La política exterior americana ha fluctuado históricamente entre dos enfoques antagónicos que trascienden nuestro espectro político: izquierda-derecha. Los cientistas políticos denominan esas escuelas de pensamiento como idealismo y realismo.
El idealismo sostiene que el propósito de la política exterior es promover valores americanos de libertad y democracia a través del mundo. El objetivo final del idealismo es lograr un mundo justo y pacífico sin tiranías. En la visión idealista, EE. UU. debe involucrarse en misiones humanitarias, intervenciones militares y la construcción de países, para promover ese objetivo. Los idealistas creen que la política exterior americana no debe ser determinada por lo que sea mejor para EE. UU., sino por lo que sea moralmente correcto hacer.
En contraste, el realismo sostiene que el propósito de la política exterior es asegurar el interés nacional americano. Los realistas creen que los principios morales son incompatibles con la protección de los intereses nacionales. Los intereses anteceden a los valores, y la política exterior de EE. UU. debe echar a un lado consideraciones morales y enfocarse en lo que funcione.
Como los intereses se ubican antes que los valores, la política exterior realista permite a los gobernantes abrazar inmoralmente regímenes tiránicos, como hizo el expresidente Obama con Irán y Cuba.
El presidente Trump ha sido muy crítico con la política exterior implementada por Obama, inspirada en el realismo, así como de las intervenciones idealistas favorecidas por el expresidente Bush. La política exterior del presidente Trump no seguirá el enfoque idealista de intervenciones militares o construcción de naciones. Tampoco perseguirá intereses nacionales sin principios morales, como en la tradición realista.
La política exterior del presidente Trump rompe con el idealismo y el realismo y plantea una nueva doctrina política exterior que él ha llamado “Realismo con principios”. Dos recientes acciones militares ilustran lo que presidente llama “Realismo con principios”.
Primero, el ataque con misiles crucero Tomahawk a la base aérea Al Shayrat, enfocados en los aviones sirios que lanzaron armas químicas contra civiles; el ataque fue oportuno, enfocado y proporcional.
Segundo, la utilización, en Afganistán oriental, de la Madre de Todas las Bombas (MOAB) contra un complejo de túneles y cuevas de ISIS; de acuerdo con los analistas militares, esa era precisamente el arma apropiada contra ese blanco.
Independientemente de la eficacia militar, ambas acciones definieron un enfoque que, en línea con nuestros valores, no compromete recursos de EE. UU. más allá de lo necesario para proteger nuestros intereses nacionales y definir nuestra posición.
Y en junio 16 el presidente, subrayando su nueva política hacia Cuba, se refirió explícitamente a su enfoque frente al castrismo diciendo: “EE. UU. está adoptando un realismo con principios, enraizado en nuestros valores, intereses compartidos, y sentido común”. “No nos quedaremos callados frente a la opresión comunista… EE. UU. denunciará los crímenes del régimen castrista y estará con el pueblo cubano en su lucha por la libertad”.
Dada la intransigencia del gobierno cubano, la nueva política es un enfoque inteligente, mesurado y práctico que, mientras no impide a las compañías americanas hacer negocios con Cuba, les prohíbe hacerlos en sociedad con los militares cubanos.
En la práctica, los viajeros americanos no podrán alojarse en hoteles de las fuerzas armadas, pero pueden hacerlo en instalaciones privadas. Se fomenta hacer negocios con el pueblo cubano, pero se prohíbe hacerlos con la dictadura militar. La política busca limitar el flujo de efectivo hacia las empresas militares mientras se incrementa el que va al pueblo. Simbólica y prácticamente abraza al oprimido, no al opresor.
El realismo con principios abre posibilidades diplomáticas afianzadas en la intersección de nuestros valores y nuestros intereses. La política exterior del presidente Trump no atemorizará a los regímenes opresivos, como algunos esperaban. Las dictaduras ofenden nuestros valores, pero no necesariamente nuestros intereses nacionales.
La nueva política hacia Cuba enfatiza nuestros valores democráticos, y permite negociaciones convenientes a los requisitos de los intereses nacionales de EE. UU. Una política de realismo con principios.
El simbolismo del cambio a una política que ahora abraza nuestros valores fue espléndidamente expresado por el congresista Mario Díaz-Balart: “No tendremos que volver a ser testigos del bochornoso espectáculo de un presidente americano haciendo la ola en un juego de béisbol con un implacable dictador”.