A principios de los años 40, Friedrich August von Hayek, economista, filósofo y jurista, en su libro, Camino de servidumbre, refutaba a quienes todavía intentaban encontrar cosas positivas a los gemelos malvados que amenazaban Europa (Nazismo y Socialismo). Para Hayek, que los peores elementos sociales, por ejemplo, los mafiosos y hampones, ocupen cargos importantes en los regímenes dictatoriales no era un error no deseado, sino su directa consecuencia, pues el socialismo y nazismo solamente pueden imponerse por medio de la fuerza y el crimen.
El académico boliviano, Hugo Acha, en su trabajo: La guerra infinita, relata que, en los años 60, Nikita Kruschev, dictador soviético, reunió a sus generales y servicios de inteligencia con el fin de encontrar la estrategia para derrotar militarmente a los Estados Unidos. La respuesta fue: No existe un modo militar, pero sí mediante la desestabilización que puede lograr la economía del crimen.
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La reacción inmediata fue hacer que sus aliados en diferentes partes del mundo se pongan en contacto con las organizaciones delictivas. En la región, esa tarea fue encargada al G2 cubano. Al respecto, Huber Matos, uno de los históricos comandantes de la Revolución Cubana, explica que Fidel Castro siempre actuó contrario a los intereses de los cubanos, ya que desde la Sierra Maestra usaba sus armas para asaltar haciendas, robar animales y traficar marihuana. Además, su alianza con la URSS se puede resumir en una frase: La cocaína es un arma revolucionaria.
De hecho, para inicios de la década del 80, Castro, en alianza con Pablo Escobar y Roberto Suarez, había puesto la infraestructura militar cubana al servicio del narcotráfico, concretamente, de la cocaína boliviana. Por su parte, las agrupaciones subversivas como Sendero Luminoso en Perú y las FARC en Colombia ingresaron al mercado de las drogas ilegales, primero como guardaespaldas de los peces gordos, luego como cárteles.
En 1989, Castro, con una visión para nada pesimista, pronosticaba que su revolución podría sobrevivir al derrumbe de la Unión Soviética. Obviamente, que estaba optimista, porque sabía que los narcodólares eran mucho más rentables que los rublos comunistas.
Para 1990, en el nacimiento del Foro de Sao Paulo, las FARC, ELN y Sendero Luminoso ya eran organizaciones narcoterroristas bastante poderosas y que servirían como fuerzas de invasión en los procesos desestabilizadores que sufrió la región en las décadas siguientes.
Podríamos resumir que la estrategia del Foro de Sao Paulo fue una especie de pinza que combinaba la institucionalidad democrática con el terrorismo callejero. El cocalero Morales es el claro ejemplo, puesto que, a inicios de los años 2000, usaba su curul parlamentario para instigar a sus pandilleros a cometer todo tipo de crímenes. Ni hablar de su gobierno, donde los casos de piratas del asfalto quemando ciudades sobran, sin embargo, podemos citar dos episodios, el ataque a la gobernación de Cochabamba en enero del 2007 y la masacre de la Calancha en noviembre del mismo año, y ahora repite la estrategia buscando impunidad por los abusos físicos y sexuales cometidos contra menores de edad.
Pero el narcotráfico no es el único crimen que cometen los socialistas. Tenemos que sumarle el robo de la propiedad privada, la generación de pobreza y miseria, la destrucción de la libertad de prensa, la censura al pensamiento disidente y el tráfico humano, en ocasiones disfrazado de misiones médicas y educativas, Cuba es el caso.
El socialismo deja a los ciudadanos en una total y absoluta condición de indefensión. En palabras de Carlos Sánchez Berzaín:
La indefensión es peor que la esclavitud. Es el sometimiento o el vía crucis testimoniado por miles de seres humanos sin derechos, sin recursos, sin opciones y sin amparo. Ojalá el mundo democrático pueda ayudar a devolverles la libertad por la que hoy luchan solos.
En conclusión, así como la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario, el socialismo es un fenómeno criminal. Hayek tenía razón, y mucha.