La situación en Bogotá no solo está mal, sino que parece estar empeorando. La movilidad, la inseguridad, los medios de transporte…la ciudad aparenta atravesar una crisis sin precedentes.
Además de los constantes – y asustadores – mediáticos casos de inseguridad y la consecuente preocupación, la semana pasada, ante un cambio en el modelo de recolección de basuras de la capital, se decretó la crisis sanitaria porque la ciudad amaneció desde el jueves 1 de febrero inundada en desechos.
Ante este problema, los opositores del actual alcalde, Enrique Peñalosa, aprovecharon para endurecer sus críticas, mientras que los ciudadanos ajenos al debate político pierden la paciencia. De hecho, la crisis es tal que el alcalde es uno de los que menor imagen favorable tiene en todo el país.
Para ser justos, a la mayoría de esos opositores poco les interesan las posturas políticas de Peñalosa. La cosa se reduce a lo electoral: muchos de ellos apoyaron los gobiernos sucesivos de izquierda populista en la ciudad y quieren su retorno. Esto lleva a que les importen poco los efectos negativos que esas alcaldías tuvieron en la ciudad y a que celebren todos los problemas que tenga el actual alcalde. Ellos se regocijan en sus fracasos. En nada les interesa la ciudad y su mejora.
Así, debido a la crisis de las basuras, los opositores están de plácemes y los ciudadanos del común desesperados. Esta es la receta del desastre.
Las interpretaciones equivocadas se están dando como ciertas. La más importante es que la crisis de hoy es igual a la de hace cuatro años cuando el entonces alcalde, Gustavo Petro, inauguró otro cambio en el modelo de basuras. Pero esto es falso. Si bien, tanto en ese momento como hoy, el resultado fue una ciudad inundada de basuras, la verdad es que la causa es diferente. En la alcaldía de Petro se denunció un supuesto complot, hasta hoy no comprobado, de las empresas privadas en la recolección de basuras. Mientras que hoy, es por todos conocido que los trabajadores de la empresa pública, Aguas de Bogotá, en efecto, boicotearon la entrada en vigor del nuevo modelo.
Antes de proseguir es necesario aclarar que el actual alcalde parece haber sido incapaz de solucionar los problemas de la ciudad, no ha sido claro en los desafíos ante los que se enfrenta, ha priorizado sus visiones de lo que se debe hacer y no lo que parece más urgente para los ciudadanos, y todo esto con una actitud arrogante, aislada de la gente y con un pésimo manejo tanto de su imagen como de la comunicación de la alcaldía.
En este último punto, los alcaldes anteriores fueron excelentes. De hecho, esa suele ser la fortaleza más admirable (la única, desde mi punto de vista) de la izquierda: a pesar de su peligrosidad, mantiene un discurso que suena bien, aparentemente lógico, con un sex-appeal natural por lo políticamente correcto y con un profundo conocimiento para mantener una imagen que convierte a sus líderes, facilito, en aspirantes a ser el objeto de nuevos cultos a la personalidad.
Lo grave de esas interpretaciones falsas que están haciendo carrera es que pueden llevar a los ciudadanos, aquéllos que están desesperados, a creer que la solución es retornar al tipo de gobiernos que tuvimos durante doce años en la ciudad. No obstante, esto sería empeorar la situación: no se debe olvidar, que fue durante ese tiempo que se gestaron todos los problemas que estamos padeciendo hoy. Los opositores al actual alcalde están logrando que los ciudadanos desesperados crean que los problemas aparecieron con Peñalosa, pero esto no es así, algo fácil de lograr, entre otras, por las siguientes razones.
Primero, la transparencia. Los gobiernos actuales tienen injerencia en cada vez más temas y funciones; asuntos que son, a su vez, altamente complejos, y la mayoría de las veces profundamente técnicos. Esto lleva a que el ciudadano pierda el rastreo tanto del tipo de intervenciones que se adelantan, así como de su efectividad, de los avances e, incluso, de las soluciones ante los problemas. Es casi seguro que, yo incluido, casi ningún ciudadano puede responder a ciencia cierta preguntas como: ¿cuáles son las diferencias entre los tres modelos de basuras de los últimos 6 años? ¿Era necesario hacer los cambios? ¿Cuál fue la efectividad en el objetivo de recolección de basuras? Estas preguntas sin respuesta, más allá de los que nos quieran decir los gobernantes se pueden multiplicar por los temas que maneja una administración como la bogotana.
A pesar de lo anterior, en segundo lugar, el ciudadano quiere inmediatez. En las urnas, los electores van a preferir la opción que parezca pueda darles solución. Pero como no entendemos la complejidad de los temas, ni mucho menos las soluciones, queremos resultados casi mágicos: en cuestión de días, si es posible. ¿Pensar en modelos de largo plazo? Eso parece ser imposible en ciertas sociedades, incluida la bogotana. Es más: la evaluación que hacemos de los avances es, por ejemplo, a partir de datos parciales, sin mayor análisis y con cero rigor estadístico (porque la mayoría carecemos del interés, del tiempo o de la formación para hacerlo).
Parte de lo anterior se debe a una tercera causa: la aceptación de los costos. En “lo público” existen incentivos para que los individuos crean que solo pueden aceptar los beneficios y evadir los costos de sus decisiones. Pero esto no es sino una ilusión. Las decisiones colectivas tienen costos y estos pueden ser altísimos desde el punto de vista social, claro está, pero también individual. Las personas creen que, cambiando de gobernante, ya se pueden olvidar de todo lo que se hizo antes, pero esto no es así. Por el contrario: la mayoría de efectos de las decisiones no son observables inmediatamente, ni en el corto plazo; no podemos anticipar cuándo lo serán; muchas veces pueden ser incrementales en los efectos; y tienden a ser complejos en sus efectos perceptibles. Parte de esos costos es el dolor generado por las decisiones equivocadas, como por las que intentan corregirlas.
Por estas tres causa,entre otras, los ciudadanos tienden a olvidar fácilmente el pasado. Por olvidar fácilmente el pasado, las actuales circunstancias de Bogotá pueden ser la receta del desastre, que no solo tendrá repercusiones en el futuro de la ciudad sino, como mostraré en otra columna, en el país.