
La moderación económica que Gustavo Petro ha mostrado hasta la fecha es táctica para poder imponer sus objetivos estratégicos extremistas neocomunistas de largo plazo.
Desde hace años el presidente electo de Colombia Gustavo Petro ha planteado la superación del mercado y del capital. Esto es ni más ni menos que el comunismo, tal como lo explico en mi libro Defensa de la libertad y de la democracia: el centro político y los extremos explicados (Editorial Cerezos, 2022). Por esto, y por otras razones de su talante, trayectoria y planteamientos que allí expongo es que considero que Petro es un lobo comunista tan radical como es posible en el siglo XXI, disfrazado de oveja progresista.
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La gente no cambia de un día para otro, ni mucho menos los políticos radicales con un proyecto político serio y definido. Y Gustavo Petro encaja perfectamente dentro de este tipo de políticos. Que tenga un proyecto neocomunista, y por lo tanto, extremista no significa que no sea serio.
Es serio, no obstante que es repugnante. Es serio porque lo lleva trabajando durante años de manera consistente bajo una ideología clara con una perspectiva de largo plazo. Y hará, como lo ha hecho hasta ahora, todo lo que esté a su alcance para llevarlo a cabo.
Pero es repugnante porque es contrario a la libertad, a la democracia acompañada de libertad y a la propiedad privada, las cuales, junto a la vida, son los pilares en los que se basan la dignidad humana y la civilización occidental. A las instituciones diseñadas para garantizar esos pilares básicos, es decir, la democracia liberal, el capitalismo y la economía de mercado, y que en el libro en su conjunto denomino como la centralidad o centro político en sentido amplio.
Se preguntará entonces el lector por qué entonces Petro se ha moderado en materia económica, especialmente a través de la designación de José Antonio Ocampo como ministro de Hacienda y a los consecuentes anuncios del nuevo ministro.
Mi opinión es que se dio cuenta que para poder llevar a cabo sus objetivos políticos extremistas de largo plazo necesita primero moderarse en el corto plazo, especialmente en materia económica.
Algunos ejemplos internacionales enseñan que, con sus matices y particularidades, todo proyecto político serio, extremista o moderado, requiere de cierto éxito económico para, ahí sí, cumplir con sus objetivos políticos estratégicos.
Dentro de los extremistas, los casos de Hitler y de Chávez son algunos ejemplos de ello. Hitler primero tuvo que recuperar la economía para luego preparar la guerra mediante la cual intentó cumplir sus objetivos políticos extremistas de largo plazo. Chávez, por su parte, pudo llevar a cabo su proyecto extremista porque se benefició de unos precios del petróleo especialmente altos, al tiempo que aún no había acabado con PDVSA.
Cuando el dictador neocomunista venezolano llegó al poder por la vía democrática en 1998 el precio del petróleo estaba en US$ 11 por barril, tal como lo señala un artículo del periodista de la BBC Ángel Bermúdez. De acuerdo con la misma publicación, en 1999 el barril promedio fue de US$ 16 por barril y para 2004 ya se había duplicado al ubicarse en US$ 32. Y agrega que los precios siguieron aumentando hasta llegar a US$ 88 por barril en 2008. En junio de ese año el precio llegó incluso a tener un pico máximo de US$ 189.
Como lo señalo en el libro, apoyándome en un fabuloso ensayo de María Corina Machado que allí cito ampliamente, es importante notar que no fue sino hasta 2005 cuando ya tenía el poder absoluto que Chávez se declaró abiertamente socialista. Poder absoluto que logró luego de haber destruido la democracia liberal en los años precedentes.
Dentro de los proyectos políticos moderados, un ejemplo paradigmático es el de Ronald Reagan. La recuperación de la economía de Estados Unidos siempre fue una condición necesaria para el expresidente a efectos de derrotar al imperio comunista que lideraba la Unión Soviética. Y esto no solo para tener el apoyo político interno para su agenda, sino también para emprender efectivamente un rearme sin precedentes conocido como el Military Buildup.
Los comunistas simplemente no le pudieron seguir el ritmo militar a los estadounidenses como resultado de las asimetrías descomunales entre ambas economías. Esto fue clave para la implosión de la economía soviética, y así, de su régimen totalitario. Reagan logró de este modo en lo fundamental derrotar al imperio soviético sin disparar un solo tiro, tal como lo señaló famosamente Margaret Thatcher.
