Hace unos días, la revista más prestigiosa de Colombia publicó una edición especial sobre el país de moda: China. Esto no tendría por qué llamar la atención, sino por todo lo que esa publicación revela. En más de cien páginas, una diversidad de autores, sin hacer una sola crítica, pretenden mostrar una imagen idílica de este país, como si fuera un paraíso en la tierra.
Sorprende ver que ni una mención se hace a la falta de democracia, a la censura a la prensa, a las restricciones a la libertad de expresión, a los desaparecidos, a las violaciones a los derechos humanos…en fin. Una sola se hizo a la política del hijo único. Pero ésta no era para criticar, sino, en el fondo, para mostrar una supuesta eficiencia y fortaleza del gobierno chino. Como si eso fuera de admirar.
Y es que, al parecer, así es como se ha engendrado, como se hace evidente en la publicación de marras, una suerte de enamoramiento ciego de algunos intelectuales colombianos frente al país que ven como la potencia del futuro. Un observador desprevenido podría pensar que esos intelectuales, al fin y al cabo, están admirando los resultados de una China que, desde hace muchos años, decidió seguir siendo una dictadura, pero con una creciente economía de mercado, con respeto a los derechos de propiedad incluidos.
Pero no. Las más de las veces, incluso los más expertos, tienden a resaltar la importancia de la dictadura y a poner en cuestión, cuando no lo niegan de manera contundente, las características capitalistas de la economía china.
Por ello, en realidad el enamoramiento, de manera muy interesada por parte de estos intelectuales, se explica por dos razones. De un lado, porque admiran el crecimiento económico que, desde hace décadas, ha presentado este país. Del otro, porque interpretan que esa transformación y sus efectos positivos se han dado por variables que esos mismos intelectuales siempre han deseado: un Estado autoritario, que imponga su voluntad a la fuerza, que elimine, que persiga, cualquier expresión de individualidad.
Una vez más, se confunden causas, efectos y fenómenos. Los hoy enamorados que consideran que China, por crecer como ha crecido, será la estrella del mundo y es digna de admiración y anuencia, no pueden concebir que el crecimiento se haya presentado a pesar de ese Estado todopoderoso. Haciendo gala del más terco sesgo de confirmación, solo pueden creer que es éste la causa de todo lo demás.
Pero, además, hacen gala de sus verdaderas posiciones. Para todos, el crecimiento de China (y su comida y su cultura y sus paisajes) valen la pérdida de libertad, la esclavitud de millones de personas a los caprichos de sus gobernantes. Por eso, ni una crítica, ni una mención, ni una reflexión sobre este aspecto.
Pero hay más. La mayoría de artículos en la publicación mencionada no pueden ocultar su desprecio por lo que denominan “cultura occidental”. No solo justifican su admiración por China a partir de la oposición a los países occidentales, sino que tienen que afirmar que la cultura china, las decisiones del gobierno de ese país y sus formas de hacer las cosas son superiores a las occidentales; incluso, que estas últimas son, por algún motivo, entre decadentes, censurables y/o abiertamente malvadas.
No sobra señalar que es posible pensar que parte del enamoramiento hacia China y del desprecio evidente por “occidente” se debe a que muchos de los autores y, en general, de intelectuales, consideran que así atacan directamente a Estados Unidos, al que perciben como el epítome de lo que más odian: libertad económica, libertad individual; pero que ocultan con las críticas, muchas veces incoherentes, en contra de su gobierno, al que denominan imperialista o intervencionista.
¿Por qué cuestionar los enamoramientos que algunos padecen? ¿Por qué sorprenderse por el tono de una publicación que, al fin y al cabo, refleja los “nuevos tiempos”, en tanto China es un país que está creciendo y, por lo tanto, Colombia debe acercarse a éste?
No se trata de censurar desde ningún punto de vista las preferencias de algunos intelectuales; aunque sí de resaltar sus características y contradicciones. Por su parte, es evidente que China, muy posiblemente, se convertirá en la potencia más importante del mundo y que un país como Colombia no puede aislarse de esa realidad por discusiones sobre democracia, derechos humanos y demás.
No obstante, el peligro está en otra parte: en creer que como China llegó a donde llegó se debe, supuestamente, a su modelo, ese modelo es el adecuado para un país como Colombia. Ahí sí la interpretación es inadmisible y el enamoramiento tiene límites. Hay que tener cuidado con los objetos de la admiración y responder a ellos siempre que pongan en peligro los pocos avances que tenemos como sociedad en el respeto, garantía y preservación de nuestras libertades.