EnglishTras la ejecución por Arabia Saudita de un prominente clérigo chiíta, y las subsecuentes protestas en Irán, han escalado las tensiones entre ambos países. La región enfrenta ahora un conflicto sectario-cultural multinacional. Para la mayoría de nosotros, familiares solo tangencialmente con la política del Medio Oriente, las raíces del conflicto son casi impenetrables.
La administración en EE.UU. también parece despistada. Documentos de WikiLeaks citando a la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton, reportan que “los donantes en Arabia Saudita constituyen la más significativa fuente de financiamiento de grupos terroristas suníes”. Su sucesor, el secretario de Estado John Kerry, explicó que EE.UU. aceleró el suministro de armas a Arabia Saudita en el conflicto en Yemen, declarando que “no vamos a alejarnos de nuestras alianzas y nuestras amistades”. ¿Cómo dice?
La crisis Irán-Saudita enfrenta a Estados Unidos con retos de política exterior. En términos coloquiales la pregunta básica es: ¿tenemos vela en este entierro?
Para comenzar, la actual crisis es solamente el último episodio de una rivalidad que data del siglo VII. Actualmente, tal rivalidad tiene componentes sectarios, étnicos, gubernamentales y geopolíticos.
El elemento sectario de las tensiones cubre líneas suníes-chiítas. Arabia Saudita es un Reino Musulmán wahabita, 90% sunita, con una tradición de lazos cercanos con Occidente. Irán es una república 90% chiíta, antioccidental, fundada por la revolución iraní en 1979.
La división original entre suníes y chiítas ocurrió poco después de la muerte del profeta Mahoma. Tuvo que ver con el legítimo sucesor del Profeta. La sobresimplificación del conflicto, es que la mayoría de los seguidores de Mahoma querían que la comunidad determinara quién le sucedería, mientras un grupo más pequeño quería que el liderazgo permaneciera en la familia.
Tras la revolución de 1979, Irán comenzó a atacar y minar la legitimidad religiosa del reino Saudita. Por su parte, la Arabia Saudita wahabita atacaba el “hereje” dogma chiíta.
[adrotate group=”7″]La base cultural de la hostilidad continúa con las rivalidades árabes-persas. Aparentemente los persas nunca olvidaron su derrota frente a los árabes en la batalla de al-Qadisiyya, hace ya casi 1.400 años. Ese combate conformó la psique nacional de ambas culturas y podría sustentar el racismo persa contra los árabes. Se cree que la batalla fue un combate decisivo entre los ejércitos árabe y persa que terminó en la conquista árabe de Persia.
Las disputas sobre la autoridad dependen del principio iraní de la tutela de los “juristas Islámicos”, que ejercen jurisdicción supranacional como juristas Islámicos Supremos sobre todos los musulmanes, independientemente de su nacionalidad. La monarquía saudita, en contraste, depende de líderes religiosos tribales que juran lealtad a la monarquía siempre que siga la ley islámica (sharia).
Añádase a todo esto conflictivas aspiraciones hegemónicas de liderazgo del mundo islámico, y podremos comenzar a descifrar la disputa geopolítica iraní-saudita.
Ambos regímenes ejercen control represivo cuasitotalitario y violan los derechos humanos desenfrenadamente. Arabia Saudita ha sido un aliado putativo de Estados Unidos por décadas, y funcionarios americanos a menudo muestran servilismo hacia el opresivo Reino. Irán vomita retórica antiamericana frecuentemente.
Además, la administración Obama concluyó recientemente un muy controvertido y discutiblemente insensato tratado nuclear con Irán que, desde el punto de vista saudita, representa una monumental pérdida de influencia para Arabia Saudita. El acuerdo enriquece a Irán e incrementa su capacidad de continuar su agresiva política exterior para la hegemonía en la región y en el mundo islámico.
En un aparente intento de balancear la política exterior se ha reportado que: “Funcionarios de la administración están prometiendo un mayor fortalecimiento del compromiso de EE.UU. con Arabia Saudita… incluyendo posiblemente un compromiso nuclear con su seguridad”.
Esa vaguedad en política exterior no es buen augurio para los intereses nacionales de EE.UU. Dada la historia de los fracasos de la política exterior de EE.UU. en esta compleja región, un mejor enfoque sería lo que yo llamo “compromiso estratégico y negligencia táctica”. Con eso quiero decir una política que afirme inequívocamente las libertades individuales y valores democráticos, pero que se abstenga de entrometerse públicamente.
Lamentablemente, la administración parece haber escogido el enfoque contrario. Tratando con regímenes despóticos como Arabia Saudita, Irán y Cuba, la administración abraza a los déspotas absteniéndose de ser la voz de la libertad.