El fascismo y nazismo fueron derrotados en la Segunda Guerra Mundial. El comunismo y el socialismo fueron presuntamente derrotados en la Guerra Fría, pero mutaron a un nuevo ismo político: igualitarismo. En Igual es Injusto Don Watkins y Yaron Brook argumentan que el igualitarismo moderno resulta un regreso al fracasado comunismo por parte de intelectuales comprometidos todavía con el socialismo y con gobiernos como los de Cuba y Venezuela.
El igualitarismo supone la creencia de que las personas son, o deberían ser, iguales en determinados aspectos, ya sea política o económicamente. Los igualitaristas plantean que no existen diferencias relevantes por las que una persona pueda tener más derechos esenciales a algo que otra. De aquí derivan que una distribución desigual de ventajas es injusta y debe remediarse mediante acciones coercitivas por parte del gobierno.
Las reformulaciones igualitaristas contemporáneas defienden eliminar las desigualdades económicas. Los igualitaristas, como el economista americano John Roemer, preconizan que la sociedad compense a las personas su falta de talentos naturales por su mala suerte en la lotería del nacimiento. Utilizando modernas técnicas econométricas, Roemer y sus colegas de pensamiento reconstruyen el marxismo con nuevos fundamentos analíticos.
La mayoría de los americanos cree que las desigualdades de riqueza son justas si son resultado legítimo de sacrificios y esfuerzos productivos. Los igualitaristas lo ven diferente. Su reformulación implica algo como esto: una persona deviene exitosa porque es afortunada, no como resultado de su trabajo duro, inteligencia, talentos, diligencia, etc. Nadie merece recompensas por ser afortunado.
En la visión igualitarista del mundo el impulso de trabajar duro para triunfar es algo heredado o desarrollado en la niñez, producto de nuestro afortunado entorno. Igual que nuestro IQ, nuestro deseo de trabajar duro es cuestión de suerte. Los individuos exitosos son “ganadores de la lotería social”.
Los igualitaristas no creen que las personas exitosas merezcan crédito por sus éxitos. Su éxito es producto de la suerte. Tuvieron suerte de nacer inteligentes, o diligentes, o de padres preocupados o mentores que les inculcaron valores éticos de trabajo. O tienen suerte por destacarse en deportes o ser capaces de correr más rápido o saltar más alto. Según visiones igualitaristas, la persona se ganó “regalos” de inteligencia, talento, ambición y cosas como esas.
Consiguientemente, la sociedad no debe recompensarlos por tener suerte. En nombre de la justicia la sociedad tiene el derecho y el deber de privar a los dichosos de los resultados materiales de su éxito para compensar por su mala suerte a los fracasados.
Establecer igualdad económica igualitaria exige abandonar la igualdad política para que el gobierno disponga a la fuerza del tiempo, la riqueza y el esfuerzo de otros. Pero o somos iguales políticamente o no lo somos.
Nadie debe tener menos derechos políticos por ser pobre, pero tampoco debe tener sus derechos menguados por ser rico.
La idea igualitarista de igualdad de oportunidades es, a primera vista, atractiva para muchos, porque apela a nuestro sentido de justicia. Sin embargo, consideremos a dónde nos puede llevar esa noción igualitarista de igualdad de oportunidades.
Los igualitaristas no solamente están preocupados, como debemos estar todos, con eliminar las barreras legales al éxito. Quieren también uniformar nuestros puntos de partida en la vida. Suena bien, ¿pero qué conllevaría igualar esos puntos de partida? ¿Coincidimos con los igualitaristas, por ejemplo, en que como padres no se nos debe permitir proveer a nuestros hijos con algunas oportunidades favorables, como mejores escuelas, tutores, viajes al extranjero, vacaciones, libros, a menos que los hijos de los demás tengan las mismas oportunidades? Según un filósofo igualitarista, estaría mal incluso que los padres lean libros a sus hijos porque eso podría dar a los pequeños una ventaja injusta en la vida.
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Muchos de nosotros encontraremos repugnantes tales sugerencias. La suerte juega un papel en nuestras vidas, pero lo que realmente cuenta no es la suerte que tengamos, sino lo que hacemos con ella. Consecuentemente, para promover el éxito debemos enfatizar la libertad. Los igualitaristas consideran la desigualdad económica inherentemente injusta, pero la principal exigencia de justicia es que se respete la libertad de los demás.