Una de las principales confusiones del público en general frente a lo que es el liberalismo y, en particular, frente a su expresión económica –el capitalismo–, consiste en asumir que la práctica es lo que se espera en términos teóricos o filosóficos.
Es decir, el público –informado y, muchas veces, el aparentemente informado– considera que defender el capitalismo es igual a defender a las grandes empresas o la malsana relación entre los intereses económicos y el ámbito político. De allí que autores liberales como Friedrich Hayek o Ludwig von Mises hayan rechazado el uso del término capitalismo y hayan buscado alternativas como catalaxia.
Más allá de las discusiones teóricas que esta confusión debe suscitar, el problema está en que existen sociedades donde la práctica de la política y de la economía hacen más difícil explicar la línea que separa la defensa de la libertad económica de la cooptación de las decisiones políticas por parte de los intereses económicos –y viceversa.
Un claro ejemplo de estas sociedades se encuentra en Colombia. Tal vez este país sea uno de los de América Latina donde mayor poder político han reunido las asociaciones de empresarios, denominadas gremios. Estas agrupaciones, aunque existentes en los demás países de la región, parecen no ser tan relevantes como lo son en el caso colombiano.
¿Qué sucede con los gremios?
Se esperaría que los gremios, como expresión de la sociedad civil, sirvieran a los intereses de sus miembros en el cumplimiento de sus objetivos económicos. Pero no. Desde su aparición, por allá en los años 1920 del siglo pasado, se han dedicado a otros menesteres.
De un lado, han servido al proceso de corporativismo, en el mejor sentido de Álvaro Vargas Llosa. Del otro, se han convertido en obstáculos para que los empresarios colombianos se dediquen a tomar decisiones en el mercado y, más bien, han facilitado que se dediquen a desperdiciar recursos en el ejercicio del cabildeo (lobby) político para granjearse privilegios y así evitar la competencia o tener que mejorar en innovación y calidad.
Es decir, los gremios colombianos, en su accionar, desprestigian la importante labor empresarial en el país y la inhiben. La desprestigian porque contribuyen a que el público profundice su confusión sobre lo que es capitalismo y, por lo tanto, la libertad económica. La inhiben porque al ser meros instrumentos de cabildeo político presionan al Estado para mantener expresiones institucionales, reglas del juego, que perpetúan los privilegios y que incentivan el hecho que no sea en el mercado, sino en la política, donde se pueden obtener beneficios de la acción económica.
Su actividad más intensa, la más importante, consiste en mantener una íntima relación con el poder político, sea quién sea quién esté en el poder.
Algunos dirán que lo que digo no es cierto. Que los gremios ayudan a sus asociados a hacer procesos de reconversión industrial o a buscar negocios o a mantenerse informados sobre el entorno de cada uno de los sectores en los que actúan.
Es cierto. No obstante, su actividad más intensa, la más importante, consiste en mantener una íntima relación con el poder político, sea quién sea quién esté en el poder. Por ello, la Federación Nacional de Cafeteros, tal vez el primer gremio creado en el siglo XX en Colombia, tiene como una de sus funciones más visibles, la definición (sí, la definición) del precio interno de café.
Por ello, la Sociedad de Agricultores de Colombia, gremio de los terratenientes colombianos, así como lo es Fedegan, publican dentro de las noticias para sus asociados, como si fuera un gran logro, la presión que hacen al Estado para que les siga protegiendo de la competencia externa. Y esa presión la disfrazan con el eufemismo de recetas.
Por ello, el presidente del gremio de los terratenientes ganaderos, Fedegan, anda de pelea con el actual gobierno de Juan Manuel Santos. Porque el gremio se acostumbró a manejar miles de millones de pesos a través de un fondo que ahora, por claras intenciones políticas, el Gobierno decidió quitarles.
Por ello, esta semana, el Consejo Gremial (sí, una agrupación de agrupaciones gremiales cuya única intención es la de presionar, en conjunto, para defender sus privilegios y buscar unos nuevos), en reunión con el presidente, decidió respaldar, a ciegas, los últimos desarrollos del proceso de paz.
Poco les importa a los políticos disfrazados de empresarios que dirigen los gremios que el proceso pueda no ser sostenible en el tiempo o que no genere la tan esperada paz (algo que no puede pasar si no se habla de legalización de las drogas, por ejemplo). Lo que les interesa es que el presidente se comprometa a mantenerles sus privilegios.
No siempre, los gremios defienden intereses cerrados y proteccionistas. El problema es que, debido a sus lógicas de actuación, para ellos, libre comercio, las más de las veces, es recurrir al proteccionismo cuando se vean amenazados; propiedad privada es no reconocerla impersonalmente; iniciativa empresarial es reunirse con políticos; y libertad económica es igual a crony capitalism. Pero así no es.