EnglishNadie puede predecir cuál será el resultado del proceso independentista en Cataluña. Lo que sí se puede anticipar es que, si llegase a obtener dicha independencia, Cataluña se transformaría en un Estado como cualquier otro del continente europeo. Esto no representa una afirmación superficial: una Cataluña independiente sería una muestra más de los mismos errores que se han cometido de manera constante en el resto de Europa.
Sería una oportunidad perdida para el resurgimiento de un continente que alguna vez fue central en el desarrollo de la sociedad occidental. Cuatro situaciones lo demuestran:
En primer lugar, Cataluña ha optado por el fácil pero peligroso camino de adelantar su construcción somo nación a través de la exaltación del nacionalismo chovinista y de la xenofobia, tal como lo hicieron la mayoría de estados europeos en el pasado. Hubiese sido más apropiado justificarse en la defensa de la libertad. De esta forma, no solo se ha estimulado el rechazo a los comportamientos considerados españoles, sino que se ha tolerado el sentimiento de repudio por los inmigrantes y las diferencias culturales. En este sentido, una Cataluña independiente encontraría su lugar en los ya conocidos conflictos culturales entre los pueblos europeos y sería un ejemplo más de un país que restringe casi hasta el absurdo la libre inmigración.
En segundo lugar, dentro de los muchos cambios que tendría una Cataluña independiente, nunca se ha cuestionado la preservación del Estado de Bienestar. Los catalanes están convencidos, como cualquier otro europeo, que la solidaridad entre individuos solo puede ser resultado de la implementación de políticas paternalistas y de transferencia de riqueza hacia los considerados débiles o excluidos.
Nadie ha cuestionado si la solidaridad así planteada pueda ser una solidaridad mal entendida. Tampoco se ha debatido la evidencia sobre el fracaso de las políticas del Estado de Bienestar; no solo por el incumplimiento de sus objetivos, sino por los desastres económicos que han generado: pérdida de competitividad y crisis fiscales, por solo mencionar algunos.
Además, la concentración en los debates políticos no ha permitido notar que países como Suecia u Holanda están reformando esos Estados de Bienestar. Nada de esto: un Estado catalán, como es la norma en Europa, mantendría las mismas políticas de despilfarro económico y de perpetuación de la dependencia.
Tercero, se considera inconcebible una salida de la Unión Europea, lo cual también constituye el camino fácil. No se discutió sobre la posibilidad de plantear un Estado, de los pocos que existen en el mundo, con una política de apertura unilateral sino que se piensa que la única fuente de comercio posible es a través de la proteccionista estructura institucional europea.
Esta postura, además, plantea una debilidad de fondo en la justificación de la independencia: se pretende adquirir autonomía frente al gobierno español, para cederla a organizaciones supranacionales que tienen menos cercanía al ciudadano y que no cuentan con instrumentos de rendición de cuentas.
Al parecer los catalanes culpan al gobierno de Madrid por sus males económicos, pero consideran que las organizaciones supranacionales no son centralistas, ni reguladoras, ni irresponsables, ni despilfarradoras. En este punto, también se ha perdido de vista la realidad.
Por último, en caso de ser independiente la sociedad catalana mantendrá su reconocida tendencia al prohibicionismo, argumentado desde posturas políticamente correctas. Nada nuevo: es la misma tendencia adoptada por los demás estados europeos, en donde no solo se regulan las actividades económicas, sino también las decisiones individuales.
Con lo anterior no se pretende afirmar que la independencia no sea una buena medida o que a través de ella no se resguarde el derecho de los catalanes para escoger la organización política que deseen, como la deseen. Pero sí se pretende mostrar que, ante cualquier resultado, las cosas no cambiarán mucho en esta región específica en particular, ni en el espacio europeo en general. Un Estado catalán no será diferente de los ya conocidos del resto de Europa: una mezcla entre rechazo al capitalismo, aunque sin extinguirlo; construcción de la identidad por medio del rechazo a la diferencia; estados gigantes, pesados y parasitarios; restricciones a la libertad individual; y justificaciones equivocadamente moralistas de todo ello.
Muchas veces olvidamos que los momentos de crisis también son coyunturas en las que los individuos pueden identificar sus errores del pasado y trabajar para modificarlos. Según muestran los hechos, nada de ello está sucediendo en Europa ante la crisis actual. Aún más, los europeos ni siquiera han reconocido sus errores y por lo tanto, podemos esperar que los sigan cometiendo en el futuro. Hasta quién sabe cuántas crisis más.
Sin embargo, la aparición de movimientos independentistas podría ser una oportunidad para encontrarse con algo nuevo, una visión renovadora. Desafortunadamente, no será el caso de Cataluña, que representa la proyección de los mismos errores del pasado proyectados hacia el futuro. Al parecer, sea cual sea la decisión, ésta será una oportunidad perdida.