
El pasado domingo quedó disponible nueva evidencia, para quienes aún lo dudaban, del poder de la dictadura en Venezuela y de su paulatina, pero incremental, construcción de un régimen totalitario. Más allá de observar, impotentes, cómo los líderes de la dictadura, a través de mecanismos fraudulentos, lograron hacerse al poder en la mayoría de gobernaciones, las elecciones regionales nos dejan las siguientes lecciones, dudas y paradojas.
1. La “comunidad internacional” no puede hacer mucho más
Ojalá existieran fórmulas mágicas para sacar del poder a una banda de criminales y de dictadores como la que se encuentra hoy en Venezuela, pero eso no es posible. Muchos anhelan, por desconocimiento o ingenuidad, que esa labor la podría llevar a cabo algún agente externo. Algunos piden que Naciones Unidas sea más contundente. Otros consideran que Estados Unidos podría asumir esa responsabilidad. Otros más esperan que sean los países latinoamericanos, en concierto, y con un rechazo contundente a la dictadura.
Pero no hay mucho, más allá de la retórica, que funcione en este caso. Naciones Unidas no puede actuar, como tampoco los países latinoamericanos. Se puede aislar al régimen venezolano, pero, al parecer, esto ha permitido que este adquiera más control al interior.
Lo anterior aplica, incluso a Estados Unidos. Es cierto, como piensan los ingenuos, que este país podría derrocar militarmente al régimen, pero el derrocamiento no asegura que, por un lado, la dictadura se acabe ni que, por el otro, se cree un régimen diferente.
Por ahora los venezolanos están solos. Ese es el peligro de haber permitido que llegase al poder un régimen como el que prometió, así fuera con engaños y manipulaciones, Hugo Chávez.
2. La caída no sabemos cuándo vendrá
Estos regímenes no son eternos. No pueden serlo. La lógica misma de mantener el poder a toda costa lleva, entre otros, a dos fenómenos. Primero, los líderes se vuelven cada vez más paranoicos y, por lo tanto, se aíslan, alejan a sus aliados: los asesinan, los encarcelan o los convierten en enemigos. Segundo, crean tantos enemigos, tantas personas les temen que, eventualmente, son más los que quieren quitarles el poder. Algún día caerán.
Lo que no sabemos es cuándo. Y no podemos asumir, por ingenuidad, ignorancia o pensar con el deseo, que la caída siempre está próxima. Esto ha pasado con la dictadura venezolana: todos conocemos los graves problemas que han generado las decisiones que se han tomado desde su llegada al poder; todos hemos visto cómo pierden legitimidad y apoyo doméstico. Sin embargo, no por eso podemos predecir una caída pronta. Estos regímenes pueden durar décadas. No podemos predecirlo.
Pensar con el deseo puede ser un ejercicio de catarsis, pero también nos hace ceder en la crítica al régimen y confundir las señales. Muchas veces, ante cualquier revés, este tipo de gobiernos no se ven debilitados, sino que aplican medidas más agresivas en contra de su propia población y crean más enemigos, tanto internos como externos. Mejor dicho: entre más débiles, más agresivos. Esta dinámica puede durar muchos años.
3. ¿Jugar con las reglas o para crear nuevas reglas?
La democracia es mejor a la dictadura, parece ser una obviedad. Pero esto implica reconocer cuándo se está ante una democracia y cuándo esta se está utilizando. No todo lo que parece ser una democracia lo es. Tampoco en todas las democracias se usan, siempre, los instrumentos democráticos para tomar decisiones.
Más importante que lo anterior, sin embargo, es saber reconocer cuándo se está asumiendo, de manera ingenua, la democracia como un fin en sí mismo. No hay que olvidar que esta es simplemente una forma específica como las sociedades toman decisiones colectivas. Pero eso ese mecanismo no es –ni puede convertirse, desde ningún punto de vista– en una meta de la sociedad.
La democracia en Venezuela es una formalidad que tiene la dictadura para mantener engañados a los pocos que aún creen en ella. Algunos consideran que esta no puede ser considerada un régimen autocrático porque no actúa –o que parece no actuar– como las dictaduras de los años 60 y 70. Pero esas ilusiones son de algunos, muy pocos, que anhelan que un régimen como el implementado por Chávez pueda funcionar algún día.
Los demás no caemos en la ilusión. Pero en lo que sí caemos es en creer que, por vía electoral, se puede convencer a la banda de criminales que está en el poder de cambiar el camino que tomó desde hace muchos años y que ceda su espacio. Pero ese es solo un autoengaño que facilita también la poca eficacia de la oposición: como no son lo suficientemente contundentes en proponer una estrategia para sacar del poder a los criminales, ni de ocupar el vacío que seguramente se sentirá cuando el régimen caiga, es más fácil seguir las reglas que les imponen y, luego, cuando estas son ignoradas por las autoridades, culparlas del desastre.
Pero esa estrategia ya se está agotando. ¿Cómo crear una nueva sin recursos, con el Estado en contra y con muchos que consideran que el problema es de Maduro o de Chávez y no de las ideas en las que estos creen.
4. Hay que reconocer los apoyos a la dictadura
Lo último que queda pendiente es reconocer que, así no podamos creerlo, el régimen sigue teniendo apoyos. Los boliburgueses, los burócratas, los militares. Pero también hay una parte de la sociedad que aún apoya a la dictadura.
Es necesario, para comprender la gravedad de la situación, reconocer esto… y aceptarlo. No podemos seguir creyendo, por ingenuidad o ignorancia, que el Gobierno se mantiene en el aire, solo por el uso de la fuerza y la censura. Hay una base que aún lo apoya.
Reconocerlo y aceptarlo no quiere decir justificarlo ni entenderlo. ¿Por qué algunos individuos apoyan a un grupo de personas que les quitan sus derechos? ¿Por qué no se molestan con la falta de todo tipo de alimentos y de bienes? ¿Por qué no reaccionan cuando se usa la fuerza del Estado en contra de las personas que protestan porque quieren preservar sus derechos? Eso no es fácil entenderlo. Tal vez sea imposible hacerlo. Pero no porque no lo comprendamos podemos ignorarlo.
Esa base es lo que permite que el dictador y su círculo cercano sigan manipulando resultados, como sucedió en la Asamblea Nacional Constituyente y como sucede hoy. Esta variable vuelve más complejo el fenómeno y, por lo tanto, nos aleja de respuestas fáciles, obvias y de recetas mágicas.
Lástima por los venezolanos, pero la cosa no se ve sencilla para ellos. Ni de corto plazo. Esperemos que los demás países de la región aprendan de esta experiencia. Es fácil que estas bandas lleguen al poder. Después, es cada vez más complejo sacarlos, pero más mantenerlos… y mucho peor son las consecuencias en cualquiera de los dos casos.