EnglishEl pasado lunes 9 de febrero, fueron convocadas la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños CELAC– y la Unión de Naciones Sudamericanas –UNASUR– a pedido del presidente venezolano, Nicolás Maduro, con el fin de discutir un supuesto plan de desestabilización orquestado por –¡vaya sorpresa!– Estados Unidos.
Este hecho demuestra los niveles de desespero a los que ha llegado el mandatario venezolano. Y su incapacidad para mantenerse en el poder. Lo que afirmó en el marco de la reunión fue un grito desesperado para obligar a los miembros de esas organizaciones a defenderlo en caso de desestabilización de su gobierno.
Más allá del desespero del que hace gala, su solicitud no está encaminada a frenar una improbable intervención de los Estados Unidos sino a vincular cualquier intento de cambio en su gobierno a los planes de la potencia. Es decir, lo que busca es confundir.
Y en América Latina, ese tipo de ideas, típicas de las teorías de la conspiración, aunque basadas en desafortunados recuerdos del pasado, son muy efectivas. No se debe olvidar que el único planteamiento de los gobiernos del Socialismo del Siglo XXI que los mantiene en el poder, así como al decadente régimen cubano, es el de la retórica anti-Estados Unidos.
El odio contra los Estados Unidos se ha convertido en la causa por la cual los latinoamericanos hemos externalizado nuestra responsabilidad por el fracaso en crear riqueza
El odio contra los Estados Unidos, que las más de las veces disfraza la más elemental envidia por la riqueza que esa sociedad ha sido capaz de crear, se ha convertido, desde hace mucho, en la causa principal por la cual los latinoamericanos, en general, hemos externalizado nuestra responsabilidad por el fracaso en la creación de riqueza y en la consolidación de estados medianamente efectivos.
De hecho, la existencia de esas dos organizaciones, la CELAC y la UNASUR, tiene como su justificación constitutiva la institucionalización del rechazo por la presencia de Estados Unidos en la región.
Por ello, además, lo que son es instrumentos inútiles para el cumplimiento de objetivos deseables como la superación de la pobreza o la mera integración económica entre los países, pero muy útiles para la perpetuación de las decisiones equivocadas. Y, como demuestra el caso de esta semana, para servir como grupo de apoyo para que esas decisiones se perpetúen en el tiempo a través de los mismos líderes incapaces.
La defensa que ofrecieron estas organizaciones al régimen venezolano, además, debería abrir un profundo debate, no sobre lo que consideramos democracia en la región, debate que ya está perdido, sino sobre por qué los ciudadanos tenemos que pagar impuestos para mantener en funcionamiento organizaciones que no sirven para nuestros intereses como individuos, pero sí para apoyar a personajillos cuya única intención es consolidar tiranías.
Como si fuera poco, la UNASUR se convirtió, con el nombramiento de Ernesto Samper como su Secretario General, en un refugio de oscuros personajes, con relaciones non sanctas con grupos de delincuentes. La verdad es que ese nombramiento solo se debió a que el expresidente colombiano es un reconocido creyente en las fracasadas ideas del estatismo de izquierda en la región y, lo más importante, por su odio visceral en contra de los Estados Unidos.
Por tratar de hacer más, el gobierno estadounidense condena a los latinoamericanos, así no lo quiera, al fortalecimiento de monstruos como CELAC y UNASUR
A pesar de ello, ¿no hay más personajes siniestros, que creen en ideas equivocadas, pero que por lo menos tengan un pasado limpio en América Latina? El nombramiento de semejante personaje demuestra, entonces, que en América Latina ni la cercanía al delito tiene costos políticos. Al contrario, esta se premia si y solo si se pertenece al grupo correcto o se comulga con las tonterías adecuadas. Ni hablar de lo que significa que Ecuador, cuyo líder, Rafael Correa, es un comprobado persecutor de la libertad de expresión, sea la sede de UNASUR y el actual presidente de la CELAC.
Pero un momento. El remedo de dictador, Nicolás Maduro, tiene una justificación para alarmar a la región. De manera reciente, el gobierno de Barack Obama aprobó un paquete de sanciones en contra de algunos funcionarios del gobierno caribeño. Esto no solo demuestra que Barack Obama puede ser considerado uno de los presidentes más estatistas en la historia de los Estados Unidos. También demuestra que, a pesar de ser muy loable el objetivo de ser este país el defensor de la democracia en el mundo – porque no de la libertad, sus líderes no han aprendido nada del pasado. Aún no reconocen que la democracia no se impone, ni se crea por la fuerza. Las sanciones son inútiles para crear democracia.
En consecuencia, por tratar de hacer más, el gobierno estadounidense condena a los latinoamericanos, así no lo quiera, al fortalecimiento de monstruos como CELAC y UNASUR y a los pésimos dirigentes que tanto elijen, en primer lugar, los mismos latinoamericanos. Así, dilemas internos y externos siguen condenando a la región a la ausencia de libertad.