigüedad parece ser en ocasiones una poderosa herramienta de comunicación y un instrumento para llegar a la verdad, corresponde preguntar: ¿de qué lado de la verdad estamos?