
El diario colombiano El Tiempo publicó en su edición dominical una entrevista con un reconocido científico, Camilo Mora. Este investigador, junto con dos pares, publicó un artículo en la revista científica, Science. El objetivo del artículo es plantear, por enésima vez, lo peligroso que es, para la estabilidad ambiental, el crecimiento poblacional. Es decir, la idea es más o menos que para salvar el medio ambiente tenemos que ser menos numerosos. Y esto, claro está, no puede hacerse sino con alguna política de control poblacional.
El científico afirma que su propuesta es impulsar la reducción poblacional a través de mecanismos “amables” como la educación y la independencia de las mujeres. Aunque no lo reconoce, seguramente los científicos decidieron proponer otras políticas ante el fracaso del paradigma de control poblacional en el mundo. Es de lamentar que después de tanto tiempo, los científicos más reconocidos del mundo ignoren los aportes que autores como Peter Bauer, en el siglo XX, y Wiliam Easterly, en la actualidad, han hecho para demostrar por qué el crecimiento poblacional en lugar de un problema puede ser una oportunidad.
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Esta nueva arremetida de los entusiastas de la protección ambiental a costa, incluso, de la vida humana permite hacer varias reflexiones. A continuación, profundizo en tres de ellas: el conocimiento económico de los científicos; incertidumbre y ciencia; y la relación entre ciencia y políticas públicas.
El primer tema es de suma importancia. El artículo de Mora, consignado en una publicación con reconocimiento global, no solo es un ejercicio intelectual. Sus aportes tienen impacto, por lo menos, en las ideas de quiénes toman decisiones. ¿No deberían, entonces, analizarse las implicaciones económicas de sus propuestas? Seguramente se dirá que él no tiene por qué saber sino de su tema. Si esto es cierto, sería mejor que dejara de lado las propuestas y se quedara con la publicación de sus ideas como lo que son: evidencia sobre un hecho pero no la última palabra, ni la verdad absoluta.
El desconocimiento sobre la economía la demuestra el reconocido científico en una de sus respuestas en la entrevista. Para él, el problema del hambre en el mundo se debe al deterioro ambiental. No lo demuestra pero con esta interesante hipótesis, Mora decide obviar las relaciones que han demostrado autores como, entre otros, el premio Nobel Amartya Sen, entre hambre y políticas (control de precios, conflictos armados, entre otros).
Lo anterior se agrava por la típica arrogancia de las grandes mentes de la ciencia: su incapacidad de reconocer el papel de la incertidumbre en los desarrollos sociales. Mora y sus colegas son incapaces de reconocer que así como la población creció más de lo que ellos hubieran deseado, de la misma manera, la humanidad ha sido capaz de incrementar la producción como nunca lo hubieran esperado ni Malthus, en el siglo XIX, ni Mora hoy.
No sabemos muchas cosas: ni cuántos seremos, ni si seguirá creciendo la población (algo que podría pensarse si se miran las tendencias en los últimos años en la mayoría de países del mundo), ni cuál será la tecnología en un futuro. Pero, claro, al científico parece no satisfacerlo nada: considera que cualquier tipo de agricultura es dañino (tal vez porque lo único que importa es el suelo y no los humanos que lo habitan) y hasta critica las tecnologías de producción alimenticia que porque son una forma para que las empresas se enriquezcan. La única opción posible: menos personas en el mundo.
Todo lo anterior lleva al último punto: el de la relación entre ciencia y políticas públicas. Hace unos días, hubo marchas en todo el mundo para pedir más respeto a la ciencia por parte de los políticos. Si bien, a veces pareciera que el problema es de financiación, la verdad es que la ciencia es muy importante para muchas decisiones políticas. Sin embargo, el criterio para tomar esas decisiones no puede ser solo científico, entre otras, por dos razones.
Por un lado, porque la ciencia casi nunca nos puede dar respuestas absolutas y, por lo tanto, para la mayoría de temas, existen siempre resultados opuestos. Por el otro, porque los científicos, con todo y su inteligencia y conocimiento, también tienen posiciones políticas, intenciones y creencias que inciden en los trabajos que desarrollan.
Por ello, en las decisiones políticas deben primar los principios que nos permiten discernir en cuáles ámbitos debe actuar el Estado y en cuáles no. A científicos como Mora les encantaría controlar a los otros individuos (cuántos hijos deben tener y hasta qué deben comer) pero ese tipo de control no se les puede extender a los Estados.
Esos mismos Estados que deciden no invertir tanto como quisieran los científicos en sus investigaciones y esos mismos Estados que hacen guerras y que, por sus decisiones, promueven el hambre y la pobreza. Ahora bien, si el problema es la cantidad de humanos, sería interesante que científicos como Mora nos expliquen si esas políticas – guerras y hambre – no son otra forma de lograr lo que ellos tanto promueven. Al menos Malthus fue coherente en eso.