Más del 85% de los países en el mundo tienen voto voluntario. El porcentaje restante tiene su mayoría en países de América Latina como Argentina, Uruguay, Brasil, Perú, México y Ecuador. Si se observa este fenómeno en un mapa, se podrán percatar que esta región, en su mayoría, se sustenta en el voto obligatorio. Pero, ¿es acaso esto sano para una democracia? Si existe una mayor cantidad de electores ¿existirá una mejor preparación para emitir el voto? ¿Es votar un derecho o una obligación?
Hace unos dos años visitó mi universidad un profesor belga que se especializaba en análisis de elecciones latinoamericanas. Él abogaba por el voto obligatorio porque reflejaba una mayor participación de la sociedad. No obstante, cuando le pregunté sobre los resultados que daba esta forma de sufragio en comparación con el voto voluntario, expresó que en los países con voto obligatorio existía una mayor participación de aquellos partidos con una ideología nacionalista y/o discurso populista. Desde entonces, no dejo de preguntarme si lo mejor para una “salud democrática” es, en efecto, obligar a que todo ciudadano vote.
Jason Brennan, politólogo estadounidense, mencionaba que cuando se trata de política, algunas personas saben mucho, la mayoría de la gente no sabe nada, y muchas personas saben menos que nada. Justamente, en Estados Unidos se han realizado diversos estudios sobre qué tanto conocen los votantes a víspera de elecciones y los resultados mostraban que la mayoría de los ciudadanos eran incapaces de reconocer a los candidatos legislativos de su distrito, al partido de gobierno que tenía mayoría en el Legislativo, y sobreestimaban datos financieros de su país (como por ejemplo, el gasto en ayuda exterior). Eso sin contar con las preguntas que trataban sobre historia de su país, en las que el 73% de los estadounidenses no entendían sobre qué era la Guerra Fría o que el 40% desconoce contra quiénes luchó su país en la Segunda Guerra Mundial. Esto ocurre en el país con mayores ingresos de toda América y con una educación superior a muchos de sus vecinos continentales. En este contexto ¿qué ocurrirá en otros países como Argentina, Perú, Ecuador o México?
Brennan clasifica a los votantes en tres categorías. En primer lugar, están los ‘hobbits’ quienes son desinteresados e ignorantes sobre los acontecimientos de su país. Luego, se encuentran los ‘hooligans’ que son las personas que siguen una ideología a ciegas y siempre buscan información que reafirme su creencia, lo cual crea un sesgo ante otros puntos de vista. Por último, se encuentran los ‘vulcanianos’, que son aquellos individuos que, sin importar su ideología, se empeñan en informarse de los acontecimientos políticos y de estudiar sobre diferentes teorías sociales. Parece ser que muchos creen que la democracia está liderada por ‘vulcanianos’ y por eso abogan por un voto universal obligatorio. Sin embargo, esto no es así: romantizar a la democracia no nos lleva a buenas conclusiones.
¿Cuántos de nosotros hemos dado un voto solo por la ideología de un partido, sin leer los planes de trabajo de cada candidato, o simplemente acudir a sufragar para no tener que pagar una multa? Una mayor cantidad de electores no da como resultado un mayor número de votos informados.
En el caso de Ecuador, el voto es obligatorio y se sanciona con multa (salvo para los mayores de 65 años y los adolescentes de 16 años). Lastimosamente, este derecho se encuentra escrito en la Constitución, y ello hace imposible que se elimine el voto obligatorio sin reformar la Carta Magna. No obstante, mediante decreto ejecutivo, el presidente podría eliminar el requisito del certificado de votación en los diversos trámites burocráticos y con eso se daría una solución inmediata a un problema que va a requerir una reforma más profunda.
Es innegable la importancia del voto, no se puede coartar esta libertad política que tenemos todos como ciudadanos. Sin embargo, eso no significa que debamos usar esta libertad de manera irresponsable. Al emitir un voto también se está decidiendo sobre el futuro del país y la vida de millones de personas. Esto es algo de suma importancia que muchos pasan por alto. Entonces, si existen personas que no se sienten lo suficiente preparadas para emitir su voto o no están conformes con los candidatos que se presentan, no se debería exigir su participación. El absentismo también es una forma válida de participación política.
Es tiempo de empezar a hacerse nuevas preguntas sobre la participación política de los ciudadanos. Exigir el voto de manera obligatoria atenta contra la libertad de decisión de cada uno de nosotros, y también conlleva consecuencias indeseadas para los demás ciudadanos. La mayoría de los votantes procesa la información política de una manera irracional y sesgada. Es un problema que aún no ha resuelto la democracia y será difícil hacerlo en los siguientes años. No obstante, un buen paso es incentivar el voto voluntario en todos los países latinos que aún lo tienen. Si impulsamos la importancia del voto voluntario, se podrían crear mecanismos que incentiven un voto más informado, y así lograr mejores decisiones políticas.