In memoriam: José Antonio Font
Deber cumplido, tocayo
EnglishYa hace un año que el presidente Barack Obama anunció su nueva política hacia Cuba, el 17 de diciembre de 2014. La fecha ha devenido infame para muchos cubanos que ven la nueva política como una traición a su cruzada por la libertad. Para otros, una reconciliación con el Gobierno de Castro es la opción más práctica. La disputa tiene un sorprendente antecedente en la historia cubana.
En 1868, al comienzo de la primera Guerra de Cuba por la Independencia, Ignacio Agramonte, un joven rico, talentoso y valiente luchador por la libertad, enfrentó un conflicto similar. El general Agramonte era un brillante estratega militar querido por sus tropas, un hombre renacentista que fue la fuerza intelectual detrás de la Constitución de la República en Armas de 1869. La carga de caballería de Agramonte para rescatar al comandante Manuel Sanguily, hecho prisionero por un regimiento de caballería español, es parte del folklore cubano.
A pocas semanas de comenzada la guerra, algunos cubanos que favorecían congraciarse con España convocaron una reunión para defender su idea de un acuerdo con la Corona española, que no implicara la independencia. La respuesta de Agramonte fue implacable: “Acaben de una vez los cabildeos, las torpes dilaciones, las demandas que humillan: Cuba no tiene mas camino que conquistar su redención, arrancándosela a España…”. Lo único necesario hoy para actualizar esa cita es sustituir España por Castro.
En el debate actual sobre la nueva política EE.UU.-Cuba, yo he sido un vigoroso crítico del enfoque del presidente Obama de abdicar incondicionalmente. He fundamentado mis argumentos de oposición en la defectuosa lógica que malinterpreta la verdadera naturaleza del régimen de Castro. Dicho eso, no es inaceptable que el presidente postule una nueva estrategia siempre que los objetivos sigan siendo los mismos. Y aquí yace el problema crucial: la nueva política EE.UU.-Cuba no implica solamente un nuevo enfoque, sino también un nuevo objetivo.
El abandono incondicional de una prolongada posición de EE.UU. basada en la libertad indica un cambio de objetivos
En los días de Agramonte el objetivo del levantamiento era la Independencia. Sin embargo, otros buscaban un acomodo con España menos amenazante a sus intereses económicos. Para ellos el objetivo no era la Independencia, sino la estabilidad, para que sus negocios pudieran prosperar. Similarmente, parece que el objetivo predominante de la nueva política EE.UU.-Cuba es la estabilidad en la isla más que una sociedad libre en Cuba.
Esta es la conclusión más lógica del hecho de que la administración ha realizado significativas concesiones para admitir las demandas del Gobierno cubano, solicitando poco a cambio. El abandono incondicional de una prolongada posición de EE.UU. basada en la libertad indica un cambio de objetivos.
Nótese, por ejemplo, que las declaraciones oficiales sobre la nueva política EE.UU.-Cuba excluyen mencionar la libertad, y se enfocan casi exclusivamente en razonamientos de mejorar el bienestar del pueblo cubano. En el mejor caso, apenas hacen declaraciones banales sobre derechos humanos.
Un cambio de estrategia es comprensible. Sin embargo, es incomprensible un cambio que entregue la exquisita esperanza de libertad en nombre de la estabilidad. Agramonte, un defensor de las libertades individuales en la tradición liberal, lo dijo así: “La ignorancia o el desprecio de los derechos del hombre es la causa principal de las desgracias públicas y de la corrupción de los Gobiernos”.
[adrotate group=”7″]La libertad es, por su propia naturaleza, desordenada. Algunos argumentan que, desde el punto de vista de los intereses de EE.UU., la estabilidad es preferible al caos. Eso es equivalente a afirmar que dictaduras opresoras estables son preferibles a gobiernos democráticos. La nueva política EE.UU.-Cuba busca estabilidad alineándose con la opresión y no con la libertad. Es una política que ha desarticulado las esperanzas de libertad de muchos cubanos.
El general Agramonte enfrentó una polémica similar cuando algunos de sus amigos, que habían abandonado la guerra y cedido ante España, se acercaron a él en un esfuerzo para convencerlo de unirse a ellos. Para ellos, la guerra había terminado, y ofrecieron al general una oportunidad de “capitular con honor y en su beneficio”.
Argumentaban a Agramonte que él no tenía armas o municiones para continuar su lucha por la libertad. Cuando le preguntaron con qué elementos continuaría luchando, el valiente General respondió: “Con la vergüenza”. Y regresó a la lucha.
El General Agramonte murió combatiendo: una bala atravesó su cabeza; tenía 32 años. Pasaron otros 29 años, pero finalmente Cuba obtuvo su Independencia en 1902.
Este artículo fue publicado originalmente en El Nuevo Herald.