English Durante la asamblea anual general de la Asamblea de Primeras Naciones (AFN por sus siglas en inglés) que se llevó a cabo este mes, hubo un llamado a los nativos para trabajar por el cambio en el Gobierno de Canadá, a través de la participación activa en las elecciones de Octubre. Puede parecer algo obvio, sin embargo una asistente prominente e influyente descartó el voto como participación en un sistema que fue parte del “genocidio”, que los nativos canadienses experimentaron.
A pesar de que no soy experta en asuntos aborígenes, propongo lo siguiente: no instalarse, no ocupar una propiedad y no civilizarse, para cualquier pueblo, ha ocurrido porque las mujeres han estado allí. Sin importar qué gente llegó primero, antes vinieron de las mujeres. Y para discutir el valor del voto y la participación en la política desde el punto de vista de una mujer, yo soy capaz de hacerlo.
Regena Crowchild es una concejal de la Nación Tsuu T’ina ubicada en Alberta. Ella me desconcierta. Ha calificado el derecho al sufragio en Canadá como algo negativo. En vez de promover la libre e informada elección, ha dicho que “Si nos unimos a Canadá en su sistema electoral, estamos formando parte del genocidio”. En sus palabras, ellos usarían “una estación electoral foránea del Gobierno”.
Estar despreocupado del derecho al voto es denigra lo que las mujeres han alcanzado. Las mujeres lograron su derecho al sufragio, al igual que ser reconocidas en el parlamento británico y canadiense. Fuimos en busca del derecho a ser tratadas justamente por la ley , lo cual fue escrito por miembros del parlamento y por senadores. De extrañas a aliadas en el ámbito político, las mujeres ahora gozan de derechos y de responsabilidades.
El proceso de crear leyes, derechos y límites razonables ha sido defendido en guerra, cortes y en los medios de comunicación. Ha dependido de un debate estricto y la continua participación de los ciudadanos. Ciertamente, cuando las agendas sociales se han interpuesto o han desviado el trabajo del Parlamento hacia la justicia, se ha requerido de aún más participación por parte de los canadienses, no menos.
A través del proceso de elección de representantes, el poder ha estado bajo control, y se ha mantenido la rendición de cuentas del Parlamento. Está lejos de ser perfecto. No hay institución humana sin imperfección. Por lo tanto, a veces, leyes injustas se pueden encontrar con desobediencia civil pacífica.
Como mujer con valores pro-vida, cuando la política de aborto se convirtió en el eje del feminismo radical, yo fui una de muchas mujeres en todo el país que desafió a esa posición en las urnas. Algunas mujeres formaron organizaciones políticas, mientras que otras participaban en esas organizaciones. Nosotras objetamos a la limitada visión de que la libertad se involucrará en el bienestar social y económico de Canadá, cuando se logre la libertad de decidir dar a luz y criar a sus hijos.
Durante nuestra vigilancia, formamos un grupo de votantes que aún existe. El movimiento pro-vida era, y sigue siendo, apoyado por mujeres (y hombres) quienes reconocen la dignidad de un niño no nacido. Este trabajo no desaparecerá del ámbito político hasta que la dignidad sea reconocida por medio de la legislación – así como si se tratara de las mujeres, de los afroamericanos y de los judíos.
La falta de interés en participar de este poderoso mecanismo de cambio social no sirve de nada. A pesar de los fracasos a lo largo del camino, la perseverancia de los votantes canadienses ha funcionado por casi 150 años para proteger a los vulnerables dentro de nuestra historia mediante un Parlamento responsable.