De todos los posibles, el actual gobierno colombiano eligió el peor camino. Ante la necesidad de hacer reformas estructurales, pero impopulares, decidió irse por la del aplauso fácil y las decisiones no controvertidas, pero equivocadas.
Colombia no está aislada de los cambios que están sucediendo en diversas partes del mundo. En este país también prosperaron las ideas catastrofistas y sus peligrosas soluciones. En la reciente contienda electoral, se creó un escenario según el cual todos los indicadores no solo son negativos, sino que están empeorando, lo que es falso…o por lo menos no del todo correcto.
Esta narrativa catastrofista, además, encuentra culpables: un supuesto excesivo liberalismo, según algunos, unas élites contrapuestas a los intereses del “pueblo”, según otros. ¿La solución? Más Estado, manejado, eso sí, por el ungido.
Esta visión se vio reflejada, en el caso colombiano, en el ascenso, como nunca antes en la historia, de una clara opción de izquierda populista. Opción que, así no les guste a sus seguidores, evoca, en muchos de sus planteamientos y creencias, a personajes que, como Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Evo Morales, Daniel Ortega, o la pareja, Néstor Kirchner y Cristina Fernández, llegaron al poder gracias a haber creado las mismas ideas (abiertamente falsas o parcialmente correctas) en diferentes países.
Colombia se salvó, no porque el país sea diferente. Pero la salvación es, siempre, temporal. Las opciones populistas, radicales, extremistas (asociadas el estatismo), siempre están al acecho. Pero, además, en este país tuvieron una muy alta votación hace unos pocos meses.
Este resultado envalentonó a sus líderes y seguidores. Hoy, más que nunca, están atentos a seguir alimentando una percepción basada en su narrativa.
Ante esto, el elegido gobierno de Iván Duque parece no haber entendido su papel en este contexto. En lugar de tener una buena imagen, su ascenso es una oportunidad (tal vez la última) para demostrar que con ideas basadas en la libertad (democracia liberal, capitalismo, respeto a las diferencias, entre muchas otras) es posible obtener resultados positivos para todos.
Pero para ello es necesario que el gobierno tome decisiones cruciales, muchas de ellas contraintuitivas (y, por lo tanto, impopulares) y otras que lo enfrentarían a intereses basados en privilegios del pasado.
Pero semejante tarea no es fácil de asumirla. Político que se respete no está interesado en hacer las cosas bien, sino en hacer las que les generen beneficios, incluidos los reputacionales. Por ello, sacrificar su imagen es algo que no se hace tan fácil.
Precisamente, esto es lo que parece estar sucediendo con este gobierno. Se ha preferido, por iniciativa del presidente mismo, abandonar la urgente discusión sobre el gasto público. De igual manera, se dejó de enfatizar en que, si los ciudadanos pretenden un Estado tan activo, deben pagar por él. Ante el primer amague de extorsión por parte de los tradicionales extorsionadores en Colombia, los cafeteros, cedió en darles nuevos recursos, así estos no hayan sido tan altos.
Así, se está alejando a pasos agigantados de lo necesario (y urgente): reformas, eliminación de privilegios, mayor liberalización, menos intervención estatal.
En su lugar, prefirió irse por lo fácil, por lo seguro que, en este caso, también es lo equivocado. El caso paradigmático es el retorno a la idea prohibicionista para enfrentar el asunto de las drogas ilícitas. Prefirió irse por lo efectivo: crear una imagen (que nutre, sin duda, a las narrativas catastrofista) según la cual los más jóvenes están consumiendo más drogas. Hiló esta visión con la de las amenazas a la “familia” (cualquier cosa que eso quiera decir).
¿La solución? No solo volver a la política prohibicionista, sino hacerlo con una medida, próxima a ser decretada, de darle potestad a la policía para decomisarle a los individuos que tengan en su poder drogas de cualquier tipo, sin importar la cantidad. Aquéllos que sean encontrados con una cantidad mayor de la que se considera dosis mínima, serán detenidos y procesados como distribuidores de drogas.
Mejor dicho, se fue por la cacería de brujas. El gobierno colombiano va a abrir la caja de pandora: la policía en contra de los ciudadanos, deteniendo sin orden judicial, para revisar a los ciudadanos que tengan un perfil, delimitado por los prejuicios de los agentes que actúan en terreno.
El actual presidente colombiano no es ingenuo, así lo parezca. Es obvio que él y sus asesores saben que esta medida ni va a disminuir el consumo de drogas, ni va a proteger a los niños, ni va a acabar con la producción. Pero es no es lo que les importa. Lo único que quieren es no darse las peleas duras y comportarse como en un circo: que el público les aplauda sus monerías…o al menos el público que los llevó al poder. Al fin y al cabo, más del 60% de los encuestados consideran que debe volverse a penalizar la dosis mínima en el país; esto es, quieren un retorno de la equivocada política prohibicionista.
¿Para qué dedicarse a lo necesario, si puede darles gusto a sus seguidores con superficialidades? Al final, Duque y sus asesores podrán irse fácil del país a victimizarse cuando, por su ineptitud y cobardía, creen todas las condiciones para que un líder, embebido por la narrativa catastrofista, llegue al poder a aplicar las políticas que, está demostrado hasta el cansancio, solo generan pobreza y violencia.