Los electores en Estados Unidos dejaron ver sus preferencias en el denominado “Súper Martes” (Super Tuesday). Los resultados parecen confirmar que la candidata del partido demócrata será Hillary Clinton y, del lado republicano, lo será Donald Trump. En cualquier caso, las expectativas no son muy positivas.
Más allá del resultado final (tanto de quiénes serán los candidatos como de quién será el próximo presidente de los Estados Unidos), lo que el mundo podría estar presenciando es cómo una sociedad está acabando, progresiva y cada vez más aceleradamente, con las condiciones que le permitieron a sus ciudadanos haberse convertido en una de las sociedades más ricas del planeta, tanto en la actualidad como en términos históricos.
No hago referencia al poder. Lo relevante de Estados Unidos no es que sea un país poderoso. Al fin y al cabo no hay un concepto más estatista, más peligroso que el de poder. De hecho, podría sostenerse que con el ascenso de Estados Unidos como una superpotencia global, desde finales de la Segunda Guerra Mundial, se desencadenaron múltiples procesos, tanto domésticos como internacionales, que permitieron el crecimiento sin límites del Gobierno Federal, hasta el punto actual, en el que éste amenaza de manera directa, grave, la persistencia de las libertades y demás instituciones que permitieron la creación de riqueza en ese país.
Una demostración de la ruptura de cualquier límite y restricción por parte del Gobierno Federal es el objeto de este artículo. Si Estados Unidos mantuviera, como buscaron los denominados Padres Fundadores, un Gobierno limitado y con funciones enumeradas, no importaría quién fuese elegido cada cuatro años. El federalismo, el sistema de pesos y contrapesos y la preservación de las libertades individuales serían asuntos más importantes: estos dejarían casi inocuo el cargo de Presidente.
Pero no. Cada vez es más relevante quién será el próximo presidente. Claro está que estas elecciones no son el inicio del proceso que describo. George W. Bush y Barack Obama son resultado (y a su vez artífices) de la destrucción de límites del Gobierno Federal. Para ser precisos, podría decirse que el proceso comenzó, de manera tímida y gradual, incluso desde la Guerra de Secesión, pasando por los gobiernos progresistas, el Nuevo Trato y hasta la actualidad.
Pero los excesos del Gobierno federal se han agravado, se han acelerado en los años recientes. Y la eliminación de las cadenas que tenían limitado al Gobierno están siendo apoyadas, cada vez más, por los ciudadanos.
De allí la importancia de los futuros candidatos. Del lado demócrata, tanto Hillary Clinton como el autodenominado socialista Bernie Sanders son, sin lugar a dudas, dos enconados estatistas. Ambos hablan de los valores fundacionales pero los desprecian: consideran al Estado como un fin en sí mismo y al individuo, a la libertad, como una traba para objetivos supuestamente sociales. Es decir, intervencionistas.
Estatismo y más estatismo es lo que ofrece cualquier opción para presidente de Estados Unidos. Pero esto no es gratuito
Del lado republicano, las cosas no son mejores. Donald Trump no solo es estatista e improvisado. Para él el Estado también es un fin en sí mismo: por eso habla de la grandeza de Estados Unidos. Su obsesión es el poder. Además, Trump es el mejor ejemplo de por qué aquéllos que son exitosos en el ámbito económico no son ni capitalistas, ni liberales. Pero tampoco pueden ser buenos políticos.
No solo porque Trump sea un personaje improvisado y populista. También cree que por ser rico, puede “manejar” el país como administra sus negocios; y que su éxito económico lo convierte en una suerte de ser superior. Nada más peligroso que una persona así en un cargo cuyos límites son cada vez menores.
Estatismo y más estatismo es lo que ofrece cualquier opción para presidente de Estados Unidos. Pero esto no es gratuito. F.A. Hayek explicó que los políticos no pueden ser innovadores en sus ideas, porque tienen que reflejar lo que quieren las mayorías para ser elegidos.
Entonces, lo que estamos presenciando en estas elecciones es simplemente lo que las mayorías quieren en Estados Unidos. Mayorías que, cada vez más, exigen la acción del Estado; que la toleran, que la desean. Algunos porque no soportan la desigualdad; otros porque creen en la ilusión de vivir en un país poderoso; otros más, porque quieren vivir a costa de los demás.
Unas mayorías que buscan opciones fuera del establishment porque, por sus propios deseos y elecciones pasadas, crearon un monstruo político corrupto, capturado por intereses privados, generador de desigualdad. Pero la solución no es más Estado. Lástima que de eso no se dan cuenta. Culpan a la libertad y a su expresión económica, el capitalismo, por fenómenos que solo pueden ser explicados por la acción estatal.
El experimento de una sociedad construida bajo la supremacía de la libertad se está perdiendo por culpa de sus propios miembros. Quién sabe cuánto tendrá que esperar el mundo para disfrutar de otra hazaña semejante.