¡Qué tanto puede reflejar de nuestra sociedad y de la forma de pensar mayoritariamente aceptada lo que aparenta ser una simple y ejemplar historia de vida!
En este artículo de la revista Semana se relata la historia de una colombiana que seguramente llegará muy lejos en lo que pretende hacer porque, entre otras, no cuestiona el status quo, sino que lo profundiza. El artículo habla de Nathalie Méndez, quien estudio ciencias políticas en la Universidad Javeriana y tiene una maestría en la misma área de estudio, pero en la Universidad de los Andes. Ahora ella es becaria del programa Fulbright-Colciencias y estudiante de doctorado de la Texas A&M University. Nathalie dice que ella busca transformar las comunidades rurales del país por medio de políticas públicas que sean más acordes a las necesidades de las personas afectadas y no a los criterios que se establecen desde entidades como el Departamento Nacional de Planeación (DNP), en el que ella una vez trabajó.
A lo largo del texto Nathaly y quien hace el reportaje dejan claro que ella se dio cuanta de la ruptura entre las poblaciones y los entes gubernametales cuando viajó a una población colombiana por uno de sus trabajos académicos. Según ella “[evidenció una] profunda ruptura entre las políticas públicas realizadas en Bogotá y lo que la gente necesita en las regiones”.
Lo primero evidente es que el reportaje mismo de la revista Semana es un reflejo de hacer las cosas como se espera que se hagan, sin cuestionar, sin proponer. Por ello, aparece en una parte de la revista que se llama “ideas que lideran”. Por ello, tiene un proceso de formación que cumple los cánones esperados. Muy buena estudiante en el colegio, en la universidad y ahora en el doctorado, con becas y demás incluidos. No hay que olvidar que las buenas notas, los premios, reconocimientos y becas los obtienen las personas, claro por su mérito, pero también, las más de las veces, por dar lo que, quienes deciden, esperan de ellas.
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Está tan dentro de lo que se espera de ella que ni nuestra protagonista (ni quién hace el reportaje) cuestiona la idea según la cual la única forma de ayudar a los demás es participar en actividades de voluntariado y de caridad. Lo obvio. Lo evidente. Lo superficial.
Y en su carrera, no puede faltar la característica común a estos personajes ejemplares: la arrogancia. Porque no es posible “ayudar” sin decir que se está “ayudando” y no se puede ser excelente desde el punto de vista académico sin hacerlo evidente.
Pero esa arrogancia es menos sutil en otras expresiones. De manera literal, sostiene que ella “demostró” en su tesis de pregrado no sé qué cosas. ¡Impresionante! Ella no aportó evidencia para mostrar algo o hizo un ejercicio básico de argumentación. No. Ella nos iluminó con una verdad absoluta. Después de semejante aporte, debido a su interés por “ayudar”, llega a la conclusión que tiene que ser la mejor técnica del país. Además, con su formación de doctorado ayudará a mejorar la calidad educativa. Deberíamos estar agradecidos los demás por que semejante ser humano nació en esta bendecida tierra.
Todo lo anterior tiene un cierre magistral: su relación con el poder. Ella quiere transformar el mundo y parece considerar que la única forma de adelantar tamaña tarea es a través del Estado. Ni cuestiona esa idea. Por ello, estudió ciencia política. No lo hizo para entender fenómenos sociales desde una perspectiva de relaciones de poder sino para hacer algo, para transformar la sociedad. Por eso trabajó en el Departamento Nacional de Planeación, cuyo nombre demuestra todo lo pretencioso –e inútil– que en realidad es. Por eso decidió que quiere ser ministra (en el texto no aclara ministra de qué cartera). Por eso hace un doctorado.
Todo lo ha hecho porque quiere “ayudar” a la gente y cree que es teniendo poder político la forma de hacerlo.
Ojalá usara todo ese conocimiento y toda esa disposición por ayudar para entender lo que es evidente: que así como señaló, entre otros, Ayn Rand, el individuo es la minoría más minoritaria. Así, si se quiere que las cosas reflejen lo que realmente quiere la gente, es necesario permitir que se expresen y eso, las más de las veces, no se puede hacer a través de mecanismos democráticos (porque, por ejemplo, las alternativas son muy pocas) ni mucho menos de política pública (el resultado siempre reflejará una escala de valores que, así fuese mayoritario, apoyado por una 99,999 %, existe un 0,001 % que no está reflejado allí).
De igual manera, suena muy bien y hasta bonito el discurso. Sin embargo, nos deja con serias dudas. Primero, ¿cómo cree ella que siendo ministra puede acercarse más a la gente? Si es por reuniones, estará con las élites locales. Si es por auditorios, estará, a lo sumo, con las mayorías. Pero el problema de tomar decisiones basada en lo que la gente “realmente quiere”, no se soluciona. Segundo, ¿cómo resolverá el problema de agregación de preferencias? ¿Suma? ¿Común denominador? Bajo cualquier fórmula, no resolverá el problema que inicialmente planteó.
Así, nos dice que quiere el poder político para ayudar a los que nunca han tenido voz. Pero es muy fácil observar que eso no es tan cierto por la vía elegida. En consecuencia, o está equivocada en sus presunciones o quiere ocultar que su verdadero objetivo no es “ayudar” sino tener poder.
Por último, pareciera estar muy convencida de estar innovando. Pero de innovadora su propuesta tiene poco: ni su enfoque, ni su carrera ni su objetivo son innovadores. Muchos de los que quieren “ayudar” hacen lo mismo. Tampoco es innovador decir que la mejor forma de formular políticas públicas es a través de una aproximación abajo – arriba. Lo innovador sería reconocer que eso no se puede hacer por mecanismos políticos sino a través del único escenario y proceso en el que la minoría más minoritaria se puede expresar y donde hay una solución, imperfecta, pero no coercitiva de agregación de preferencias: el mercado.
Esta historia me recordó la arrogancia de los expertos que mostró William Easterly. Hablan mucho de querer innovar y ayudar, pero no se necesita ni un doctorado ni ser ministro para reconocer que lo que se necesita es aceptar que la verdadera ayuda está en permitir que todos vivan sus propias vidas, garantizados sus derechos. No obstante, para aceptar eso lo que más se necesita es humildad. De resto, solo son –buenas– intenciones.