
En las semanas recientes, se ha convertido en noticia la situación de miles de inmigrantes sin papeles (irregulares, como los denominan los estados con sus fronteras y sus prohibiciones), cubanos, haitianos y provenientes de países vecinos como Ecuador, cuya situación ya es una crisis humanitaria sin perspectivas de solución.
Y es que la solución no es sencilla. De manera general, estos inmigrantes abandonaron sus países de origen y están utilizando a Ecuador, de donde fueron expulsados, y ahora a Colombia, como países de tránsito hacia su destino final deseado: Estados Unidos. Es decir, estas personas no pretenden establecerse en Colombia.
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La cosa se complica aún más debido a la respuesta del Gobierno colombiano ante la petición de estos inmigrantes. Ellos pretenden que el Gobierno les facilite el paso a países como Panamá y México para continuar su periplo. Ante esto, el Gobierno, de manera contundente y poco creativa, ha respondido con una sola medida: la deportación.
En las últimas horas, ante la atención de los medios sobre la situación, las autoridades colombianas han ofrecido dos opciones intermedias: salvoconductos para que la deportación se haga en los próximos días y no de manera inmediata; o la solicitud, por parte de los inmigrantes, del estatus de refugiados.
La situación es lo bastante compleja como para aventurarse a proponer soluciones. Incluso si Colombia ofreciera la permanencia indefinida en el país, no es automático que los inmigrantes decidirían aceptar y renunciar a su objetivo último. De otro lado, el Gobierno colombiano no puede obligar al Gobierno de los Estados Unidos a aceptar a estos individuos, ni puede obligar a los centroamericanos a facilitarles el paso.
No obstante, resulta evidente que la opción meramente coercitiva no va a solucionar el asunto. Al contrario, lo que puede hacer es empeorarlo. De hecho, se podría decir que esta situación no es sino el resultado de las medidas coercitivas y prohibicionistas que previamente se han implementado para frenar la migración que, en todo el mundo, desde hace muchos años, se considera como un problema, incluso de seguridad.
Estados Unidos ha endurecido la persecución a los migrantes y esto, claramente, no eliminó el fenómeno ni redujo los flujos sino que incentivó la búsqueda de nuevas rutas o de nuevos medios para evadir las prohibiciones.
Más interesante, sin embargo, resulta la reacción de las autoridades colombianas, incluso de la opinión pública en el país. Las primeras, de manera reactiva, sin mayor reflexión, pretenden “solucionar” el problema sacando a los migrantes. Tal vez creen que si no los ven, el fenómeno deja de existir.
Del otro lado, sorprenden las pocas expresiones de apoyo a los migrantes por parte de grupos que tradicionalmente se presentan como defensores de los derechos humanos, preocupados por la humanidad y muy activos en el tema de la “paz”, que en Colombia sólo quiere decir el proceso de negociación con la guerrilla de las FARC.
Pareciera ser que la migración se debe respaldar cuando el fenómeno se ve por las noticias y se presenta en Europa o Estados Unidos. Pero cuando el tema llega a Colombia ahí sí la reacción debe ser implacable: afuera los extranjeros, y mucho más si provienen de países que no nos parecen los “correctos”.
Al ser vistos como un problema y no como seres humanos, poco importa la búsqueda de soluciones creativas, por más difíciles que sean de conseguir, para dejar de convertir en víctimas a esas personas que lo único que pretenden es mejorar la situación que vivían en sus países de origen.
Por cierto, sorprende que los cubanos sigan huyendo a pesar de las supuestas reformas del dictador actual, Raúl Castro, y de sus coqueteos con el Gobierno norteamericano. Sorprende también que muchos vengan expulsados de Ecuador, con su Gobierno afectuoso hacia el Comunismo y en proceso de implementar el Socialismo. Sorprende que los inmigrantes no decidan utilizar como país de tránsito a Venezuela, país donde el desabastecimiento es un simples cuento de quiénes no queremos ver la “verdad”.
En Colombia, de donde hace algunos años se fueron miles y miles de individuos, solo se piensa en la persecución a los recién llegados. Pareciera no importar que estamos hablando de seres humanos; que las medidas coercitivas solo promueven que estos individuos se vean expuestos a más amenazas (como adentrarse en la selva) o que se promuevan más fenómenos criminales (como el de los coyotes).
Las soluciones no son fáciles. Pero la deshumanización del inmigrante, la aproximación meramente estatista (con sus fronteras y sus regulaciones) y la vía exclusivamente coercitiva, pueden ser peores que lo que es percibido como el problema.