En el caso de Petro, él sabe muy bien que si quiere cumplir sus objetivos políticos neocomunistas no puede hacerlo bajo un país arruinado. Sabe que, como ocurrió bajo el gobierno Santos con el robo del plebiscito, desde que la economía funcione más o menos bien, políticamente el Congreso, las cortes y el establecimiento de centroizquierda le dejarán hacer casi que lo que quiera.
Chávez pudo destruir la democracia liberal venezolana en buena medida gracias a la bonanza económica que vivió desde los primeros años como resultado del aumento en los precios del petróleo. Al expresidente Juan Manuel Santos le aceptaron, e incluso muchos fueron cómplices de su perpetración, el robo del plebiscito —el conjunto de actos políticos y jurídicos más autoritarios y arbitrarios que ha sufrido Colombia en más de 50 años—. Y a Petro, un neocomunista tan radical como es posible en pleno siglo XXI, lo apoyaron expresa o tácitamente incluso desde la campaña.
Las designaciones de canciller, ministro de Defensa, Alto Comisionado para la Paz y ministro de Educación indican desde ya que en lo político no habrá moderación alguna.
Un ejemplo de ello es el adoctrinamiento que anunció el ministro de Educación designado, Alejandro Gaviria. Señaló que repartirá en las “escuelas y colegios” de Colombia el informe de la Comisión de la Verdad resultado de la acuerdo de Santos con las FARC.
Este aviso es especialmente preocupante respecto al talante totalitario del nuevo gobierno: Gaviria dijo que “este 12 de agosto las escuelas y colegios de nuestro país abrazan la verdad” y hasta los más radicales estarán de acuerdo, así sea en voz baja, que en la composición de la comisión, y por lo tanto, en el resultado del informe, hay un evidente sesgo hacia la (extrema) izquierda.
Por ejemplo, como lo señaló la senadora Paloma Valencia, “en su afán por legitimar la lucha armada (que es terrorismo y narcotráfico), la Comisión de la Verdad decide culpar al Estado e igualarlo con las guerrillas y los paramilitares”.
Como lo explico en el libro, todo proyecto político socialista, por su propia naturaleza, necesariamente es totalitario. Y como lo enseña la experiencia internacional, el adoctrinamiento es necesario para cualquier proyecto totalitario de largo plazo, incluidos aquellos que instrumentalizan las instituciones democráticas.
Ese anuncio entonces de Gaviria no puede ser más preocupante desde la perspectiva de la libertad teniendo en cuenta que en pocos días será el ministro de Educación.
Por lo demás, es bueno recordar que esa comisión y su informe son ilegítimas porque son resultado del robo del plebiscito. Es decir, del desconocimiento autoritario de la voluntad popular y de la imposición arbitraria del acuerdo del expresidente Santos con las FARC. En el libro también me refiero a esto y lo hago en bastante detalle.
Petro es un político serio, extremista neocomunista pero serio, que piensa en el largo plazo y bajo ese lente es que debe analizarse su actuar. De algún gobernante de otro país se decía que sus seguidores no tomaban literalmente todo lo que decía pero que sí lo tomaban en serio, mientras que sus detractores sí tomaban literal todo lo que decía pero que no lo tomaban en serio.
En el caso de Petro hay que tomarlo en serio pero no siempre literal. Y eso que no soy propiamente un seguidor suyo. Hay que tomar en serio su proyecto neocomunista de largo plazo pero no literal algunas de las locuras en materia económica que planteaba en la campaña. Por ejemplo, que no otorgaría nuevas licencias para la exploración de petróleo a partir del 8 de agosto. No hay que tomarlas literal, al menos en el corto plazo.
La reunión con el expresidente Álvaro Uribe Vélez a los pocos días de haber ganado las elecciones debe leerse entonces más como un acto de moderación económica en el corto plazo de Petro que como un acto de moderación política de largo plazo. El propio Ocampo en una charla organizada por El Espectador resaltó los efectos positivos en los mercados de esa reunión.
El fuerte ecosistema en defensa de la libertad y de la democracia existente en Colombia deberá estar, por lo tanto, muy activo para que en 2026 sigamos viviendo en una democracia liberal. Esto además de, por supuesto, cuidar el aparato productivo de políticas de izquierda incluso democrática pero contrarias al progreso, como por ejemplo las relacionadas con impuestos excesivamente altos.
La historia demuestra que tener una democracia liberal real es condición necesaria para frenar la imposición de cualquier extremismo, tal como lo es el socialismo del siglo XXI que Petro quiere para Colombia a largo plazo.