Es muy posible que el mundo esté en proceso de un agresivo retorno del estatismo. Pero más que diagnosticarlo, lo realmente importante para reconocerlo, evidenciarlo y resistirlo es entender el contexto en el que éste se presenta. No solo es la llegada al poder de algunas personas ni la permanencia de ciertos regímenes, causantes de pobreza y de destrucción de libertades.
Estos son fenómenos que reflejan algo mucho más profundo. Las alternativas estatistas que están llegando lo hacen elegidas por mayorías y pueden implementar sus plataformas porque sus antecesores en el poder casi que eliminaron los límites gubernamentales. Aquéllos que permanecen fueron apoyados por amplios sectores populares y tolerados internacionalmente. Incluso hoy no existe claridad sobre las causas del fracaso. Por ejemplo, en el caso venezolano mucho se escucha sobre la necesidad de la salida del poder de Nicolás Maduro, pero casi nada sobre la necesidad de eliminar, del todo, el modelo socialista que implementó, no este torpe aprendiz de dictador sino su elocuente, carismático, totalitario y profundamente equivocado antecesor.
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Así que el estatismo no se presenta en el vacío. La actual oleada se debe a que el apoyo a esta visión se ha incrementado de manera sostenida desde hace muchos años.
De manera general, dos insidiosas posiciones permitieron fortalecerlo. De un lado, la creencia según la cual la organización estatal puede – y debe – intervenir en todos los asuntos sociales y solucionar todo los problemas, reales o imaginados. Por esta vía se ha llegado al absurdo de invertir las cargas: hoy lo que se debe demostrar es por qué no debe intervenir el Estado. Se considera molesta y equivocada la posición que cuestiona la acción estatal. Muchos la consideran inmoral.
Del otro, muy relacionada con la anterior, está la consideración de que todo lo relacionado con la libertad y el individuo es, por alguna oscura razón, inferior a las decisiones que se toman al interior del Estado. Los individuos se consideran malévolos, no racionales, poco inteligentes y manipulables. Pero, por alguna razón metafísica, estas características parecen no describir a quiénes forman parte de la organización estatal.
Tal vez el éxito que han tenido estas dos ideas es facilitado y a su vez facilita la resistencia a la discusión racional. Joseph Schumpeter reconoció que, ante los marxistas, no eran útiles los argumentos racionales ni el debate, porque ellos persistían en sus creencias. La misma observación se puede extender a cualquier estatista.
Esa resistencia a no cambiar las creencias resulta de lo que hoy llaman disonancia cognitiva. Las personas se mantienen en lo que creen a pesar de la evidencia en contra. Si la encuentran el problema estará en los datos mismos, en la recolección o en quién los recolecta.
Si la situación es desesperada, siempre está el recurso por excelencia: las teorías de la conspiración. Todo se convierte en un complot de algún grupo de individuos que ha logrado manipular la realidad y hasta nuestras mentes para que creamos lo que ellos quieran que creamos.
En el fondo está el hecho de que las ideas estatistas nos dan tranquilidad. No permiten creer que podemos controlar todo y, en caso de fracasar en el intento, se pueden establecer responsables. Por eso es que se confía de manera ciega, en abstracto, en el Estado, pero ante las constantes decepciones, se prefiere culpar a la maldad, inmoralidad o corrupción de los políticos de turno.
La resistencia de esta visión ha llegado hasta a los asuntos más básicos y cotidianos. Por ejemplo, esta semana se publicó una noticia en Colombia sobre la persecución del gobierno a las páginas de apuestas en línea.
Aunque parezca un tema superficial, de éste se extraen varios comportamientos que reflejan lo grave de la posición estatista. Primero, pareciera que al ser este país el primero en prohibir algo es motivo de orgullo, como si fuera una expresión de civilización. Segundo, no se cuestiona el auto-proclamado papel paternalista del Estado de proteger a los individuos de apostar o de que pierdan su dinero en apuestas en línea. Tercero, no parece ser motivo de indignación que, a pesar de la justificación paternalista, en el fondo el objetivo sea el de recaudar más dinero. Es decir, pura depredación.
Nunca serán suficientes ni las funciones ni el dinero para el Estado. Siempre habrá necesidad de más. Mientras tanto, por ejemplo en este caso, de manera adormecida, los ciudadanos adictos a las promesas estatistas están abriendo la puerta a otra intervención más de nuestro gobierno, ahora en la Internet. Hoy la justificación es fiscal, mañana la existencia de páginas que se consideran indeseables. Luego, ¿La censura?
Ideas entronizadas y debate casi imposible, los ingredientes del retorno del estatismo. Para enfrentarlos, hay que fortalecer los de la razón: argumentación, respeto, discusión y, más que todo, duda y humildad. Pero estos últimos los abordaremos luego.