EnglishSi uno tortura los datos lo suficiente, confesarán cualquier cosa. Recordé este viejo adagio mientras me preparaba para discutir los resultados de una reciente encuesta sobre los cambios en la política de Estados Unidos hacia Cuba, realizada por el Centro Latinoamericano Adrienne Arsht, del Atlantic Council.
Según sus propias palabras, la encuesta buscaba saber si “en general hay un apoyo hacia la normalización de relaciones (o interactuar más directamente) con Cuba”. Y concluye que “a nivel nacional, 56% de los encuestados favorece cambiar nuestra política hacia Cuba”.
Lamentablemente, esos pretendidos resultados han sido repetidos sin crítica por numerosos medios y coreados como una perogrullada sin ninguna evaluación sensata. El titular de un artículo del 10 de febrero en The New York Times rezaba: “Encuesta muestra que mayoría de americanos favorecen vínculos con Cuba”. Reuters repetía en un artículo del día siguiente que “La mayoría de los americanos favorecen vínculos EEUU-Cuba más cercanos, dice encuesta”.
El folleto a colores de la encuesta subtitulado “Nueva encuesta pública apoya cambios de política” implica deliberadamente que los americanos apoyan un cambio incondicional y unilateral en la política de Estados Unidos, sin concesiones del gobierno cubano. Pero no existe nada en la encuesta que apoye esa conclusión; de hecho, ni siquiera una simple línea en la encuesta pregunta sobre Estados Unidos cambiando su política hacia Cuba sin buscar concesiones por parte del gobierno cubano.
Por ejemplo, se pregunta a los encuestados si apoyan “normalizar las relaciones o interactuar más directamente con Cuba”. Esta es una pregunta tan soporífera como las del tipo “¿está usted a favor de la paz mundial?”, y es sorprendente que la interacción es apoyada solamente por un 56%.
No es sincero presentar la respuesta a esta pregunta como evidencia de apoyo a un cambio incondicional y unilateral en la política de Estados Unidos hacia Cuba. Pero eso es lo que hace la encuesta: iguala el deseo de establecer una política más efectiva con el apoyo al abandono de la política actual sin pretender concesiones de la otra parte.
Supongamos, por ejemplo, que planteáramos una pregunta más elaborada utilizando elementos fácticos en la formulación: “El gobierno de Castro continúa reprimiendo libertades, cometiendo abusos de derechos humanos y, a pesar de algunas aperturas, negando a sus ciudadanos acceder a libertades económicas básicas, ¿deberían los Estados Unidos suspender sus sanciones económicas sin intentar concesiones por parte del gobierno cubano?”.
O: “¿Debe Estados Unidos buscar incondicionalmente normalizar las relaciones con Cuba aun cuando el gobierno cubano ha sentenciado a quince años de prisión a Alan Gross, un americano subcontratista de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, por trabajar ayudando a la comunidad judía cubana a nombre del gobierno de Estados Unidos?”
O: “¿Apoya usted una eliminación incondicional y unilateral de las sanciones económicas, o apoya un proceso de negociaciones que conduzca a obtener concesiones del gobierno cubano?”
Se necesitarían preguntas con este nivel de especificidad para apoyar los saltos lógicos con relación a las implicaciones políticas propugnadas en el informe del Atlantic Council.
Sin embargo, sospecho que las respuestas no apoyarían las conclusiones del informe.
El Atlantic Council es una organización respetable y encargó este informe a experimentados encuestadores. Como crédito a su favor, Peter Schechter, Director del Centro Latinoamericano responsable por la encuesta, me invitó como panelista a la presentación del informe en Miami sabiendo que yo sería muy crítico.
¿Por qué el Atlantic Council no ve estos aspectos cuando extrapola conclusiones sacadas del ámbito de los datos de las preguntas de la encuesta? ¿Por qué presenta lo que parece ser una encuesta forzada, diseñada para obtener un resultado predeterminado para impulsar una agenda ideológica?
Quizás una explicación pueda encontrarse en un revelador patinazo que encontré investigando sobre el trabajo. En la página web del Atlantic Council que promueve esta encuesta, hay una frase que se refiere al “bloqueo financiero” de Estados Unidos a Cuba.
Los observadores experimentados en el tema cubano reconocen inmediatamente que la palabra “bloqueo” al referirse al embargo de Estados Unidos es un término utilizado solamente por Cuba y los simpatizantes del régimen. “Bloqueo” es un concepto políticamente contaminado, que insinúa imágenes de buques de guerra de Estados Unidos bloqueando rutas marítimas hacia Cuba. No es un concepto que utilizaría alguien que busque establecer objetividad. ¿Cómo fue posible que este concepto terminara en el trabajo del Atlantic Council? ¿Un patinazo freudiano?