El tema político del momento, además de los escándalos de corrupción, es el de la debilidad aparente del gobierno de Iván Duque.
Los mismos críticos que hace tan solo unos meses, en el momento de la campaña, decían que, en caso de ser electo, Duque nos llevaría a la dictadura, hoy aparentan estar preocupados por lo que señalan puede ser un país sin dirección ni gobernabilidad.
La verdad es que ambas son formas diferentes de expresar lo que equivocadamente se espera de un presidente: un talante autoritario, de mano dura. Así no lo quieran reconocer los críticos del actual gobierno, ellos también comparten las mismas expectativas, aunque les gustaría que esa mano dura la pudieran ejercer los gobernantes de sus preferencias.
Además de lo anterior, las críticas reflejan lo que he mencionado en anteriores columnas: los críticos del actual gobierno no van a reconocerle nada positivo. Su intención no es sino la de crear una narrativa de caos y crisis para justificar la llegada al poder del modelo en el que creen. Y este modelo, en muchos de los casos, es el de populismo de izquierda o de abierto socialismo.
Pero fuera de los críticos, incluso los que apoyaron a Duque, hoy parecen preocupados por lo que se percibe como una incapacidad del actual mandatario de liderar al país. Además de la idea que tenemos sobre el cómo deben comportarse los líderes políticos, tanta preocupación refleja varios elementos sobre nuestra forma de entender la política y sus dinámicas.
Primero está la incapacidad para aceptar la incertidumbre. En el momento de campaña, tanto críticos como seguidores, consideraron que un gobierno del partido del actual mandatario estaría asegurado porque tendría mayorías en el legislativo y hasta porque podría nombrar magistrados en las altas cortes, cercanos a su posición política. Sin embargo, esto no se ha presentado. En el legislativo, la coalición que permitió que Duque llegara al poder se rompió muy pronto y las cortes siguen demostrando independencia frente a las otras ramas.
Además, tanto la opinión pública, como el mismo candidato, consideró que su mera elección sería suficiente para que todos los asuntos problemáticos en el país, desaparecieran – o, al menos, que pudieran ser ocultados. Muy pocos repararon en la salud fiscal, en el frente internacional o en los movimientos sociales. De hecho, solo por llegar al poder, la férrea oposición no esperó siquiera a que los problemas fuera una realidad, sino que decidió anticiparse e iniciar una serie de manifestaciones públicas que han tenido al país con una creciente paralización.
En lugar de acallar la protesta, como tanto temían algunos, el gobierno de Duque, supuestamente representante de la derecha colombiana, ha llevado a que ésta se incremente hasta niveles que no sabemos dónde llegará.
Segundo está el reconocimiento de la capacidad de acción de un gobierno. Tendemos a responsabilizar al gobernante de turno por lo divino y lo humano: por la creación de empleo, por la caída en los precios de bienes específicos, por la situación de violencia, por las crisis o las bonanzas…en fin.
Esto puede explicar por qué se espera que los mandatarios sean de “mano dura”, que hablen fuerte, que impongan sus visiones. En la misma construcción que hemos hecho de lo que es el poder, no hay lugar a debilidades.
Pero, además, esto requiere que las personas que ocupen altos cargos en el gobierno, tengan mucha experiencia. Que sean reconocidos y que tengan recorrido, no en los temas, sino en el manejo de las personas que los rodean.
Esto puede ser uno de los problemas del actual mandatario: muchos han señalado su amplio conocimiento, pero esto no es suficiente. Ser presidente no es un concurso de trivia, sino que requiere de competencias que no los da el saber de algunos temas, ni de conocerlos a profundidad. Una persona recién llegada al mundo de la política no podrá manejar sus dinámicas, si no ha hecho carrera en ella.