Hay que acercar la lupa para entender y no mirar de lejos al periodismo. Los periodistas son testigos incómodos, pero imprescindibles también, porque sin ellos no sabemos lo que nos pasa; porque son garantía de una buena salud democrática.
No siempre es grato hablar desde la primera persona. Pero en este caso no puedo hacer otra cosa porque a nadie más puedo atribuirle el sentimiento de fracaso que representó el asesinato de Paúl, Javier y Efraín. Luego, los plantones de los amigos, colegas y familiares de los tres, con cartulinas escritas a mano y sus fotos esparcidas por las redes sociales, me hacen notar que es un error pensar así.
Sin embargo, de manera distinta, y en lugares diferentes, la indignación renace en mí, y con toda certeza, también en ustedes amigos lectores, porque cuando se calla a un periodista, nos callan a todos. Rescatar y cultivar esta derrota, mantenerla viva y no renunciar a ella, vale la pena, porque de ahora en más, será la semilla de protesta y organización que impida que el temor nos amordace.
Los actos de violencia contra periodistas vulneran el derecho de las víctimas a difundir sus ideas, enmudecen a sus pares y violan los derechos de las sociedades a recibir información. El periodismo exige audacia y valentía, por eso el Estado debe acogerse a un discurso que contribuya a reconocer de manera habitual, pública y rigurosa el trabajo del comunicador, incluso cuando sus opiniones desazonen al Gobierno.
Es compromiso del Estado identificar y valorar el riesgo particular que corre el periodista en el cumplimiento de su misión, en especial, el de aquel que está expuesto a amenazas de una magnitud desacostumbrada.
Creo que el Estado debería sancionar penalmente la violencia contra el periodismo; el derecho penal podría reconocer un tipo particular de delitos cometidos contra la prensa. En nuestro Código Integral Penal existe una referencia, pero incompleta, en todo caso: “Art. 111.- Para efectos de esta Sección, se considerará como personas protegidas a las definidas como tales por los instrumentos internacionales vigentes del Derecho Internacional Humanitario y, en particular, las siguientes: […] 4. Los periodistas en misión o corresponsales de guerra acreditados”.
No hace falta aguzar mucho la pupila para reconocer que los delitos contra los periodistas, la modalidad de ‘matar al mensajero’ –a tono con Plutarco–, de censurar y amenazar, ha sido practicada de forma regular en varios países del mundo incluyendo el nuestro. La prensa es una fuerza histórica nuclear y el órgano vital de las ideas en cada tiempo, por eso no sorprende que la violencia ejercida contra ella no sea exclusiva de situaciones excepcionales como guerras civiles o militares, sino que llegue incluso a espacios en donde se advierte el peso de la política, el narcotráfico y el crimen organizado.
La prensa es el torso o figura primaria de la sociedad, y con tristeza hoy lo entendemos mejor.
Por los tres, y por todos…