Colombia es un país altamente politizado. Por ello, casi siempre los políticos están en campaña. En este contexto, a pesar de faltar casi un poco menos de un año para las elecciones presidenciales, desde hace tiempo sabemos quiénes son los candidatos y estos andan mostrando sus propuestas y cazando votos.
La semana pasada se publicó un artículo en el que se resumen las propuestas que, en educación, presentaron los candidatos en un evento.
En esa campaña permanente están de moda dos temas: el primero, la corrupción; el segundo, desde hace varios años, la educación. Nuestros políticos –y muchos académicos y ciudadanos– se quedaron en el paradigma de los años 80, según el cual el desarrollo era resultado de la educación. En esa obsesión –política y, por lo tanto, superficial– por el tema, se ha limitado tanto el asunto que la preocupación es, en realidad, la cobertura. Aunque algunas veces se habla de calidad, su abordaje queda reducido a una cuestión de más cupos o de más profesores. Es decir, de cobertura.
De lo que nunca se habla es de por qué la educación es la fuente del desarrollo y, es más, qué tipo de educación es necesaria para tal objetivo. En el escenario político no se puede profundizar en los temas. Los eslóganes efectistas y la repetición de términos que las mayorías quieren escuchar son prioridad.
En consecuencia, de las propuestas de los candidatos actuales no se podría esperar mucho. Pero, según lo publicado, parece que la verdad es que no se puede esperar nada. Solo promesas vacías y poca sustancia.
Lo primero que salta a la vista es que parecen no existir diferencias entre los candidatos. Sean de derecha o izquierda (porque de centro no hay ninguno) parten de la misma aproximación estatista para abordar el tema. Todos hablan de los programas que impulsarían como presidentes y de cuánto gastarían. Ninguno propone un modelo diferente al que ha existido siempre (y siempre es, por lo menos, desde las propuestas educativas estatistas de Francisco de Paula Santander, por allá en 1826). Pretenden pasar por alternativas innovadoras repitiendo el modelo que ha existido desde hace casi 200 años… y que, al parecer, no ha funcionado.
Debido a que ninguno puede pensar por fuera del estatismo, la mayoría de propuestas resultan irresponsables planteadas hoy, teniendo presente la situación económica. Por ejemplo, Gustavo Petro propone una nueva reforma tributaria para financiar su propuesta. Por su parte, Claudia López (y, al paecer, esta posición es compartida por Marta Lucía Ramírez) propone financiar la educación universitaria de todos los jóvenes que se gradúan de la secundaria.
¿Más impuestos no será que pueden tener un impacto negativo en la dinámica económica? ¿La mera propuesta no genera incertidumbre en decisiones de inversión de mediano y largo plazo? ¿De dónde se sacarán los recursos para financiar la educación superior de todos los jóvenes colombianos?
Otra característica de las propuestas es que todas mencionan el término calidad, pero no hacen ninguna propuesta en ese sentido. Los candidatos (concentrados en ser políticos y, por lo tanto, no conocedores de ningún tema) olvidan que la educación no es un bien público, sino que cumple con todas las características de un bien privado. Y, por lo tanto, como hace tantos años los demostró Milton Friedman, su calidad mejora como en cualquier otro caso: con competencia.
En el mismo sentido, los candidatos tienden a ignorar que una cosa es la financiación y otra la prestación. Hay evidencia (no necesariamente académica ni especializada, algo que no entenderían los candidatos y probablemente sus asesores) que demuestra que, aunque la financiación sea estatal, la prestación puede tener otras fuentes. Y esto impacta positivamente la calidad.
Un corolario (para que me entiendan los candidatos: consecuencia de lo anterior) es el tratamiento que le dan al asunto de los maestros. Todos hablan de incrementar los salarios y de darles más beneficios, pero ninguno nos explica cómo eso mejoraría la calidad del trabajo de esas personas. Asumamos que un mayor ingreso sea un incentivo para trabajar “más duro” y con “más dedicación”. Pero eso no necesariamente se traduce en mejor calidad: puede haber limitaciones en capacidades intelectuales o en conocimientos disponibles, por ejemplo. Y un mayor ingreso, por alto que este sea, no soluciona esos problemas.
Una cuarta característica común a los candidatos es que ninguno habla sobre el obstáculo que representa el sindicato de maestros, Fecode, a las mejoras en calidad. Al contrario, todos no solo asumen que seguirán trabajando con este gremio, sino que parece ser que los fortalecerán con más negociaciones y privilegios.
Así las cosas, en la eterna campaña política que es Colombia, no solo se sacrifica profundidad en los temas, debate lógico e informado. También impera el discurso políticamente correcto que, a la larga, resulta sacrificando la consecución de los objetivos que supuestamente se persiguen. En este caso, el de una educación para todos y con calidad.