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El New York Times y la «causa perdida» del bolchevismo

Los articulistas del New York Times se permiten añorar los supuestos ideales puros del comunismo, pero luego apartan la vista ante los cuerpos de los millones de muertos que dejaron atrás los líderes comunistas

Instituto Mises por Instituto Mises
16 abril, 2022
en Columnistas, Economía, Estados Unidos, Opinión, Política, Sociedad
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No deberíamos olvidar que el New York Times ha apoyado casi todo movimiento totalitario salvo el nazismo y ninguna persona respetable quiere apoyar de todas maneras a Adolf Hitler. (CommonsWiki)
No deberíamos olvidar que el New York Times ha apoyado casi todo movimiento totalitario salvo el nazismo y ninguna persona respetable quiere apoyar de todas maneras a Adolf Hitler. (CommonsWiki)

Hace un siglo, la revolución bolchevique en Rusia y dio paso a un siglo de asesinatos masivos, hambrunas, ejecución sumaria de millones de personas, destrucción de antiguas instituciones sociales, guerras, una vasta red de campos de la muerte y eliminación de la libertad, al mismo tiempo, en un tercio del planeta.

Según el New York Times, deberíamos lamentar el fin de esta era y todas sus promesas de una mejor vida para todos.

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Habéis leído bien.

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Durante los últimos meses anteriores al centenario del momento en que los seguidores de Lenin y Trotsky derrocaron el gobierno provisional de Rusia y establecieron “todo el poder para los sóviets”, el Times ha publicado una serie de artículos de opinión de personas que en su mayoría lloran por la “causa perdida” del comunismo y todas sus promesas. Hemos aprendido que los bolcheviques fueron padres maravillosos, que las mujeres bajo el comunismo tenían un sexo magnífico, que Mao liberó a las mujeres (cuando no las estaba asesinando), que el bolchevismo promovía un medio ambiente prístino y limpio y que todos deberíamos ser comunistas si queremos pureza medioambiental (salvo por el hecho de que el bloque comunista tenía problemas de contaminación mucho peores que en el llamado Occidente capitalista contaminado) y que el fervor revolucionario del comunismo puede llevar a un glorioso futuro socialista.

Al ir leyendo estos artículos, queda claro que para el New York Times el fin del comunismo como lo conocemos (excepto algunos remansos como Corea del Norte y Cuba) realmente fue el fin de una esperanza en una vida mejor, el fin de la esperanza de la liberación frente a la esclavitud del capitalismo y el fin de la esperanza de que el estado pudiera destruir por la fuerza instituciones humanas que van del matrimonio a la religión y remplazarlas con paz, amor y fraternidad. Por muy poco.

Si hubiera un tema común en estas odas a las glorias del bolchevismo, parecería que el mundo hubiera perdido la oportunidad instalar el paraíso. Que esos grandes Guardianes del Secreto continuaran muriendo antes de poder compartir su gran sabiduría con el resto de la humanidad. Oh, si los alemanes reaccionarios no hubieran matado a Rosa Luxemburgo 1919, pues ella sabía cómo hacer que funcionara el socialismo. Si Trotski hubiera triunfado en lugar de Stalin en la década de 1920. Si Lenin no hubiera muerto prematuramente por complicaciones de un ictus. Si Mao no hubiera contraído ELA y muerto. Y así sucesivamente.

Dado el apoyo casi acrítico que ha dado históricamente el New York Times a dictadores comunistas, desde su deliberada ocultación de la infame hambruna en Ucrania en la década de 1930 y su blanqueamiento de los juicios de Moscú en esa misma década a su casi adoración a Mao en China y a Castro en Cuba, se llega a entender que los editores de ese periódico ahora consideren al comunismo como una gran “causa perdida”, una oportunidad para la humanidad para mejorar sus lamentables condiciones, que desapareció porque la Gran Plebe quería teléfonos móviles, automóviles rápidos, buena comida y, sí, libertad en lugar de adoptar la liberación intelectual y espiritual que ofrecía el comunismo.

