En las discusiones sobre desigualdad, suele confundirse el fenómeno con sus causas. De allí que se planteen dos posiciones opuestas, irreconciliables. De un lado, aquéllos que andan obsesionados con eliminar las diferencias (principalmente, en ingresos) entre ciudadanos. Del otro, los que consideran que la desigualdad es un resultado ineludible del mercado.
Las más de las veces, sin embargo, los participantes del debate no están hablando de lo mismo. Definitivamente, deben existir algunos que consideran intolerable cualquier tipo de desigualdad y que, por lo tanto, buscan su eliminación sin consideración.
Éstos están equivocados…y son peligrosos: en muchos casos son los que están detrás (como ideólogos, áulicos o tomadores de decisiones) de esos regímenes que tanto daño han causado en la historia y que siguen causándolo (no más hay que mirar la obsesión por la desigualdad del tipo de gobiernos que se atornillaron en el poder en Venezuela, Nicaragua o Bolivia).
Seguramente, también existen aquéllos que defienden cualquier resultado actual (es decir, cualquier tipo de desigualdad) como natural. Ellos son los que defienden el statu quo; el capitalismo clientelista; los privilegios de unos pocos.
Pero, en general, la preocupación no es por cualquier tipo de desigualdad, ni los que la consideran un efecto del mercado, justifican cualquier fuente de resultados dispares.
Es indiscutible que, en el mercado, no se pueden eliminar esas diferencias. Intentar hacerlo es acabar con el sistema mismo, debido a que, a través de éste, las personas deciden libremente qué satisface mejor sus deseos o necesidades. Cuando miles, millones de personas consideran que un bien satisface sus intenciones mejor que los demás, se genera desigualdad pues el productor de ese bien va a recibir más recursos que los demás.
Lo mismo sucede si hablamos de la desigualdad generada por las habilidades o dones que tenga una persona: cantantes, actores, pintores, escultores, escritores…muy pocos considerarían injusto que ellos reciban beneficios superiores que el resto por sus expresiones. De igual manera, las personas tienden a admirar, no a rechazar, a los innovadores. Muchos quieren imitarlos, no quitarles lo creado.
No obstante, hay un tipo de desigualdad que genera indignación y a la que ambas posiciones considerarían injusta. Ésta es cuando las diferencias no son resultado de la decisión simultánea – y, por lo tanto, aleatoria – de millones de individuos, sino cuando es uno o pocos los que deciden por los demás. Este tipo de desigualdad, generalmente, asociado con el poder político y la concesión de privilegios es insuperable para los afectados y, por lo tanto, inmoral.
La semana pasada me acordé de este tipo de desigualdad ante un hecho aparentemente frívolo, pero que muestra concretamente lo odiosa que resulta este tipo de desigualdad. Fue noticia nacional hace unos días que los hijos del presidente actual y de su antecesor tuvieron una pelea (de niños) en redes sociales.
Lo primero que llama la atención es que semejante hecho tan trascendental para la historia del país haya sido reportado en todos los medios nacionales. En el mismo sentido, genera interés que una pelea entre jóvenes haya tenido tanto eco. Esto se explica, claro está, porque las personas suelen seguir en redes a este tipo de personajes.
Es decir, la fuente de la desigualdad tiene su origen en el poder político, pero se ve legitimado por las decisiones y acciones de los ciudadanos. Uno no entiende qué pueden tener de interesante para decir unos muchachos sin ninguna experiencia, trayectoria, ni conocimientos demostrados. Pero la gente los valida siguiéndolos en las redes.
En el marco de la pelea, uno de ellos afirmó que se sentía muy orgulloso de terminar el mandato de su padre con el mismo patrimonio con el que lo había comenzado. Muy valioso, puede llegar a pensar uno. Pero cuando se da cuenta de lo que realmente está diciendo, resulta absurdo, por decir lo menos. Uno se siente orgulloso de algo importante que haya hecho, no de lo que en principio tendría que cumplir. Los recursos estatales no son del presidente de turno. Mucho menos de su familia. Este comentario sobraba.
Pero, ante la afirmación, uno de los hijos del expresidente, se sintió aludido. Esto, porque es conocido que ambos hijos del expresidente entraron como estudiantes y terminaron el mandato de su padre como magnates. Ante las suspicacias, hemos escuchado hasta el cansancio que la fortuna es resultado de su trabajo, de su dedicación y de su esfuerzo. Como si eso fuera suficiente para tener éxito, incluso, en el mercado. Quién esto cree no ha leído a F.A. Hayek, por ejemplo, quién nos dice que no podemos olvidar nunca la importancia de la suerte en los resultados obtenidos.
Volviendo al asunto que nos ocupa, puede que esos muchachos, tan capaces para los negocios, hayan tenido buenas ideas y éstas hayan sido valoradas en el mercado. Sin embargo, el hecho de que hayan sido hijos del presidente cuando las tuvieron incidió claramente en su capacidad para el éxito que tienen. Esta condición no es resultado ni de la suerte, ni de la capacidad, ni de ninguna otra situación no deliberada, sino que ellos seguramente si no hubieran sido hijos de un presidente, no hubieran amasado una fortuna como la que aparentemente tienen en la actualidad.
La respuesta del otro hijito de presidente fue que él se sentía afortunado por haber hecho su carrera universitaria y por haber prestado servicio militar. Sobre lo primero, no hay que decirle sino felicitaciones, aunque no es seguro que sea un motivo para sentirse realizado. Sobre lo segundo, al muchacho se le olvidó decir que es el único que ha prestado servicio y que, durante ese tiempo, apareció en todos los medios de comunicación y que tuvo interlocución directa con los altos mandos militares. Que no nos venga a decir que prestó servicio militar: lo que hizo fue propaganda.
Así, podríamos seguir. El punto es que es intolerable que en una sociedad haya ciertas personas que, según su cercanía al poder, no solo tengan visibilidad, sino resultados, logros y un futuro asegurado. Este tipo de desigualdad, estoy seguro, ambas posiciones es el que rechazan. El punto está en que, debido a su naturaleza, ésta no la elimina el Estado, sino su limitación y reducción. Cualquier otra propuesta es perpetuarla y alimentarla como hacen hoy quiénes siguen en redes a los hijitos de presidentes solo por serlo.