EnglishEn diferentes lugares de América Latina, se están viviendo de manera directa los efectos de creer en las utopías (¿distopías?) que prometen los líderes estatistas. Mientras presenciamos con preocupación la evolución (¿degeneración?) de la situación social y económica en Venezuela, como resultado de las políticas, ideas, y formas de ejercer el poder de los líderes del Socialismo del Siglo XXI, en Colombia tenemos un ejemplo semejante en el plano local.
A finales del año 2013, escribí sobre la destitución del actual alcalde de Bogotá, Gustavo Petro. Después de tantos meses, y de mucha confusión, recién se ha hecho efectiva esta decisión. Si bien el Consejo de Estado, una alta corte colombiana, confirmó la destitución; horas más tarde la Comisión Interamericana de Derechos Humanos le otorgó medidas cautelares porque una supuesta violación a sus derechos políticos. Mientras tanto, varios fenómenos se vienen experimentando en la ciudad desde que se inició este largo proceso.
Primero, se ha demostrado que es falsa la idea según la cual en Colombia no existen garantías para los representantes elegidos democráticamente. La permanencia en el cargo de Gustavo Petro se ha logrado porque sus abogados han encontrado múltiples estrategias legales para impedir que la destitución fuera ejecutada. Claro está, esto también demuestra el galimatías del sistema jurídico colombiano y la necesidad de generar una mayor transparencia y claridad en el mismo.
Segundo, a pesar de que el alcalde ha alcanzado muchas victorias que le han permitido permanecer en el cargo sus seguidores han persistido en la estrategia de convertirlo en un mártir, sin serlo. Cada decisión que se da en su favor es recibida como algo natural mientras que las que están en contra se consideran una demostración de la supuesta persecución contra el líder. Es más, en el debate político se ha buscado vincular la situación del alcalde con una –hasta ahora inexistente– lucha de clases.
Tercero, lo preocupante es que esta lucha es más una cuestión personal de Gustavo Petro por aferrarse al poder. Pero es el poder por el poder mismo y no para demostrar el éxito de su modelo o de sus ideas. Desde diciembre, la ciudad no ha tenido un alcalde, sino un personaje que se ha dedicado a contratar abogados, a interponer medidas para mantenerse en el cargo y a manipular a la opinión pública.
Pero esto, lo ha hecho con los recursos de la ciudad. Por un lado, al mejor estilo de los socialistas del Siglo XXI, ha convertido al canal local, Canal Capital, en el medio de propaganda de su administración. Por el otro, se ha dedicado, de manera irresponsable a convocar manifestaciones de diferentes grupos sociales para demostrar su apoyo. Eso sí, cuando se presentan manifestaciones en contra de los desastres de su administración, como en el caso de Transmilenio, denuncia persecución y complots en su contra.
En consecuencia, la ciudad está a la deriva. Los problemas en el sistema de recolección de basuras, la razón por la cual fue destituido, siguen ahondándose; la movilidad es una bomba de tiempo, así como la reducción en la seguridad ciudadana y el caos en el sistema de transporte público. Mientras tanto, el alcalde se dedica a defenderse, a arengar en la plaza pública o, desde su cuenta en Twitter, a anunciar medidas que, o son paños de agua tibia, o tan equivocadas que luego las reversa. En consecuencia, la Bogotá que se había convertido en referencia regional por su desarrollo, bajo las administraciones de Antanas Mockus y de Enrique Peñalosa, ha retrocedido a los oscuros años 80. Vale la pena aclarar que esto no sólo es resultado de la pésima gestión de Gustavo Petro, sino que se debe a que los bogotanos eligieron la senda equivocada desde la elección de Luis Eduardo Garzón y de Samuel Moreno, también seguidores de las ideas estatistas.
A pesar del pésimo estado en el que se encuentra la ciudad, algo bueno se puede extraer de todo esto. Colombia es un país privilegiado en tanto ha podido comprobar, en carne propia, pero en el plano local, sin tener efectos nacionales los desastres de la llegada al poder de un personaje como Gustavo Petro. En este sentido, a diferencia de nuestros vecinos, podemos evitar a tiempo que el desastre tenga efectos nacionales. Ojalá que esta experiencia se entienda como lo que es: una demostración más de que no importa el quién, el dónde o el cómo, pero los modelos equivocados, basados en el estatismo y el menosprecio por la libertad individual están destinados al fracaso. Ojalá que, en Bogotá, pronto comience un cambio de senda ya que fue equivocada la que se adoptó desde hace más de diez años de gobiernos estatistas.