Los periodistas estadounidenses no temen atacar la interpretación de la “causa perdida” de la Guerra de Secesión estadounidense. El sur dependía fuertemente de los esclavos negros, buscaba la secesión para continuar con esa institución condenada y todos sus combatientes fueron traidores, o al menos así es como interpretan los periodistas modernos esa guerra. El que los horrores de Jim Crow y su consiguiente violencia aparecieron solo después de que los políticos sureños adoptarán la religión secular norteña conocida como progresismo se esconde en el mismo agujero orwelliano de la memoria en el que el NYT y sus seguidores en la universidad y los medios han escondido la orgía sin precedentes de muerte y esclavitud que fue el bolchevismo y sus secuelas.

No deberíamos olvidar que el NYT ha apoyado casi todo movimiento totalitario salvo el nazismo y ninguna persona respetable quiere apoyar de todas maneras a Adolf Hitler. Con respecto al socialismo, ¿qué régimen socialista o comunista no ha apoyado el NYT y su banda de aliados académicos y periodísticos, al menos al principio? Apoyó a Hugo Chávez en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua y, durante un tiempo, incluso a Pol Pot en Camboya. Siempre declaraba que la misma idea del socialismo se basaba en la justicia, así que incluso si fallaba el experimento comunista real, sin embargo, el amor por la justicia obligaba a que la gente sensata lo apoyara de todas maneras.

Al comparar la nostalgia que tiene el NYT hacia los regímenes comunistas caídos con la visión de la vieja “causa perdida” de la Guerra de Secesión, hay una enorme diferencia entre ambas. Con respecto a la primera, el NYT y sus aliados ideológicos no dudan en afirmar que es necesaria al menos alguna violencia para lograr la utopía o, por citar al corresponsal del NYT de Moscú durante los años de Stalin, Walter Duranty, “no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos”.

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En ese sentido, el aliado político del New York Times en Gran Bretaña, el Partido Laborista, no solo rechaza condenar el siglo de violencia y baños de sangre que fue el comunismo, sino que sus líderes han celebrado abiertamente la revolución bolchevique con toda su sangre y caos. Pero a pesar de toda la palabrería sobre la “causa perdida” con respecto a la secesión y el Sur, nadie que hoy defienda al Sur defiende también la esclavitud. Por el contrario, la mayoría la gente que defendería la secesión también diría que la esclavitud no solo era inmoral, sino asimismo que no era un sistema económico viable y que habría terminado pronto.

No se puede decir eso acerca de los defensores del socialismo. En el mejor de los casos, pueden afirmar que la violencia que ha acompañado la implantación del socialismo revolucionario es sencillamente un error innecesario, como si un régimen pudiera expropiar propiedades, cerrar iglesias, confiscar bienes y hacerlo todo sin violencia con el rostro alegre. Sin embargo, como señalaba el veterano Tibor Machan hace más de tres décadas, implementar Marx requiere un Stalin.

Hoy vemos el socialismo de rostro alegre en la persona de Bernie Sanders, que afirma que quiere sencillamente un socialismo amable en el que no haya pobreza… ni estado policial. Sin embargo, Sanders ha pasado la mayor parte de sus años políticos formativos definiéndose como un trotskista, y si alguien se identifica con León Trotski, debe también identificarse con los métodos que implantó ese hombre.

Igualmente, los articulistas del New York Times se permiten añorar los supuestos ideales puro del comunismo, pero luego apartan la vista ante los cuerpos de los millones de muertos que dejaron atrás los líderes comunistas. Si la implantación de un principio organizativo genera una hambruna masiva, enormes campos de prisioneros y muerte y destrucción, probablemente sea seguro decir que el propio principio organizativo original está moralmente arruinado. Es algo que dudo que el NYT y sus colegas lleguen entender alguna vez.

Este artículo fue publicado inicialmente en Mises.org


William L. Anderson es miembro del Instituto Mises y profesor retirado de economía en la Universidad Estatal de Frostburg. Obtuvo su maestría en economía de la Universidad de Clemson y su doctorado en economía de la Universidad de Auburn, donde fue investigador de Mises. 

Etiquetas: BolchevismoThe New York Times
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