El día sábado la reconocida libertaria y opinadora, Vanessa Vallejo, en este mismo espacio, escribió una provocadora columna en la que sentó su posición sobre la relación que ella percibe entre libertarianismo y conservadurismo.
Respeto sus ideas y visión, pero creo que está equivocada en varios sentidos.
Debo comenzar por decir que, en el plano personal, no comparto la forma que Vanesa adoptó para ubicarse en el “mundo libertario”. Creo que su lenguaje y estilo no solo sobre-simplifican la realidad, sino también las ideas liberales y, además, chocan gravemente a quienes no comparten nuestras visiones. Así, creo que se resulta hablando solo entre convencidos y cazando peleas y generando polémicas que afectan, me parece, la profundidad e importancia de las ideas liberales. Mejor dicho, la veo como a la Milo Yiannopoulos colombiana y libertaria.
Pero no porque no comparta su estilo quiere decir que este no sea útil o efectivo. Simplemente, no me parece. Pero respeto su decisión y, claramente, creo que es un personaje que tendrá incidencia en la evolución del movimiento libertario en los años por venir.
Por esto último, lo que sigue no puede entenderse como una respuesta directa a ella (no la conozco, fuera de unos pocos mensajes que nos hemos cruzado por Facebook). No caigo en su error de confundir que mi posición, lo que me gusta o no, me da la posibilidad de señalar quiénes son libertarios, quiénes no o de rotular a los que considero mis contrarios como “socialistas de mercado” o, para este caso, “fascistas de mercado”. Hablaré es de sus ideas.
Estamos de acuerdo: un libertario no tiene por qué pensar igual y puede tener posiciones morales tradicionales específicas. Lo que diferencia a un libertario de un conservador es el no querer imponer su moral por medio de la coerción estatal.
Sin embargo, creo que dejar eso en claro es lo de menos en el artículo: de lo que se percibe, la autora parece concentrarse en establecer las bases del verdadero libertarianismo. Solo ella –y su forma de pensar– son correctas y son, por lo tanto, libertarias. A quién no comparta lo allí consignado se le revoca la “certificación” de libertario.
Antes de la columna fue un mensaje en Facebook en el que, si bien recuerdo, la autora se quejaba por una aparente pérdida de amigos, según ella, como resultado de su “defensa de la familia”. Su intención, seguramente, no era victimizarse o lamentar el alejamiento de algún amigo, sino plantear su visión. Pero allí se equivocó: confundió la defensa de la familia con la defensa de un tipo de familia. La familia es una institución social importante, pero eso no es igual a creer que la aceptada por una moral específica es la única expresión posible de la familia. Además, confundir la defensa de la familia con la familia tradicional es ir en contra de los cambios sociales, muchos de ellos de carácter espontáneo.
Este y otros errores los amplifica en su columna. Allí, se confunden las personas con las ideas y se asume que el “pensamiento libertario”, si algo así de unificado y dogmático existe, es resultado de las personas. En un libro encontré que Robert Nozick utilizó al Estado para exigir una disminución en la renta que pagaba por su apartamento y que, entre libertarios, había más odios que amigos. Pero no por eso podría pensarse que el libertarianismo defiende la libertad excepto cuando no me gustan los precios o que promueve el odio y la enemistad. ¿Qué tendríamos que decir del apoyo al partido comunista estadounidense por parte de autores como M. Rothbard?
De igual manera, cae en un serio error de interpretación histórica. Así fuera verdad que esos libertarios, es más, que todos los libertarios del mundo fuesen conservadores en lo cultural y social, eso no demuestra que el libertarianismo dependa de eso para existir. Es como aceptar que porque todos los países desarrollados tienen estados de bienestar, eso quiere decir que el desarrollo requiere de la creación de un estado de bienestar.
Por esta vía, se cae en otro error. Para justificar su conservadurismo, nos cuenta que von Mises, Rothbard y otros también lo fueron. Pero eso es caer en una falacia que mezcla lo ad hominem con la falacia de autoridad.
Otro problema es que se confunde la existencia de algunas virtudes (como el ahorro), con algunas características humanas e incluso algunos oficios (como la prostitución). Una prostituta no necesariamente es despilfarradora. Puede ser ahorradora. Ahora, si se cree que el problema está en que la prostituta no trabaja o que no es productiva, habría que revisarse la teoría del valor austriaca.
Por todo esto, y mucho más, esta columna no logra convencer y, más bien, pareciera que su intención fuese abrirles la puerta a los fascistas y extremistas para que se sientan tranquilos pensando que son liberales, sabiendo que son todo lo contrario. La defensa de la libertad está basada en el individualismo. Cualquier pensamiento colectivista es su contrario, sea este conservador o socialista.
El liberalismo puede entenderse como un conjunto de ideas, como una propuesta política o como un estilo de vida. Yo prefiero verlo como esto último. Para eso se requiere una forma de pensar que excluye tendencias colectivistas y que, aunque se valora la tradición, no se considera que esta deba mantenerse a costa del orden espontáneo.
Es claro que la autora es conservadora en términos sociales y culturales. Eso está bien. Es perfecto. Pero eso no debe abrir la puerta a la confusión, haciendo pasar sus posiciones por las de lo que supuestamente debería ser el pensamiento y las ideas en las que creemos.