Dos sistemas sociales antagónicos e irreconciliables coexisten en la sociedad cubana hoy.
Por un lado asoma un socialismo alevosamente totalitario —más totalitario y clientelista que socialista— representado por una élite agonizante, que se resiste a ceder el espacio que ya de hecho no le pertenece.
Por el otro, una especie de sociedad oculta de corte anarquista, muy bien representada por la gran mayoría del pueblo, que deviene por la real e imperiosa necesidad de subsistencia, debido a la ineficacia de las políticas económicas impuestas por el Estado.

Esta última, es una sociedad no oficial que desconoce en gran medida las leyes monopólicas del Estado, reconociendo al mismo tiempo un sistema de leyes —policéntricas— surgidas voluntariamente en el marco de la interrelación también voluntaria de sus integrantes. Leyes que defienden la propiedad privada y la libre economía del sumergido mercado negro, el cual ha salvado a todos los cubanos en muchas ocasiones. Quizás, a estos anarquistas, por naturaleza y subsistencia, tengamos que erigirle en algún momento de nuestra agonía, una estatua a la perseverancia por tan riesgoso trabajo de subsistencia.
Si analizamos honestamente a la sociedad cubana utilizando el método praxeológico, nos percataremos de cómo la propiedad privada y sus agentes del cambio van ganando espacios cada día más visibles. Ello a pesar de la gran resistencia que aún le ofrecen las leyes monopólicas del Estado y sus agentes que promueven mantener el statu quo, respaldados por un ineficiente aparato represivo que supuestamente. vela e ineficazmente por el cumplimiento de las mismas.
Ya percibimos, en esta sociedad sumergida, los gérmenes de una propiedad privada pujante, que se ha expandido a todos los sectores de la misma.
Ya percibimos, en esta sociedad sumergida, los gérmenes de una propiedad privada pujante, que se ha expandido a todos los sectores
Así lo vemos en el sistema de la salud pública, donde en muchos casos se exige —tácitamente— el pago de servicios “adicionales” a cambio de una mejor calidad, atención y rapidez.
Por ejemplo, si recurre una clínica odontológica, seguramente encontrará que no hay amalgamas para los empastes, o anestesia para las extracciones. Sin embargo con un pago de por lo menos US$10, todos los utensilios e insumos necesarios aparecerán por arte de magia, y una cara sonriente le acogerá y recibirá con un servicio de primera. De lo contrario, uno estará condenado a una larga e incierta espera y en el mejor de lo casos, después de un trato y un servicio despreciable, uno saldrá con una solución temporaria, un parche que solo funcionará hasta el próximo día.
El mismo escenario se replica en la educación. Ya es casi una regla que los padres y alumnos paguen a maestros particulares para que den clases a nuestros hijos. Además, con un pago de $5 uno puede aprobar un examen de manera fraudulenta, una situación que deja en evidencia la baja calidad en la supuesta enseñanza pública, gratuita y colectivista.
Los servicios jurídicos tampoco escapan de esta realidad y desfachatez. Un pago extra puede representar una libertad condicional casi de inmediato, de lo contrario un presunto culpable de un delito podría un año, y más aún, en prisión preventiva mientras espera su juicio.
Los cubanos también satisfacemos las necesidades básicas como la alimentación y el vestido a través de esa sociedad sumergida, donde impera la ley del libre mercado, fuera de todo control estatal.
La sociedad sumergida, que funciona a espaldas del Estado, fue descripta por el teórico libertario Samuel Konkin en su Manifiesto Neolibertario (1980). Allí Konkin señala al mercado negro como una factor mediante el cual se podría desmantelar al Estado, una estrategia conocida como contraeconomía.
Si tenemos en cuenta que el pueblo cubano se alimenta, se viste y recibe muchos de los servicios básicos a través de la acción directa de la contraeconomía, no sería descabellado afirmar la presencia del germen de un prototipo de anarquismo sumergido en Cuba.