
El Fraile Dominico Francisco de Vitoria (1483-1546), observó los desafíos que el siglo XVI traía a la cristiandad. Los musulmanes habían sido expulsados con guerra de España, una guerra que duró ocho siglos, las Indias eran descubiertas, se dio por primera vez la vuelta al mundo, y también, por primera vez, todos los continentes se conectaron comercialmente. La monarquía española estableció la primera globalización con sus leyes de comercio, su religión y su moneda, el Real de Ocho.
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El derecho del hombre al comercio y la propiedad individual frente a la comunal, fueron desafíos éticos y morales que la ciencia del Derecho debía resolver, de tal forma que permitiera al hombre desarrollarse en libertad. De Vitoria, testigo y estudioso de leyes y costumbres de la llamada Edad Media, de la cual el salía, planteó la siguiente solución legal al problema ético del comercio: “El hombre tiene derecho al libre comercio, es decir, a comerciar con otros hombres, aunque pertenezcan a una región o sociedad distintas de la suya, siempre que no haya perjuicio para éstas o para sus individuos”.
El comercio se reconoce como un Derecho individual en la cristiandad, sin distinción alguna entre los súbditos del Rey donde quiera que se encuentren, explica también la bonanza que el Imperio Español experimentó durante tres siglos, así como la paz que se observó en sus dominios.
Otra discusión se llevó a la palestra, la misma que ha acompañado al hombre desde su creación; la propiedad. El modelo de propiedad comunal siempre ha existido, es un modelo de producción, al fin y al cabo, pero injusto según Francisco de Vitoria; “Si los bienes se poseyeran en común serían los hombres malvados e incluso los avaros y ladrones quienes más se beneficiarían. Sacarían más y pondrían menos en el granero de la comunidad”. Brillante, y es lo que sucede en la practica con los modelos de bienes comunitarios, como es de todos, nadie los cuida y todos reclaman, y al final nadie trabaja y no hay producción. Quinientos años después, el hombre sigue insistiendo en el comunismo, que sigue fallando.
Estos dos conceptos jurídicos, el de la libertad de comercio y propiedad privada, fueron los pilares del desarrollo económico y social en las Indias, hoy Hispanoamérica. El indio americano con derechos aprendió a comerciar y valoraba la propiedad privada. El hispanoamericano es comerciante por naturaleza, siempre busca que vender.
La informalidad, que no es otra cosa que el ejercicio de la libertad de comercio sin la intervención regulatoria e impositiva del Estado, es la practica de la costumbre comercial que llego a América con España, esta libertad esta arrinconada por la imposición de regulaciones estatales, así como impuestos. La respuesta del ciudadano es comerciar al margen del estado. Los gobiernos de Hispanoamérica, los organismos internacionales y los políticos se quejan constantemente de la “informalidad,” y prometen programas, incentivos y la fuerza para “formalizar” la actividad comercial privada, jamás ha funcionado, ni funcionará. Hay que entender que la informalidad es fuerza productiva, combatirla es erróneo porque empobrece, lo que hay que hacer es lo opuesto, dejar que el hispano desarrolle su “ángel comercial,” – me opongo a utilizar “animal comercial”-, y produzca, y venda al mundo entero, sin restricción estatal.
El dilema, son los impuestos, los burócratas quieren cobrar, y mientras más es mejor, además de la inmensa regulación estatal que se impone a cualquier empresa. En Perú, por ejemplo, un negocio puede ser multado, intervenido y cerrado por diecisiete diferentes organismos, incluyendo la Asociación de Autores y Compositores, una vez en la formalidad, el negocio es presa fácil del Estado y sus burócratas, que imitan regulaciones de los países con desarrollo económico avanzado. Esta regulación es muchas veces impuesta por organismos internacionales, ONGs, tratados internacionales e inclusive Hollywood, con sus peticiones para proteger la flora y fauna de la Amazonia, pero no la gente que vive allí y necesita de esos recursos para sobrevivir. A las regulaciones ya existentes, que son abundantes, costosas, inservibles y generan responsabilidad penal, hay que sumarla las nuevas; como regulaciones ambientales, de género, de no discriminación, animalistas, sólo para mencionar algunas.
La informalidad es la fuerza de Hispanoamérica, es la tradición comercial que llegó de España como derecho divino, junto con la libertad y la propiedad. La receta es simple, y es lo que repiten los pequeños empresarios: Dejen que trabajemos en paz. Nada más, verán como toda la región entrará en bonanza en solo diez años, con la fuerza creadora de riqueza hispana.