EnglishEn Historia de Dos Ciudades, Charles Dickens despliega una de las más exquisitas oraciones iniciales en la literatura inglesa:
“Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias, y de la incredulidad, la era de la luz, y de las tinieblas; la primavera de la esperanza, y el invierno de la desesperación…”
Con esta bella construcción anafórica, Dickens destaca la ansiedad que rodeaba a la Revolución Francesa y a las ciudades de Londres y París. El pasaje me vino a la mente mientras reflexionaba sobre las tensiones de nuestra dividida comunidad cubano-americana tras el anuncio del presidente Barack Obama de una reconciliación con el régimen cubano. El símil parece perfecto. Las tensiones actuales son una historia de dos políticas opuestas, una de sanciones económicas, la otra de vínculos económicos.
La política de sanciones económicas de EE.UU. hacia Cuba se promulgó en 1961, cuando el presidente John F. Kennedy emitió una Orden Ejecutiva en respuesta a la expropiación sin compensación de activos americanos por el Gobierno cubano. En aquellos días esa política buscaba cambiar el curso o la naturaleza de la revolución cubana.
Tras la muerte del presidente Kennedy la política pasó, bajo el presidente Lyndon Johnson, a ser una política de “contención”. Ese asunto sigue pendiente y el tema todavía domina la retórica alrededor de las relaciones EE.UU.-Cuba.
La política de EE.UU. de compromiso económico con China comenzó en 1972 cuando el presidente Richard Nixon visitó la República Popular China y se reunió con su líder Mao Zedong. La lógica estratégica para la visita era orquestar un cambio en el balance de la Guerra Fría y ganar ventajas en las relaciones con la Unión Soviética. Provocando la paranoia de Moscú, el presidente Nixon deseaba ayuda para terminar la guerra de Vietnam y una solución pacífica al conflicto sobre Taiwán.
Ambos enfoques políticos han fracasado en modificar la naturaleza totalitaria de los regímenes en China y Cuba, y no pueden defenderse sobre esa base. Pero la política de sanciones ha sido exitosa en su objetivo de “contención”, reduciendo los recursos económicos disponibles al régimen cubano para sus fechorías internacionales, particularmente cuando Cuba perdió los subsidios soviéticos tras la desintegración de la Unión Soviética.
Al tratar con regímenes totalitarios, ni el compromiso económico ni las sanciones económicas han provocado cambios. Ni zanahorias ni garrote parecen funcionar
No obstante los beneficios económicos que manan de las reformas de libre mercado, la política de vínculos económicos también ha fracasado en lograr sus objetivos estratégicos. Hagamos inventario: el colapso de la Unión Soviética en 1991 se debió fundamentalmente al fracaso de la guerra en Afganistán, los sucesivos cambios de liderazgo carentes de legitimidad, y las presiones económicas internas resultado de su improductivo sistema de planificación económica.
El régimen comunista de Vietnam del Norte, ayudado por China, capturó Vietnam del Sur poco después de la retirada de las tropas de EEUU. Taiwán se mantiene militarmente amenazada por la República Popular. Y China sigue siendo una sociedad sin libertades.
Al tratar con regímenes totalitarios, ni el compromiso económico ni las sanciones económicas han provocado cambios en la naturaleza opresiva de esos regímenes. Ni las zanahorias ni el garrote parecen funcionar. Entonces, ¿qué deben hacer quienes trazan la política de EE.UU.? Comenzar por dejar de repetir tontamente, al estilo del propagandista Goebbels, que el embargo a Cuba no ha funcionado y debe ser cambiado por una política de compromiso económico. Es un argumento engañoso que insulta la inteligencia.
Primero, esa política ha funcionado en el objetivo de “contención”. Segundo, si “fracasar en cambiar la naturaleza del régimen” se plantea como criterio para cambiar la política, entonces se debe buscar también un cambio en la política de vínculos con China, que también ha fracasado en modificar la naturaleza opresiva de ese régimen. Sensatamente, nadie defiende ese cambio. Una política fallida no puede corregir otra.
Aceptar juiciosamente que ninguna política influenciará a las dictaduras totalitarias sobre cómo gobiernan, y evitar levantar falsas esperanzas en el pueblo cubano y desesperación en la comunidad exiliada que ama la libertad. Creer firmemente en la libertad, y no en las promesas del régimen de Castro.
Rechazar que “la represión es la única filosofía perdurable”, como sentenció el Marqués St. Evrémonde en el relato de Dickens. Y recordar que, tarde esa noche, fue apuñaleado mientras dormía.
Ahora es el peor de los tiempos. Solamente cuando la libertad repique, finalmente en Cuba será el mejor de los tiempos.